Entre ellos está Daniel Kaufmann, ex director del departamento de gobernabilidad y anti-corrupción del Banco Mundial (BM) y Simon Johnson, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI).
A ellos se suman otras voces poco sospechosas de radicalismo como Neil Barofsky, inspector del programa de rescate financiero estadounidense, quien alertó esta semana de que el programa para sanear los balances bancarios de activos tóxicos amenaza con privilegiar al sector privado en detrimento de los contribuyentes.
En opinión del analista del centro de estudios Brookings, el sector privado «capturó» al Gobierno con aportaciones millonarias a las campañas políticas que propiciaron una relajación del marco regulador, que permitió los excesos que condujeron al colapso.
«Puede que técnicamente eso fuera legal, pero desde un punto de vista más amplio, ético y de abuso de poder eso es corrupción», afirmó el economista chileno, pionero en el estudio sobre la «captura del estado» por grupos de poder.
Kaufmann mencionó en un artículo publicado en enero en la revista Forbes la reunión de 55 minutos que tuvo lugar en abril de 2004 entre los mayores bancos de inversión y funcionarios de la Comisión de Valores, que dieron luz verde a la banca para asumir niveles mayores de deuda, en lo que puede considerarse el principio del fin.
Johnson insiste, por su parte, en un artículo publicado en el último número de la revista The Atlantic que la crisis financiera con epicentro en EE.UU., que ha desatado una recesión global, equipara a EE.UU. con los países emergentes.
Al igual que en Rusia, Corea del Sur, Malasia o Argentina en el pasado, Estados Unidos permitió que un grupo de intereses elitistas -los banqueros en el caso estadounidense- asumiera apuestas cada vez mayores hasta que se produjo la hecatombe.
«Más alarmante todavía resulta el hecho de que ahora (la banca de EE.UU.) está utilizando su poder para impedir el tipo de reformas necesarias (…) El gobierno parece ser incapaz o no estar dispuesto a actuar contra ellos», dice Johnson.
La actual Casa Blanca, que ha heredado una situación alentada por el ambiente anti-regulador de los gobiernos de George W. Bush y Bill Clinton, insiste en que el rescate financiero no es un cheque en blanco al sector.
«No se trata de ayudar a la banca si no a la gente», afirmó el presidente de EE.UU., Barack Obama, a finales de febrero ante el Congreso, donde insistió en que para que haya recuperación económica es necesario poner fin a la crisis crediticia.
Johnson no cuestiona la buena intención del Gobierno pero sí el método de rescates individuales favorecido por el Tesoro e insiste en que la banca parece ganar el pulso a Washington pese a su creciente impopularidad.
Según el economista, el sector financiero ha sabido explotar el temor a los riesgos sistémicos que plantearía la quiebra de bancos como Citigroup o Bank of America.
Ese miedo le habría permitido obtener un acuerdo ventajoso tras otro en Washington.
Para romper el círculo vicioso, Johnson dice que los bancos deberían de afrontar una elección: rebajar el valor de sus activos a su verdadero valor y recaudar capital en el plazo de 30 días o pasar a control del Gobierno.
Los bancos saneados y con capacidad de volver a conceder préstamos de forma segura podrían ser vendidos de nuevo en el futuro.
Kaufmann, mientras tanto, tiene una visión más amplia de las reformas necesarias y dice que lo primordial para evitar la «captura» del estado por grupos de poder en el futuro pasa por reformas de la regulación, mayor transparencia y cambios en el sistema de financiación político y electoral en EE.UU.
Se espera que el debate sobre los errores que condujeron a la crisis se caldee este fin de semana en Washington durante la reunión semestral del Banco Mundial y el FMI.