La idea de resistencia, fue asumida por el invasor europeo, cómo un mecanismo para expresar la oposición de los grupos indígenas al control cultural, político, social y económico al que fueron sometidos. Los españoles crearon un imaginario político, en dónde las comunidades indígenas fueron asumidas como «bárbaras», «incivilizadas», «atrasadas», «belicosas», «inhumanas», todo ello para hacer posible el despojo y la imposición doctrinaria del mundo europeo-occidental.

En esa construcción, la idea de «resistencia» planteada en el ideario europeo, mostraba la oposición de estos grupos, considerados no-humanos, ante el orden occidental. Esto fue vital, para lograr el despojo. En la filosofía del derecho europeo, el 1er ocupante es la base del derecho privado. Sobre ello, se estructuraba todo el sistema de propiedad y jerarquía social que explicaba la cosmovisión y el funcionamiento de la «sociedad moderna europea». El contacto violento, imponía una dificultad ética y jurídica: los grupos humanos que estaban establecidos en este territorio que llamamos América, estaban – sin lugar a dudas- primero que los europeos. Es decir, eran los «primeros ocupantes» del territorio y sus riquezas. En la práctica eso impedía que el europeo controlara esas tierras y sus recursos, lo que sería un desastre para la empresa – en todo el sentido comercial- que fue la conquista y ocupación territorial. ¿La solución cuál fue? Muy sencilla: declarar el carácter no-humano de los grupos indígenas. Eran seres monstruosos, fantásticos, sin cabeza, con los ojos en el pecho, que se comían unos a otros, una reducción animal de su condición humana. A ello, se complementó una explicación teológica: el mundo y todo lo que hay en él, fue obra de Dios y él, en su infinita sabiduría se lo concedió a los humanos «creyentes».

Los indígenas no sólo no tuvieron – en la justificación doctrinaria de la Iglesia, los adelantados o capitanes españoles, portugueses, ingleses, holandeses- una condición humana, sino que fueron «hijos del diablo» y era un «deber cristiano», recuperar esas tierras de la influencia del mal. El resultado: un despojo premeditado, acompañado de asesinatos y desplazamientos extraordinarios, con una singularidad y escogencia determinada. Todo un delito de «lesa humanidad» diríamos hoy. No obstante, ello fue explícitamente invisibilizado y justificado los excesos y atrocidades, con la notable excepción de los alegatos filosóficos de Bartolomé de Las Casas. En los momentos iniciales – es decir, entre finales del siglo XV hasta mediados del siglo XVI- la resistencia – u oposición – indígena fue aplastada contundentemente. La superioridad tecnológica, por el uso de la pólvora pero sobre todo del caballo, fue crucial.

La resistencia fue heroica pero infructuosa, pero a partir del siglo XVI y principios del siglo XVII, la resistencia se transformó en acción organizada de reclamo de sus derechos – limitados- y organización de espacios – también limitados- de participación. Hay una transición de la resistencia, que el europeo planteó cómo inútil, ilógica, a una praxis subversiva.

¿Cómo comprender la subversión? ¿Qué significa? Hay que entenderla cómo aquella condición o situación que refleja las incongruencias internas de un orden social, descubiertas por sus miembros en un período histórico determinado, a la luz de nuevas metas, que una sociedad quiere alcanzar. Los grupos indígenas, que se resistieron sin resultados, se transmutaron en grupos subversivos que utilizando su bagaje histórico, su «campo de experiencia» entendido cómo el cúmulo de aprendizajes y valores transcurridos durante siglos y siglos de relaciones sociales, emprendieron nuevas luchas organizativas que progresivamente han alcanzado las características que les vemos hoy en día.

Hay que decir con contundencia, que la resistencia indígena se transformó en un movimiento social subversivo, cuyo punto esencial es la defensa del medio ambiente, derivado de su experiencia vital. Este movimiento social subversivo, tiene tres (3) elementos que lo hacen particularmente especial en su relación con los Estados Nacionales: 1) la cultura indígena es una contracultura, que crítica en forma permanente las formas y lógicas del capitalismo y la historia oficial de esos Estados Nacionales; 2) suelen demandar autonomía en el manejo de sus territorios, cómo un reclamo histórico por el despojo del que fueron objeto y 3) pretenden preservas prácticas sociales y económicas 8así como medio ambientales), que están en conflicto con las prácticas de los Estados nacionales, tradicionalmente subordinados a los intereses expoliadores del sistema-mundo.

Las visiones tradicionales de las sociedades indígenas cómo anacrónicas, sin futuro, sumisas, obedientes han sido sustituidas a partir del Nuevo Constitucionalismo Latinoamericano, particularmente en los casos de Bolivia, Ecuador y Venezuela, por movimientos anti-sistémicos de resistencia a la globalización y al capitalismo. La experiencia del Movimiento Zapatista y del Comandante Marcos en Chiapas, expresa este punto. Pero también se ve reflejado en las denuncias de las organizaciones indígenas contra Chevron en Ecuador, o las movilizaciones de los grupos y organizaciones indígenas en Bolivia o las acciones de reto y subversivas contra la propuesta del Arco Minero en Venezuela.

Por otra parte, debemos generar una discusión histórica e historiográfica, pues en el caso particular de Venezuela, la conmemoración del 12 de octubre, el cambio en la denominación establecida por Chávez (de día de la raza a día de la resistencia indígena), sigue nutriendo el capital simbólico de esta fecha y su sentido negativo. Hemos cambiado la denominación pero lo seguimos conmemorando. En este sentido, la conmemoración adquiere un sentido crítico y luctuoso, pero sigue rememorando el hecho. En la práctica, en palabras del filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel, seguimos construyendo y nutriendo un discurso colonial, basado en interpretaciones epistémicas que tienen como base los referentes conceptuales de la modernidad europea.

El mantenimiento de la conmemoración, sin romper las ataduras conceptuales no es más que una nueva forma de subordinación e imposición cultural. La colonialidad sigue justificando la dominación de unas sociedades sobre otras. Sobre esa colonialidad, construimos – aun hoy- diferenciaciones culturales, que siguen siendo la base de las desigualdades sociales y económicas, que tanto afectan Nuestra América. Un proyecto decolonial, debe construir una aproximación no desde referentes históricos o culturales europeos, sino desde las nuevas realidades, que estos movimientos indígenas anti-sistémicos, ambientalistas y anti-globalización vienen desarrollando. Sigue siendo una deuda histórica que debemos saldar, más aún ante este fin del ciclo de cambio de época que hemos vivido y ante el cual, debemos dar respuestas por la arremetida reaccionaria y neoliberal que se yergue sobre nuestros territorios y realidades.

 

Historiador/politólogo

Director Centro de Investigaciones y Estudios Políticos Estratégicos (CIEPES)

11/10/2016

Juane1208@gmail.com