Panorama
12 sept. 2016 – Resumen del primer capítulo del libro 11 de septiembre de 2001, La terrible impostura, Ningún avión se estrelló en el Pentágono, del investigador francés Thierry Meyssan.
«¿Recuerda el atentado contra el Pentágono? Los acontecimientos eran demasiado graves y tan repentinos que en ese momento fue imposible apreciar las contradicciones de la versión oficial (…)
La agencia Reuters, la primera en llegar al lugar de los hechos, anuncia que el Pentágono ha sido alcanzado por la explosión de un helicóptero. Paul Begala, un consultor demócrata, confirma esta noticia por teléfono a AP.
Unos minutos más tarde, el departamento de Defensa corrige la información: era un avión. Nuevos testigos contradicen a los primeros y dan crédito a la versión de las autoridades: Fred Hey, asistente parlamentario del senador Bob Ney, vio caer un Boeing mientras conducía por la autopista colindante con el Pentágono. El senador Mark Kirk estaba saliendo del estacionamiento del Pentágono, tras desayunar con el secretario de Defensa, cuando se estrelló un gran avión. El secretario en persona, Donald Rumsfeld, sale de su despacho y se precipita al lugar de los hechos para ayudar a las víctimas (…).
En esos momentos de confusión serán necesarias varias horas para que el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Richard Myers, indique que el «avión suicida» era el Boeing 757-200 del vuelo 77 de American Airlines, que enlazaba Dulles con Los Angeles y del que los controladores aéreos habían perdido el rastro desde las 8.55. Siempre precipitadas, las agencias de prensa aumentan la tensión hablando de cerca de 800 muertos. Una cifra poco realista que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se abstendrá de desmentir en su conferencia de prensa del día siguiente, aunque el balance exacto, afortunadamente cuatro veces menor, se conociera entonces con precisión.
A primera vista, los hechos son indiscutibles. Y no obstante, cuando se indaga en los detalles, las explicaciones oficiales resultan confusas y contradictorias. Los controladores aéreos de la aviación civil (FAA: Federal Aviation Administration /Administración Federal de Aviación) explicaron a los periodistas de The Christian Science Monitor que, hacia las 8:55 am, el Boeing había descendido a 29.000 pies y no había respondido a las órdenes terminantes. Su transponedor había enmudecido, de manera que al principio pensaron que se trataba de una avería eléctrica.
Luego, el piloto, que seguía sin responder, había encendido su radio por intermitencia desde la que se podía oír una voz con un fuerte acento árabe que lo amenazaba. El avión dio entonces media vuelta en dirección a Washington y luego perdieron su rastro (…)
Interrogado el 13 de septiembre por la Comisión Senatorial de las Fuerzas Armadas, el jefe de Estado Mayor Conjunto, el general Richard Myers, fue incapaz de referir las medidas que se tomaron para interceptar el Boeing. De este animado intercambio con la más alta autoridad militar, los parlamentarios llegaron a la conclusión de que no se había realizado ninguna acción para interceptarlo (léase su comparecencia en los anexos). Pero ¿es posible creer que el ejército de Estados Unidos permaneciera pasivo durante los atentados? (…).
Además de reparar la falta de memoria del general Richard Myers, indicó que no había sido informado del desvío hasta las 9:24 am. Aseguró haber dado de inmediato la orden a dos cazas F-16 de la base de Langley (Virginia) para que interceptaran elBoeing. Pero la Fuerza Aérea, al no saber dónde estaba, pensó que quizá se iba a cometer un nuevo atentado en Nueva York y mandó los cazas hacia el norte. Un avión de transporte militar, que despegó de la base presidencial de Saint Andrews, se cruzó con el Boeing por casualidad y pudo identificarlo. Demasiado tarde (…).
Es posible creer que el sistema de radar militar de Estados Unidos fuese incapaz de localizar un Boeing en una zona de varias decenas de kilómetros de radio? ¿Y que un gran avión de línea pueda despistar a potentes F-16 lanzados en su persecución? Por tanto, es de suponer que si el Boeing había franqueado este primer obstáculo sería abatido al acercarse al Pentágono. Es obvio que el dispositivo de seguridad que protege el Departamento de Defensa es un secreto militar. Como el de la cercana Casa Blanca (…).
En cuanto al Pentágono, es el mayor edificio administrativo del mundo. Todos los días trabajan allí 23.000 personas. Su nombre procede de su original estructura: cinco anillos concéntricos, de cinco lados cada uno. Fue construido no lejos de la Casa Blanca, aunque en la otra orilla del Potomac. Así pues, no se encuentra en Washington mismo, sino en Arlington, en el vecino estado de Virginia.
