Carlos Borgna
Mataron a Silvia Suppo. Desde el primer momento – a los 45 minutos para ser precisos – supimos que eran dos personas, que había sido un robo seguido de asesinato, se pusieron en boca de ella moribunda, palabras para asegurar los hechos y al día siguiente, hasta afirmaron que el crimen estaba resuelto con el curioso dato de que los posibles autores no estaban todavía detenidos -; es decir un operación de prensa, que como toda relación, necesita de -en este caso- periodistas y medios que repitan esa versión de los hechos sin preguntar o permitirse sugerir otra hipótesis.
Es necesario que se sepa que muchos no hemos llegado a esta altura de nuestras vidas, como para “comprar” este relato de lo sucedido con Silvia, sin plantearnos todas las dudas que tenemos o desconociendo su historia y el contexto actual de su militancia por los derechos humanos.
Hay muchísima gente en Rafaela, que no tiene nada que ver con nuestra experiencia política en los años 70, que descree de lo que “oficialmente” se relata, y que hace análisis simples y sencillos, y la situación “no le cierra”.
Silvia Suppo fue una testigo clave en la causa Brusa – hecho que no debe relativizarse en absoluto – y era la principal en el secuestro y desaparición de Reynaldo Hattemer. Esto ya algunos lo conocían desde hacía tiempo y otros, hace un par de semanas que terminaron por enterarse.
Pero lo que no se ha analizado en profundidad es la relación del testimonio de Silvia con la sociedad rafaelina. Ella narró ante el Juzgado Federal hechos y mencionó una cantidad importante de personas de Rafaela que –ya fallecidos, jubilados de sus empleos o profesiones o en actividad todavía -, reportaron en la policía provincial, o como personal civil de inteligencia participando de distintas maneras del aparato represivo que funcionó en nuestra ciudad.
Es decir, esa gente es responsable de torturas, seguimientos, secuestros, y hasta de desapariciones. Durante todos estos años de democracia transitaron las calles libremente, compartieron empleos, bares, y esparcimientos con el conjunto de los ciudadanos rafaelinos.
Ningún familiar de las víctimas, ex – detenidos, amigos o militante político cometió alguna agresión contra ellos, ni produjo actos de venganza; se eligió el camino de la ley para exigir justicia.
Resulta entonces sugestivo que algunos ahora expresen que a Silvia la mataron “porque era montonera”, o sea, inculpando a la víctima de su propio crimen, o el famoso “por algo será que estuvo presa”. Otros al ver el video o las declaraciones realizadas en su momento por ella, se han atrevido a señalar “no generemos odios o divisiones en la sociedad rafaelina”.
La clase media de nuestra ciudad es de recuerdo corto y memoria frágil. En los años 70 muchos de sus hijos dilectos (egresados con altas calificaciones en los respectivos colegios secundarios, con promedios o carreras notables en la universidad) eran detenidos, desaparecidos, morían en enfrentamientos o simplemente se sabía que habían logrado escapar al exterior.
Fue tal la dosis de hipocresía de aquella época, que en cambio de preguntarse que estaba pasando en el país, que sucedía en la propia sociedad, miraron para otro lado, e inclusive buscaron responsabilizar a cualquiera por la suerte de decenas de jóvenes nacidos y crecidos en Rafaela. Alguien debía tener la culpa y escondieron las miserias individuales y colectivas debajo de la alfombra.
Hoy algunos de ellos repiten el mismo esquema de análisis, exponen similares interrogantes, expresan parecidos argumentos. Y de paso pretenden convertir a las personas que lavan autos en victimarios y no en una de las expresiones visibles de la desigualdad y la falta de políticas sociales que afloran en nuestra comunidad.
En Argentina, mientras tanto, continúan los juicios a los responsables del terrorismo de estado, represión que sólo pudo llevarse adelante con el apoyo de amplios sectores civiles. Todas las semanas nos enteramos de una nueva atrocidad, mes a mes se van recuperando chicos apropiados y muy lentamente se asume la magnitud de esa tragedia. Es un aprendizaje doloroso en donde se sigue –especialmente en nuestra provincia – amenazando testigos, produciendo actos intimidatorios y acciones para sembrar el miedo y la desazón en los querellantes.
La memoria es una hermosa herramienta para construir futuro, para hacer justicia, para consolidar la democracia. Por lo tanto seguiremos yendo a declarar, dando testimonio, buscando pruebas, y como en el caso de Silvia Suppo –hasta el último segundo de vida que tengamos – exigiendo el esclarecimiento total y definitivo sobre las circunstancias en que la mataron.