No hubo momento más propicio para que ese cambio se diera. La administración de Bush Jr., no solo creó una política expansionista comparable solamente con la implementada por los nazis en 1930, sino indujo a le economía mundial a un descalabro del cual no ha podido recuperarse. En su afán de legitimar las guerras contra Afganistán e Irak, propició un ambiente de inseguridad y de terror al interior de los Estados Unidos cuyo objetivo era la implantación de la LEY PATRIOTA , para perseguir a aquellos que cuestionaban su política exterior. La sociedad estadounidense exacerbó su división interna: un sector conservador que veía con buenos ojos la política expansionista y la gran mayoría que había perdido la esperanza en el AMERICAN DREAM. El mundo “civilizado” se desenmascaraba y retornaba a la barbarie.
Barack Obama un intelectual y orador carismático se presentó como el mediador para dirimir viejos rencores entre blancos y negros, y como la esperanza de las nuevas generaciones para recuperar las oportunidades perdidas. Por eso, centró su campaña política en el slogan “YES, WE CAN”, con el cual la mayoría de votantes en los Estado Unidos se sintió identificado, cuando escuchaban al orador de Illinois ofrecerles terminar con la guerra de Afganistán e Irak, al mismo tiempo que ofrecía desmantelar la cárcel de Guantánamo tan cuestionada por detenciones ilegales y la permanente violación a la dignidad de los recluidos. Los inmigrantes se sentían aliviados al escucharle decir que se plantearía una nueva política migratoria que brindara a todos las mismas oportunidades. El mundo esperaba un viraje en la política exterior, terminar con el expansionismo y belicismo respetando la libre autodeterminación de los pueblos.
Un año después el gobierno de Obama se ha convertido en una esperanza fallida para quienes creyeron en él. Repensemos los ofrecimientos de campaña. Poner fin a la guerra Afganistán-Irak y desmantelar Guantánamo han quedado en una simple ilusión, sobre todo cuando la política exterior y los procedimientos de guerra han terminado en un mayor presupuesto militar, fundamentado en la continuidad del expansionismo estadounidense. Para los países del tercer mundo, pero principalmente para los países de América Latina la popularidad de Obama ha quedado en la llanura, debido entre otros factores a la política de agresión al incrementar el número de bases militares, promover golpes de Estado y disfrazar de ayuda humanitaria las invasiones militares injustificadas en aquellos países caídos en desgracia.
Al interior de su país, Obama ha debido observar el declive de su popularidad. Las viejas generaciones, así como las medianas y las nuevas generaciones han debido enfrentar el incremento del desempleo como consecuencia de la crisis económica que afecta a quienes dependen de un salario. Los inmigrantes observan con asombro y desesperanza como las políticas migratorias creadas por el ala conservadora de ese país continúan expulsando a los latinos, quienes confiaban estar representados por Obama el partido demócrata al ganar las elecciones de noviembre de 2008. El American Dream parece más una pesadilla.
De forma aditiva, su estrategia de campaña de llevar al oponente hacia la esquina en la arena política, se ha volteado contra él. La derecha de ese país ha creado una campaña mediática que lo ha llevado a las cuerdas. Ha sido acorralado evidenciando con ello que las decisiones políticas, económicas y sociales se determinan a partir de los intereses de las corporaciones privadas, atendiendo la supremacía blanca y su destino manifiesto de dirigir los destinos de aquellas sociedades inferiores y sin historia. Y en esa campaña mediática Obama es percibido con un color de tez más morena de lo que realmente es y se le acusa de comunista e impulsor de sentar las bases para el desarrollo del socialismo en ese país. El nuevo presidente ha debido tomar el poder en un momento histórico en el que el conservadurismo estadounidense se ha incrementado.
Desde un análisis crítico, debe entenderse que el Estado de los Estados Unidos es un Estado imperial. Esa ha sido la esencia de los métodos y técnicas de acumulación en la sociedad capitalista, la expansión y el irrespeto a las sociedades indefensas. Cualquier gobierno, cualquier presidente que tome control de la Casa Blanca no puede actuar en contra de la política exterior que responda a ese tipo de Estado, a ese tipo de intereses. Lo que es bueno para las corporaciones transnacionales es bueno para los Estados Unidos. Sería iluso pensar que un gobernante de ese país puede actuar de forma autónoma o respondiendo a los intereses del electorado para dar la espalda a las políticas imperiales.
LA PRIVATIZACIÓN DE LA SEGURIDAD SOCIAL
Desde antes de llegar a la Casa Blanca , Barack Obama había tomado la decisión de apoyar al gran capital cuando su antecesor George Bush trasladó, con dinero de los contribuyentes 700 mil millones de dólares a los bancos que provocaron la crisis económica mundial. Como candidato, Obama guardó silencio frente a esa política económica. Ya como presidente, dio la idea de crear un modelo de economía mixta al salvar de la bancarrota a General Motors con dinero del Estado, los sindicatos y la misma empresa. Por tal decisión, la euforia hacía pensar en los últimos días del llamado neoliberalismo, el mercado desregularizado encontraba su alternativa: patronos, trabajadores y Estado asociados para reactivar la economía en una etapa diferente de la sociedad capitalista. Una etapa en la que se podía pensar que la utopía era posible, una distribución de la riqueza de forma equitativa entre las distintas partes asociadas en la generación del capital.
El espejismo de la ilusión chocó con el muro de la realidad, el neoliberalismo no ha muerto y continúa promoviendo la concentración y la centralización del capital. Recientemente se ha celebrado por todas partes, que el gobierno de Obama ha permitido ampliar la seguridad social a los casi 50 millones de personas que no recibían este beneficio. Ahora solamente 23 millones de personas quedarán sin la cobertura del seguro médico en los próximos diez años. Para todos resulta sorprendente que el país más rico del mundo ha negado ese beneficio a tan importante número de seres humanos, pareciera una deuda social de los países del tercer mundo, pero se da allí en el centro hegemónico mundial.
Oponerse a la ampliación del seguro social en aquel país, sería ir contra la racionalidad humana. No obstante, el problema radica en el procedimiento que se seguirá para la ampliación de la cobertura de salud. Las aseguradoras privadas han iniciado a preparar las pólizas de los seguros que sacarán al mercado para ampliar la cobertura médica, quedando fuera de la posibilidad de adquirir estas pólizas como del seguro anterior los inmigrantes indocumentados. Pero una persona, un ciudadano estadounidense que ahora tenga 50 años de edad y que haya aportado al sistema de seguridad desde los 16 años cuando inició a laborar, habría aportado aproximadamente en esos treinta y cuatro años 25 mil dólares, dinero que perdería al trasladarse al nuevo programa en el que las aseguradoras percibirán los aportes de todos los ciudadanos que laboran y que desean tener cobertura médica.
La ampliación del sistema sanitario en los Estados Unidos va orientada a ceder beneficios al gran capital. En su primer año de gobierno Obama no ha hecho más que lo mismo que hiciera su antecesor, salvar de la crisis al capital financiero a costa del dinero de los contribuyentes. ¿Puede considerarse de progresista un programa de salud privatizado? La venta de las pólizas para los nuevos seguros es eso, beneficios para las aseguradoras vinculadas al gran capital bancario. Lo progresista es solamente su ampliación, pero los niños, ancianos y jóvenes latinos indocumentados quedan fuera del sistema. ¿Se dará alguna reacción social al interior de los Estados Unidos por este cambio en el seguro social? Los contribuyentes consideran que no saben que sucederá porque no aceptan que su dinero pase a manos privadas. En ese país se están dando las condiciones de lo que se ha considerado impensable, una revuelta social en contra de los poderes establecidos.