Los crímenes raciales en Estados Unidos constituyen hoy un verdadero escándalo internacional, sin embargo entidades como la Organización de Estados Americanos (OEA), “casualmente” con sede en Washington, callan ante las muertes cotidianas de afroamericanos y latinos a manos de la policía norteamericana.
La famosa “Carta Democrática Interamericana” de la OEA, según reiteran sus defensores, entre ellos el secretario general de esa organización, Luis Almagro, implica en lo político “el compromiso de los gobernantes de cada país con la democracia, teniendo como base el reconocimiento de la dignidad humana”.
Entonces una primera interrogante: ¿Existe respeto en Estados Unidos por la dignidad y los derechos humanos de sus propios ciudadanos, cuando diariamente son ultimados a balazos personas de las mal llamadas comunidades minoritarias negras y latinas?
Habría que preguntarle además a Almagro por qué su obsesión en imponerle la vociferada “Carta Democrática” de la OEA a Venezuela, y no al régimen de Estados Unidos, donde reina la violencia institucional, y para nada la justicia contra quienes matan.
Los acontecimientos hablan por sí solos de la convulsión social y política que vive actualmente el “norte brutal y revuelto” por los crímenes protagonizados por sus “agentes del orden”, mientras Almagro calla al respecto, y por el contario agrede continuamente a la Revolución Bolivariana y Chavista que lidera el presidente Nicolás Maduro.
Claro, los medios de prensa conservadores y la oligarquía latinoamericana se molestaron luego que el presidente de Bolivia, Evo Morales, salió a defender a Venezuela en la Asamblea General de Naciones Unidas, y criticó duramente al secretario general de la OEA por su sumisión a Washington.
Pero, Evo en su intervención en Nueva York no reiteró otra cosa que la verdad, al señalar que esa entidad de nuestro hemisferio es una agencia vocera de los intereses de la Casa Blanca, y que en Latinoamérica y el Caribe «no necesitamos un capataz del imperio para controlar a nuestros pueblos», en alusión al uruguayo Almagro.
El dignatario boliviano afirmó además que «si la OEA no representa ni respeta la soberanía de sus Estados miembros, es mejor que deje de existir».
Esa organización, ya moribunda desde hace mucho tiempo aunque Washington se esmere en oxigenar para revivirla y así mantener su injerencia en la Patria Grande, solo se inmiscuye en los asuntos internos de las naciones de la región con gobiernos progresistas.
La OEA nunca ha criticado a Estados Unidos, uno de sus miembros y por supuesto el que más dinero aporta para materializar sus planes hegemónicos, y silencia o resta importancia a hechos condenables como el reciente golpe de Estado parlamentario escenificado en Brasil contra la legítima presidenta Dilma Rousseff, electa con el voto de más de 54 millones de sus compatriotas.
El mandatario ecuatoriano, Rafael Correa, afirmó en la XVII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) celebrada hace pocos días en Isla Margarita, Venezuela, que la OEA sigue siendo el Ministerio de las Colonias de Washington, como la bautizó hace muchos años el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro.
Ahora, sin duda alguna, el titular de turno de esa cartera de la administración norteamericana es el obediente y bien pagado Almagro.