Por Eduardo Porter
La malaria ha asediado a la humanidad durante siglos. Cientos de miles de niños mueren cada año a causa de esta enfermedad. Teniendo en cuenta el tamaño del mercado, ¿por qué será que las compañías farmacéuticas no han desarrollado una vacuna contra el parásito mortal que causa la enfermedad?
La respuesta es sencilla: inventar una vacuna para niños pobres, que no podrían pagar por ella, no es negocio.
El año pasado, GlaxoSmithKline finalmente dio a conocer la primera vacuna contra la malaria que se somete a grandes pruebas piloto entre niños africanos. Pero esto no representa una victoria para el libre mercado, ni para la idea de que el lucro es el mejor motivador de la invención. La Fundación Bill y Melinda Gates, que no tiene fines de lucro, asumió buena parte de la factura. Y Glaxo no espera hacer dinero con su inversión.
La falta de interés de la industria farmacéutica, que genera enormes ganancias protegidas por una red de patentes que se hacen cumplir en todo el mundo, plantea una pregunta importante.
¿Necesitamos otra forma de estimular la innovación y diseminar nuevas tecnologías con rapidez en el mundo? ¿Las patentes, que recompensan a los creadores dándoles un monopolio legal sobre sus invenciones durante muchos años, son la mejor forma de impulsar nuevos inventos?
La pregunta va mucho más allá de cómo desarrollamos medicamentos que salvan vidas. Adquiere mayor relevancia en un mundo amenazado por el cambio climático, un mundo con prisa por descubrir y diseminar nuevas tecnologías para reemplazar a los combustibles fósiles como fuentes de energía.
El debate sobre las patentes y la propiedad intelectual fue tema central en las negociaciones hacia el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. El gobierno de Obama, incitado por la industria farmacéutica, insistió en protecciones todavía más estrictas para las patentes. Otros países, en cambio, argumentaron que constituyen barreras excesivas para el acceso de los países pobres a tecnologías que pueden salvar vidas.
Ahora el argumento está haciendo eco en el debate climático.
“Este fue un tema muy polémico en las negociaciones internacionales sobre el clima que condujeron a la cumbre de Paris en diciembre”, comentó Robert N. Stavins del Kennedy School of Government en Harvard, quien fue uno de los principales autores que coordinaron el capítulo sobre cooperación internacional en el informe de evaluación más reciente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.
Un grupo de países encabezado por la India estaba a favor de transferir los derechos de la propiedad intelectual sobre nuevas tecnologías de energía limpia a las naciones en desarrollo para acelerar su difusión. El profesor Stavins tiene un contraargumento: “A largo plazo, si no hay derechos de propiedad, se acabará con el incentivo para desarrollar la siguiente generación de tecnologías”.
La batalla contra el cambio climático apenas empieza; hay pocas pruebas empíricas de los efectos de las patentes sobre la invención o difusión de la tecnología de energía renovable. Pero la evidencia de otras industrias en las que se han intensificado las protecciones a la propiedad intelectual en nombre de la innovación ha sido sin duda contradictoria.
Pensemos en el Acuerdo de la Organización Mundial del Comercio sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio que tiene una vigencia de 22 años, conocido como ADPIC, el primer convenio para proteger las patentes en todo el mundo. A los países en desarrollo se les dijo que promovería su acceso a la innovación. Las multinacionales estarían más dispuestas a transferir nuevas tecnologías cuando tuvieran seguridad de que sus ideas no serían pirateadas. El acuerdo se supone que fomentaría la inversión extranjera en la investigación y el desarrollo local.
¿Funcionó? Un estudio sobre el impacto de los ADPIC en 60 países concluyó que el acuerdo fomentaba el acceso a la tecnología: pocos medicamentos nuevos eran introducidos en países donde no estaban protegidos por patentes. Los medicamentos patentados seguían siendo más caros que los genéricos, pero su precio era menor en los países más pobres.
Pero otro estudio de los ADPIC concluyó que, si bien las patentes generaban un incentivo para la investigación y el desarrollo en los países de alto ingreso, no fomentaba más investigaciones en tratamientos contra enfermedades como la malaria, que afectan a los más pobres del mundo, pero que no tienen un mercado entre los países ricos.
