Ariel Noyola Rodríguez
La sentencia judicial dictada en primera instancia contra Luiz Inácio Lula da Silva por presuntos actos de corrupción y lavado de dinero abre la posibilidad de encarcelar al ex presidente de Brasil hasta por nueve años y medio. Si esta condena es ratificada en segunda instancia Lula perdería sus derechos políticos y ya no podría presentarse como candidato en la elección presidencial de 2018.
América Latina está en riesgo de volver a convertirse en el “patio trasero” de Estados Unidos en caso de que las fuerzas conservadoras consoliden su poder dentro del Gobierno brasileño. Luego de la destitución parlamentaria de la presidenta Dilma Rousseff, ahora buscan encarcelar a la máxima figura del Partido de los Trabajadores (PT).
RT reproduce en exclusiva la entrevista que Ariel Noyola Rodríguez realizó a James Petras, sociólogo estadounidense y asiduo estudioso de la política exterior de Estados Unidos y la realidad latinoamericana. Petras considera que Lula necesita convocar a la sociedad brasileña a la movilización, o de lo contrario, será encarcelado. Una vez aplacado Brasil, ya nada impedirá que Estados Unidos tenga el control absoluto de toda la región.
Ariel Noyola Rodríguez (ANR).- ¿Cuál es tu lectura de la sentencia judicial en contra del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva? ¿Consideras que es parte de una estrategia que busca inhabilitar a Lula como candidato a la presidencia de Brasil para 2018?
James Petras (JP).- Así es, la derecha brasileña está intentando imponer a toda costa un Gobierno neoliberal con el objetivo de revertir las medidas progresistas conseguidas en Brasil durante los últimos años. El proceso judicial en contra de Lula está muy contaminado. No hay ninguna prueba contundente que ponga en evidencia que el ex presidente brasileño esté efectivamente involucrado en actos de corrupción. Son acusaciones sin sustento. Dicen que él recibió un lujoso departamento, sin embargo, no existe ningún contrato firmado.
Por eso creo que las acusaciones contra Lula son más bien instrumentos políticos para que Michel Temer, el golpista que ahora ocupa la presidencia, siga desmantelando todos los logros alcanzados por los Gobiernos del PT. Lo que Temer está haciendo es reducir el gasto público, terminar con los programas sociales, disminuir los salarios de los trabajadores, privatizar las empresas estatales y eliminar los subsidios. En suma, el actual Gobierno brasileño quiere acabar con todo rastro del Estado de bienestar.
Un primer paso de esta ofensiva fue la destitución de Dilma el año pasado. Y ahora quieren encarcelar a Lula. Toda esta estrategia, repito, viene acompañada de una política económica que busca colocar a las mayorías en la marginalidad. En el plano internacional, esta ofensiva significa la subordinación de Brasil a los mandatos de una potencia imperial, y no solamente me estoy refiriendo a Estados Unidos, sino también a la Unión Europea.
Considero que el encarcelamiento de Lula podría cambiar la correlación de fuerzas en todo el continente latinoamericano. Una vez que Estados Unidos consiga controlar Brasil de manera definitiva, como ya ha sucedido con Argentina bajo la presidencia de Mauricio Macri, entonces será mucho más fácil llevar adelante la dominación de todo el continente.
ANR.- Los Gobiernos del PT, en alguna medida, fortalecieron soberanía nacional y regional a través del impulso de las empresas brasileñas, el lanzamiento de un programa de seguridad y defensa propio e, incluso, revivieron la idea de un desarrollo nuclear con autonomía. En este sentido, ¿Consideras que Estados Unidos formó parte de esta ofensiva contra los Gobiernos del PT?
JP.- Es fundamental comprender que Washington no estuvo fuera de los círculos de poder en América Latina durante todo este tiempo. Tenemos que reconocer que el presidente Lula y otros dirigentes de corte progresista, mantuvieron una política que, en buena medida, compartió el ejercicio del poder con las empresas multinacionales, los inversionistas de Wall Street y las cúpulas militares. Los mandatarios progresistas nunca apostaron por una ruptura radical con el viejo régimen, no desafiaron de modo abierto a Estados Unidos.
Varios presidentes latinoamericanos pensaron que podían tejer algunas alianzas con Washington a fin de ganar de influencia y, de esta manera, hacer avanzar sus agendas sociales sin colisionar con los norteamericanos. Utilizaron estas alianzas con la Casa Blanca como una táctica desde finales del siglo pasado, en plena crisis del neoliberalismo. Al final de cuentas ellos pensaron que resultaba mejor compartir el poder en lugar de lanzar una ofensiva más radical pero que podría poner en riesgo su permanencia en el Gobierno.
