La última reforma al artículo 27 de la Constitución, en la llamada “reforma” energética y la conversión del 20 de noviembre en el “Buen Fin”, son momentos culminantes de este proceso contrarrevolucionario. Junto a ello se populariza una “revisión” de la historia, se revitaliza a Porfirio Díaz y se provoca un olvido de la gesta revolucionaria que inició el 20 de noviembre de 1910.
Lo que fue un orgullo del país, y de sus clases populares, hoy se menosprecia. La lucha de clases, motor de la historia, es también una lucha ideológica, una disputa por la historia y por las cosas finas, como escribiera Walter Benjamin. La Revolución Mexicana es bandera de reclamos, épica popular, mito, que en buena medida era propiedad de las clases subalternas, hacedoras de ella. Además de su uso manipulado por el régimen de la posrevolución, la ´Revolución significó en el pueblo un ejemplo de su fuerza, un episodio que dotaba a los de abajo de dignidad y confianza. Valores estos, necesarios para disputar la historia.
La imagen del pueblo mexicano como un sujeto histórico rebelde, brutal y valiente que irrumpe en la historia, es el meollo del problema para la dominación. Por lo que pronto de terminada la Revolución se buscó des-potencializarlo, domesticarlo. Para ello la apropiación de sus logros y el olvido de sus gestas ha sido clave.
Mientras se aniquilan las conquistas de la Revolución y los referentes ideológicos emanados de ella, diversos movimientos sociales los recuperan para oponerse a la contrarrevolución neoliberal triunfante desde 1982. Hoy la Revolución Mexicana es totalmente patrimonio de los de abajo y de la oposición, como lo deja ver el caso del neo-zapatismo y el neo-cardenismo (ahora integrado a MORENA). La Revolución es un episodio histórico que fortalece la resistencia al neoliberalismo, una gesta popular que demuestra la fuerza transformadora del pueblo, capaz de acabar con la .dictadura oligarca de Porfirio Díaz, y, por qué no, con el régimen neoliberal. ¡Viva la Revolución Mexicana!