Luis Bilbao
La burguesía y sus sostenes apuestan a un plan desarrollista que todavía no ha arrancado. Aun exitoso, sería de corto aliento y funesto desenlace. Muchos parecen haberlo comprendido.
Si la racionalidad rigiera los pasos de las clases dominantes, todos sus esfuerzos estarían apuntados a resolver los inmanejables desequilibrios macroeconómicos heredados por Mauricio Macri y los efectos sociales de ese descontrol, dramáticamente agravados en los últimos siete meses. Pero no: cada paso de los enclenques aspirantes a representantes del capital están guiados desde ahora mismo por las elecciones legislativas de medio término, a realizarse en 2017. Incapaces de enarbolar un proyecto de país, argumentan naderías para lograr un cargo en el ineficaz y corrupto aparato del Estado.
Otro rasgo común en esta desatinada carrera es que todas las corrientes políticas –con excepciones que hasta el momento no pesan– se muestran convencidas de que lograrán mejorar cualitativamente su paupérrimo desempeño electoral a expensas de la disgregación del peronismo en general y del llamado kirchnerismo en particular, sin romper con el marco general. En otras palabras: ninguna formación política confía en sí misma para convocar la voluntad nacional y tejen tácticas de “ave de pico encorvao”, como diría Martín Fierro.
Realidad y expectativas
Unos pocos datos de la marcha económica permiten mostrar la distancia entre tales expectativas electoralistas y la realidad previsible.
Después de cuatro años de estancamiento y recesión, con una media inflacionaria alrededor del 30%, Argentina aceleró su caída desde diciembre de 2015. El Gobierno puede jactarse, a justo título, de haber impedido el por entonces imparable deslizamiento hacia la hiperinflación, como quedó señalado en su momento en estas páginas. Pero el costo fue elevadísimo. Según consultoras privadas la actividad en su conjunto cayó más del 3% en junio, con relación al mismo período del año anterior. Los datos oficiales, ahora creíbles tras el trabajo de restauración del Indec a cargo de Jorge Todesca, dan una cifra superior.
Arrastrada por el freno a la obra pública desde septiembre de 2015 y más aún desde enero 2016, la caída anualizada en la construcción fue del 10,3%. En el mismo período, la inflación se elevó al 47%, contra salarios con aumentos entre el 30 y, en pocos casos, el 35%. A causa de una cosecha gruesa sensiblemente disminuida, por razones de arrastre, el sector agropecuario cayó un 8,7%. La recesión en Brasil dio el golpe de gracia a la industria en Argentina
Contrariando histéricas denuncias de “neoliberalismo” el Gobierno llevó el déficit fiscal del primer semestre a 217.039 millones de pesos, 39,5% mayor al del mismo período de 2015. El desbalance heredado anual del 7% del PIB se proyectaría así a más del 8%, aunque en Hacienda aseguran que el segundo semestre tendrá una caída significativa y acabará 2016 por debajo del 5%. Esperar y ver.
Estos guarismos tuvieron un efecto social paradojal: la mantención y aumento del déficit fue volcada a ampliación y aumento de subsidios para las franjas más pobres de la sociedad. Los aumentos de tarifas –particularmente electricidad y gas, realizados con sorprendente incapacidad técnica– provocaron marchas y contramarchas de elevado costo político. Pero lo central es que afectan a las capas medias bajas y medias, así como a sectores privilegiados del movimiento obrero, no alcanzados por subsidios y ayudas especiales.
En medio del vendaval, el gobierno nacional y su principal punto de apoyo, el de la Provincia de Buenos Aires, pusieron especialísima atención a los sectores desocupados o de ocupación informal, volcando sobre ellos más subsidios y atención social. No por acaso el semanario inglés The Economist condenó la política económica oficial y los liberales clásicos vernáculos elevaron el tono de sus quejas, identificando a Macri con Néstor Kirchner y Cristina Fernández, diferenciándolos apenas por “sus buenos modales”.
Una inmediata traducción política de estos malabares económicos fue la aproximación de intendentes peronistas de Buenos Aires a la gobernadora María Eugenia Vidal, cuando aquellos percibieron que podían dar continuidad a sus prácticas locales con el nuevo gobierno, en tanto el peronismo se desgrana y ofrece escasas perspectivas políticas para el año próximo.
Conscientes de los riesgos planteados, las diferentes fracciones de la burguesía extienden el crédito a Macri. Otro tanto hace la dirigencia sindical, encaminada a unificarse el 22 de agosto, emitir un duro documento en esa fecha, preparar una marcha para septiembre y… considerar la perspectiva de un plan de lucha para los meses siguientes.