Sin embargo, si lo observamos desde la perspectiva de la Casa Blanca, la situación fue muy diferente. Esta táctica fue usada por Estados Unidos para reorganizarse, acumular fuerzas y, llegado el momento indicado, lanzar un contraataque. En este sentido, hay que aceptar que los Gobiernos progresistas de América Latina cometieron un error muy grave, en términos tanto tácticos como estratégicos: desmovilizar a las masas populares.
Los mandatarios de los Gobiernos progresistas creyeron que iban a tener la capacidad de mantener bajo control la injerencia de Estados Unidos en la región latinoamericana únicamente sentándose a negociar, haciendo uso de la vía diplomática. Lamentablemente una vez desmovilizadas, las masas populares ya no tuvieron la fuerza suficiente para hacer frente a esta nueva ofensiva de Estados Unidos.
Los Gobiernos progresistas pudieron haber aprovechado la posición de fuerza de la gozaron en un principio para tomar todo el poder en sus respectivos países y poner fin al intervencionismo. Pero esto no sucedió y ahora estamos siendo testigos de las consecuencias: el Gobierno de Estados Unidos otra vez está ganando presencia en América Latina, incluso socavando alianzas regionales importantes como el Mercado Común del Sur (Mercosur, compuesto por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela).
No estamos hablando simplemente de un ataque contra la soberanía de un solo país, se trata de una gran ofensiva que vulnera la soberanía de toda América Latina, es la integración regional la que está en juego. En estos momentos Estados Unidos quiere aplastar a Brasil, y luego seguirá con Venezuela; lo que intenta es tener a todo el continente bajo control. Washington busca garantizar para sus empresas el suministro de recursos naturales estratégicos e incrementar su dominación sobre los mercados. El apetito por el petróleo es la razón que está detrás del hostigamiento en contra del Gobierno de Nicolás Maduro.
Estados Unidos libra una guerra de conquista contra la región. Pienso que Washington quiere montar una versión latinoamericana de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para vencer cualquier tipo de resistencia que ponga en cuestión su hegemonía. Una “OTAN latinoamericana” encabezada por Estados Unidos es un proyecto que luego sería reproducido en otras partes del mundo, en el Medio Oriente y Asia por ejemplo, para socavar la influencia de China, Rusia e Irán y otros países que no se han sometido a los lineamientos de la política exterior norteamericana.
México es el gran laboratorio de Estados Unidos para dominar toda América Latina. En México la policía federal y los militares que están en guerra contra el narcotráfico actúan siempre en coordinación con el Gobierno de Estados Unidos. Para Washington es decisivo contar con el apoyo de políticos corruptos y empresarios. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) es un claro ejemplo de integración subordinada. Y este modelo es el que Estados Unidos pretende extender a toda la región.
ANR.- ¿Qué futuro político avizoras para Brasil en caso de que Lula sea encarcelado? La sociedad brasileña parece desencantada con buena parte de la clase política. Si las elecciones carecen de legitimidad ¿Consideras que existe alguna otra forma de encauzar todo este descontento social?
JP.- Mira, la lucha de la sociedad brasileña por recuperar la capacidad de dirigir su propio destino no pasa únicamente por la vía electoral. En estos momentos la derecha controla el Congreso, el poder judicial está sometido y las leyes se manipulan de forma arbitraria. Pienso que la única vía hacia la transformación es impulsar una ruptura radical con el viejo régimen. Es fundamental una movilización constante y prolongada. Hasta ahora Lula se ha venido apoyando en sus abogados y los congresistas de su partido, sin resultados favorables.
Es evidente que esta batalla no se va a ganar a través de procesos judiciales pues no hay imparcialidad. Si la vía electoral es cancelada, entonces sólo queda convocar a una huelga general, paralizar las oficinas del Gobierno y detener el sistema transporte. O Lula sale a las calles y convoca a la movilización popular, o terminará en la cárcel. No hay otro camino.
Es cierto que existen muchos obstáculos. En Brasil la guerra mediática es tremenda. Pero el poder de los medios de comunicación tiene límites. Hemos visto que los grandes medios de comunicación estaban en contra del comandante Hugo Chávez, y los venezolanos lo respaldaron; y lo mismo sucedió con el ex presidente argentino Néstor Kirchner. Incluso hay que recordar que varios medios de información como O Globo estaban en contra de que Lula fuera presidente en 2002, y la sociedad brasileña terminó por imponer su voluntad.
Los medios de comunicación solamente consiguen tener un impacto significativo cuando la sociedad está en la inercia y los políticos se apoyan fundamentalmente en la institucionalidad. Pero en el momento en el que la gente siente que no tiene otra alternativa, cuando su situación económica está en franco deterioro, la influencia de los medios de comunicación ya no es determinante para dictar el rumbo de un país.
ANR.- Un verdadero honor conversar contigo James, gracias por concederme esta entrevista.