rubèn ramos-alizorojo
Desde los años 90 la democracia liberal que lidera EEUU se ha presentado ante el mundo como una victoria definitiva y sin adversarios.
Con la caída del muro de Berlín, al mito del “Destino Manifiesto” se vino a sumar el del “Fin de la Historia” del errático Francis Fukuyama.
Desde entonces, lo político se asumió como la universalización del libre mercado, del crecimiento económico, de la financiarización de la economía, de la extensión de la propiedad privada, del individualismo, del consumismo como calidad de vida. Pero también del voto, de los derechos humanos, la “inclusión social”, la ayuda humanitaria.
La política consolidó la hegemonía de los organismos financieros liderados por la dupla, FMI-BM, la Reserva Federal y los Bancos Centrales, la Banca internacional, la ONU, la OTAN, la OEA, los Comandos Unificados, las Bases Militares.
La ONU y la OEA, en tanto hijas putativas del poder emergente estadounidense tras la segunda guerra mundial, serían los instrumentos llamados a garantizar la expansión y hegemonía talasocrática y unipolar de los Estados Unidos a través del control del comercio mundial, la mercantilización, la especulación, las invasiones militares, el neocolonialismo, los genocidios, las hambrunas, el terror.
Habilitadas, una y otra organización, de estructuras burocráticas dolarizadas y de un democratismo deliberativo, la ONU y la OEA lograron imponerse en la mente de gobernantes del mundo y de América latina que vieron en ellas la garantía de acceder a cuotas de poder y de corrupción a cambio de entregar sus economías y la soberanía de sus pueblos a la voracidad imperial del nuevo líder hegemónico.
Concretamente en América latina, la OEA se erigió en el super-poder de la camarilla masónica del CFR, la Trilateral, el Club de Bilderberg actuando de la mano con la CIA y el FBI.
Para las democracias liberales engendradas y cobijadas en la OEA todo empezó y continúa discurriendo en torno a la alternancia de los gobiernos entre “partidos” políticos con propuestas programáticas que sólo se diferencian en la retórica puesta en los derechos humanos, la identidad de género, el matrimonio y la paternidad gay, la legalidad de LGBT. Siempre dispuestos a implementar y canalizar las subvenciones para la sedición y el terror en aquellos países no gratos al poder estadounidense.
Y es que si algo hay que recocerles a la ONU y a la OEA es el enorme perjuicio que le han ocasionado al ejercicio de lo político y a la institucionalidad política. Incluso, tratándose de la democracia liberal.
Sesgadas -teórica, práctica e institucionalmente- para asumir la naturaleza de los antagonismos y de los conflictos sociales siempre a favor de los intereses del país que las patrocinó, las dirige, monitorea y controla, la ONU y la OEA se establecieron para instrumentalizar los “valores esenciales” de la Ilustración y de la Revolución Francesa a favor de una plutocracia mitómana y torpe para entender el ser y la historia.
Cuando en este escenario surgen pueblos, como el venezolano, reclamando su derecho a ser en su historia y a superar el liberalismo como su negación, entonces los titiriteros de la OEA levantan de sus poltronas a sus títeres apologistas y los compelen a la sedición y al ataque. A estos inútiles de siempre, encabezados por su Secretario General, no les queda sino la genuflexión que les sirvió para acomodarse en los gobiernos de sus países.
Ayunos de la voz y de la acción de sus pueblos se ensoberbecen con la grita amenazante de su nuevo amo blanco que los desprecia en nombre de la raza. Pero allí están, fieles al mandato de un fantoche y de una organización desfasados en el tiempo.
Venezuela nada pierde, pero gana mucho, renunciando a seguir perteneciendo a la red de las colonias del imperio estadounidense. La irreversibilidad de las crisis de las democracias liberales y de sus diferentes remedos advierten, como anticipara el Comandante Chávez, que es hora de construir una nueva institucionalidad para defender los intereses de los pueblos soberanos. Estos serán siempre antagónicos a quienes han hecho del mercado un culto, de la libertad una parodia y de la democracia una tiranía del dinero.
La OEA es de las instituciones creadas para sabotear y acabar con la existencia de gobiernos que, junto a sus pueblos, están superando los límites de una pretendida universalización de la “democracia” de un solo signo. Se ha hecho para negar la validez del antagonismo e imponer su renuncia. Esto es, para acabar con lo político y la política.
Venezuela, como Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua están en el camino de su historia y son su propia historia. Merecen su propia institucionalidad que los represente y asuma su pluralismo. Si los demás países de América latina y del Caribe insisten en seguir atados a la cola del imperio sionista estadounidense y a la democracia liberal que se cae a pedazos, nada ni nadie los puede detener. Son parte del hacer antagónico de la historia pero al mismo tiempo de su oscuridad y de su negación. Quizás algún día sus pueblos salgan de la caverna.