Gobierno y oposición burguesa desestiman la gravedad de la situación económica internacional. No pocos analistas se atreven a sostener incluso que esa crisis “abre una oportunidad” para Argentina. La tilinguería teórica compite con la superficialidad de los políticos. Como sea, la coalición Cambiemos necesita una tregua para intentar que la caída económica y el alza inflacionaria reviertan.
“Reactivación o muerte”, parece ser la consigna del elenco ejecutivo. Esa apuesta, cifrada en un blanqueo de capitales que espera recuperar entre 20 y 60 mil millones de dólares antes de abril de 2017, más capitales llegados de un puñado de aliados y la puesta en marcha a pleno de un ambicioso plan de obras públicas, supone un drástico cambio de tendencia económica para el primer trimestre de 2017 y la consecuente recomposición de coaliciones para las legislativas, clave política en la cual Macri se juega, nada menos, su continuidad o su caída.
La fuerza de Macri
Ese inusual margen de maniobra para un oficialismo ultraconservador, impensable en otros períodos de la historia argentina, se explica por una suma de factores:
– colapso del ya prácticamente inexistente Frente para la Victoria, encabezado por Cristina Fernández, que a su vez arrastra al PJ y al conjunto del peronismo;
– incapacidad estructural de las clases medias bajas (las más afectadas en esta fase, como se ha dicho) para articular una respuesta política al margen de los partidos de la burguesía;
– calculada pasividad de las cúpulas sindicales;
– parálisis sin precedentes del movimiento obrero;
– re-cooptación por parte del oficialismo de movimientos sociales dependientes de subsidios y otras formas de manipulación política.
Ninguno de los factores señalados se sostendría sin otro, cuyo peso reside paradojalmente en su ausencia: una propuesta de cambios raigales, encarnada en estructuras y dirigentes confiables, articulada con vigor e inteligencia por las vanguardias políticas y de clase, a través de una organización de masas capaz de resolver la dramática orfandad estratégica de 8 de cada 10 ciudadanos. Aun así, la buena teoría advierte que explosiones espontáneas de cualquier sector social pueden obrar como detonante de un polvorín de alcance nacional. De hecho, como leve advertencia, ciertas encuestas indican que a fines de julio la imagen positiva de Macri cayó al ritmo de la economía, mellando su único capital político.
Objetivo en disputa
De acuerdo con su naturaleza, corrientes defensoras de un “capitalismo humano” o tendencias volcadas sin pudor al reformismo liberal, se muestran encaminadas a converger para formar en 2017 un amplio frente llamado “de centro izquierda”. El artilugio se empleó cinco veces en los últimos 20 años. Volverá a ensayarse esta vez, con algún integrante de más o de menos, pero sin falta.
Es presumible que en esta sexta oportunidad los habitués del punto medio (¡aurea mediocritas!) tengan una dificultad impensada. La misma polarización subterránea que impide a Macri aplicar un plan de acción inmediato diferente al de sus antecesores minimizará el espacio del así llamado “centro”, que con aditamento de izquierda o derecha viene a sostener el sistema. El grueso de la sociedad tenderá a buscar respuestas netas frente a una no menos diáfana división de las clases en pugna, con un elenco sin antifaz en el poder.
Un aspecto central de la estrategia de Macri es el realineamiento internacional por el que conduce al país. Allí sí, sin subterfugios, Cambiemos revela su verdadera condición. De paso, arrincona a quienes tratan de encontrar “el justo medio” entre Washington y el Alba. Ni la desembozada colaboración del Papa permitirá hallar esa inexistente bisectriz.
Como está a la vista, sea mayor o menor el éxito en el corto plazo del plan desarrollista de la burguesía, el país aceleraría por la pendiente de la disgregación, la decadencia, la confrontación de todos contra todos. En suma: el fascismo.
No obstante, en este panorama hay elementos novedosos. Hoy apenas visibles pero de enorme potencialidad transformadora. Desde hace meses se reúnen en silencio decenas de organizaciones identificadas en la búsqueda de una alternativa anticapitalista a la crisis en curso. Parece haber calado en miles de activistas la idea de un Partido de masas, plural, democrático, antimperialista y anticapitalista. Parece imponerse el hecho objetivo de la contraofensiva imperial y la urgencia por trazar una estrategia alternativa capaz de hacerle frente. Se verá en los próximos meses si este empeño logra afirmarse. Es la única incógnita real del futuro político argentino.