La protección estricta de la propiedad intelectual puede ser contraproducente, pues dificulta que inventores en países en desarrollo traten de innovar basados en los inventos extranjeros.
Con frecuencia se abusa de la protección. Por ejemplo, diversos estudios han documentado cómo las compañías farmacéuticas engañan al sistema. Cuando expiran las patentes originales de sus medicamentos, desalientan la entrada de rivales genéricos más baratos al obtener patentes “secundarias” que abarcan ligeras variantes con poco o nulo valor médico.
Un estudio descubrió que cientos de patentes secundarias pesaban sobre dos medicamentos antirretrovirales para combatir el VIH, retrasando con ello la entrada de la competencia genérica por 12 años.
Si las patentes excesivamente estrictas sobre medicamentos pueden ser contraproducentes, el argumento en su contra es aún más poderoso en otras industrias. En tecnología, por ejemplo, las patentes a menudo obstaculizan las innovaciones basadas en inventos anteriores.
“No creo que necesitemos patentes más fuertes de las que tenemos ahora”, dice Bronwyn H. Hall, una experta en propiedad intelectual de la Universidad de California en Berkeley. “Con la excepción del sector farmacéutico, y algunas empresas en otros sectores, mucha evidencia sugiere que las empresas no consideran a las patentes como indispensables para lucrar con sus invenciones”.
Una pregunta clave es: ¿Qué es más importante, difundir las tecnologías de energía limpia que conocemos a través de los países en desarrollo, donde su uso está aumentando con rápidez, o inventar tecnologías totalmente nuevas?
No es muy sorprendente que la respuesta dependa de dónde te encuentres. “Sí queremos una fuente de nuevas tecnologías”, explica Ambuj D. Sagar, profesor de estudios de políticas en el Indian Institute of Technology Delhi. “Pero lo más importante ahora es la difusión, dado el poco tiempo que tenemos para hacer avances importantes”.
Adam Jaffe, uno de los principales autores del tercero y el quinto informe de evaluación del grupo sobre el cambio climático, quien ahora dirige la fundación de investigación Motu Economic and Public Policy Research en Wellington, Nueva Zelanda, está en desacuerdo. La difusión de tecnología, dice, aún no es un problema: “Hoy el problema es inventarla”.
Sin lugar a dudas, los sistemas de energía no son lo mismo que los medicamentos, cuya invención es difícil, pero son fáciles de fabricar. Las tecnologías de energía más populares que se diseminan por el mundo —como los páneles solares hechos en China— son poco innovadoras. El financiamiento y el conocimiento son los obstáculos más significativos para la difusión de sistemas de energía limpios en los países pobres que los derechos de propiedad intelectual.
A pesar de ello, las patentes de tecnologías de energía limpia han ido aumentando un 20 por ciento anual durante las últimas dos décadas aproximadamente, de acuerdo con un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, la Oficina Europea de Patentes y el Centro Internacional para el Comercio y el Desarrollo Sostenible.
“Es necesario mejorar las condiciones del mercado y fomentar las licencias para aumentar la transferencia de tecnologías a los países en desarrollo”, concluye el estudio.
Los críticos, la mayoría de izquierda, han recomendado en repetidas ocasiones debilitar o incluso eliminar patentes, que, argumentan, imponen costos excesivos al aumentar los precios de los medicamentos y restringir su acceso. Las propuestas incluyen desde hacer que el gobierno compre la mayoría de las patentes de medicamentos y las ponga en el dominio público hasta ponerle precio a los medicamentos usando una fórmula basada en los beneficios del tratamiento.
En el caso de la tecnología de energía renovable, un estudio de la profesora Hall de Berkeley y Christian Helmers del Center for Economic Performance en Londres observó que “puede ser que proteger las patentes no sea el instrumento ideal para fomentar la innovación”.
A fin de cuentas, los países ricos acabarán pagando por la difusión de energía limpia entre el mundo pobre de una forma o de otra. ¿Por qué no crear un fondo global sustentado por los gobiernos para comprar propiedad intelectual a nombre de las naciones más pobres? Otra idea: financiar premios para alentar la innovación orientada a resolver los problemas de los países pobres.
La invención de tecnologías renovables y su difusión en el mundo ya está rezagada. No tenemos tanto tiempo como el que se necesitó para crear una vacuna contra la malaria.