En una estrategia claramente dirigida a fomentar el caos y la ingobernabilidad, las formaciones opositoras al gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) incrementan cada día sus acciones, recurriendo a todo tipo de ataques, sin importar la forma y mucho menos la ética en sus procedimientos.
En su afán de recuperar el poder y continuar desvalijando las arcas del Estado, como lo hicieron desde 1990 hasta enero de 2007, los líderes de la derecha opositora han echado a un lado las reglas de la alternancia política, principio inherente a la democracia que dicen defender, y no parecen dispuestos a detenerse ante obstáculo alguno para lograr ese objetivo.
Quizás lo hacen por saberse respaldados por Estados Unidos, que sin ocultarse mucho los estimula, los orienta y los ampara.
Y en algunos casos hasta los financia, como ocurre con algunos grupos integrados en el puñado de organizaciones que forman la llamada sociedad civil, que se presenta como una alternativa independiente de la oposición, una especie de tercera vía, pero que en la práctica secunda y apoya a las principales formaciones políticas opositoras.
Los alarmistas llamados para que en el exterior se preste atención a la situación en Nicaragua ya comienzan a dar resultados: el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) dice estar preocupado y dispuesto a ayudar, mientras en Washington y otras capitales se multiplican los comentarios y editoriales críticos contra el presidente Daniel Ortega y el sandinismo.
Todo parece indicar que a corto plazo la campaña mediática que desde el exterior se desarrolla contra el gobierno sandinista desde hace casi tres años, se incrementará al máximo y se sumará a las que los centros reales del poder en Washington ya implementa contra Cuba y Venezuela.
Es una verdad de Perogrullo que Estados Unidos en modo alguno está dispuesto a permitir que en América Latina continúe la tendencia actual de fomentar la independencia y promover la unidad, en la que los países que integran la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) marcan la pauta a seguir, y que con ese objetivo Washington no se detiene en detalles.
El golpe militar en Honduras, en junio del pasado año, fue un primer episodio en esa estrategia estadounidense para recuperar el terreno perdido en América Latina, y un golpe dirigido contra la integración latinoamericana.
Lo cierto es que en la actualidad se aprecia una polarización extrema en el escenario político nicaragüense, mientras los principales poderes del Estado están al borde de la paralización como consecuencia de la intolerancia opositora.
Entretanto, el gobierno continúa desarrollando numerosos programas de indudable beneficio popular, que son constantemente cuestionados o simplemente ignorados por los medios de prensa nacionales y extranjeros.
Durante los últimos meses, varios emisarios del gobierno de Washington han visitado Nicaragua para informarse de la situación, mientras los numerosos funcionarios con que cuenta la embajada estadounidense en Managua auscultan constantemente el país.
¿A cuáles conclusiones han llegado? ¿Cuáles medidas han propuesto? ¿Qué piensan hacer los estrategas de Washington? ¿Aplicarán en Nicaragua la misma receta que en Honduras? Estas son preguntas que sólo el tiempo permitirá responder.