Para causar los mayores estragos, el Boeing debería haberse estrellado contra el techo del Pentágono. A fin de cuentas era la solución más simple: la superficie del edificio es de 29 acres. En cambio, los terroristas prefirieron estrellarse contra una fachada, aunque su altura fuese sólo de 24 metros. El avión se acercó repentinamente al suelo, como para aterrizar. Manteniéndose en posición horizontal descendió casi verticalmente, sin dañar las farolas de la autopista que bordea el estacionamiento del Pentágono, ni siquiera rozándolas con el soplo de su desplazamiento. Sólo fue seccionado un farol del estacionamiento.
El Boeing chocó contra la fachada del edificio a la altura de la planta baja y la primera planta. Todo sin dañar el magnífico césped en primer plano, ni el muro, ni el estacionamiento, ni el helipuerto. En efecto, en ese lugar hay una área de aterrizaje para pequeños helicópteros. A pesar de su peso (un centenar de toneladas) y de su velocidad (entre 400 y 700 kilómetros/hora), el avión sólo destruyó el primer anillo de la construcción.
El choque se sintió en todo el Pentágono. El combustible del avión, que se almacena en las alas del aparato, se inflamó y el incendio se propagó por el edificio. Encontraron la muerte 125 personas, a las que cabe añadir las 64 personas que viajaban a bordo del Boeing.
La casualidad (?) quiso que el avión chocara contra una parte del Pentágono que estaba en reparación. Se acababa de acondicionar el nuevo Centro de Mando de la Marina. Varios despachos estaban desocupados, otros estaban ocupados por el personal civil encargado de la instalación. Lo que explica que las victimas fueran mayoritariamente civiles y que sólo hubiera un militar (un general) entre estas. Media hora más tarde se desplomaron las plantas superiores. Estos primeros elementos son poco verosímiles. El resto de la versión oficial es francamente imposible.
Si se incrusta la forma del avión en la foto del satélite, se puede comprobar que sólo la narix del Boeing penetró en el edificio. El fuselaje y las alas permanecieron en el exterior. El avión se detuvo en seco, sin que sus alas golpearan la fachada. No se aprecia ningún rastro de impacto, salvo el de la nariz del avión. En realidad, deberían verse las alas y el fuselaje en el exterior, de hecho, en el césped.
Mientras que la nariz del avión está fabricada con una aleación de un compuesto susceptible de fundirse rápidamente y las alas que almacenan el combustible pueden arder, el fuselaje de un Boeing es de aluminio y los reactores son de acero. Tras el incendio el aparato tiene que dejar, necesariamente, restos calcinados. Si nos remitimos a la foto de AP (en la tapa) se puede observar manifiestamente que allí no hay avión. Sin embargo, la foto fue tomada en los primeros minutos: los camiones de bomberos ya habían llegado, pero los bomberos aún no se hablan desplegado (…).
Muchas personas que conducían su automóvil por la autopista que bordea al Pentágono, escucharon el ruido de un avión que pasaba sobre sus cabezas. El ruido era estridente, como el de un avión caza, no un avión comercial. Algunos dicen haber visto el aparato. Lo describen corno un pequeño avión de ocho o diez pasajeros, no como un Boeing 757. Danielle O’Brien, controladora aérea del aeropuerto Bulles, describió a ABC News la manera de comportarse del aparato, visto en el radar. Volaba aproximadamente a 800 km/h. En primer lugar se dirigió hacia el espacio aéreo protegido de la Casa Blanca y del Capitolio, luego viró oblicua y brutalmente sobre el Pentágono. A ella y sus colegas no les cabe la menor duda, dado la velocidad y su capacidad de maniobra, que no podía ser un avión comercial sino sólo un aparato militar.
El aparato penetró en el edificio sin causar daños importantes en la fachada. Atravesó varios de los anillos del Pentágono, abriendo en cada bloque que atravesaba un agujero cada vez mayor. El orificio final, de forma perfectamente circular, medía alrededor de 2,30 metros de diámetro. Al atravesar el primer anillo del Pentágono, el aparato provocó un incendio tan gigantesco como repentino. Del edificio salieron llamas inmensas que lamían las fachadas. Se retiraron con la misma velocidad, dejando detrás de ellas una nube de hollín negra. El incendio se propagó en una parte del primer anillo del Pentágono y en dos corredores perpendiculares. Fue tan repentino que las protecciones contra incendios fueron ineficaces.
Todos estos testimonios y observaciones podrían corresponder al disparo de un misil de última generación del tipo AGM, provisto de una carga hueca y una punta de uranio empobrecido del tipo BLU, guiado por GPS. Este tipo de aparato tiene la apariencia de un pequeño avión civil, pero no es un avión. Produce un silbido comparable al de un avión caza, puede ser guiado con la precisión suficiente como para entrar por una ventana, perforar los blindajes más resistentes, y provoca —independientemente de su efecto de perforación— un incendio instantáneo que emite un calor de más de 2000° Celsius.
Por otra parte, sólo un misil del ejército de los Estados Unidos de América que emita un código conocido puede entrar en el espacio aéreo del Pentágono sin desencadenar el disparo de los antimisiles. Este atentado no puede haber sido Cometido más que por militares estadounidenses contra otros militares estadounidenses».