Mario Wainfeld

 

Cada 24 de marzo se reinventa una tradición, se reitera, se renueva. Cada vez es única y una más… son las primeras líneas de su mensaje. Las siguientes se inscriben en la coyuntura: emiten señales sobre los tiempos que corren, vuelan, alegran o lastiman. El jueves, muchedumbres se volcaron a las calles y los espacios públicos de toda la Argentina cuyo centro fue la Plaza de Mayo a la que acudieron dos movilizaciones. La central que es aquella que encabeza hoy y siempre “la columna de las Madres y las Abuelas” bajo la interminable bandera con imágenes de compañeras y compañeros detenidos-desaparecidos. “Las viejas” porfían en moverse, en estar al frente.

Los manifestantes de las dos CGT y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) fueron la nota del día, participaron justo detrás de la imbatible columna-madre. “Los organismos” bregaron para que se plasmara tanta visibilidad que es protagonismo, nada convencional.

Los ataques del gobierno de Mauricio Macri a trabajadores, los despidos realizados sin cumplir recaudos legales, con el condimento del desprecio y el mal trato, van en pos de perforar un umbral irrenunciable. La representación gremial coloca en el escenario a “los derechos humanos de hoy”, los que “todos” definen como esenciales.

El mensaje se suma a los de otras tardes: cuando se comenzó a definir a la dictadura como “cívico-militar”, un avance conceptual en su elaboración. O cuando se identificaron con nombres y apellidos de empresarios o patronales a los instigadores del golpe de Estado, cómplices o partícipes necesarios de sus acciones criminales.

La asistencia congrega cuatro generaciones, que van nutriéndose según corren los años. Imposible hacer la estadística cabal pero se puede apostar que una primera minoría de la multitud podía encasillarse en los sub 30.


El subte va abigarrado, a primera hora de la tarde. Hay silencio en el vagón y en los aledaños. Tanta gente, a esa hora, en el feriado largo… La calma no engaña, van a la Plaza. Una muestra de la “gente suelta”, la que se arrima por la libre, con sus afectos o dispuesta a encontrarse con ellos en un ratito.

El cronista fantasea con lanzar una consigna clásica, como “Madres de la Plaza…” o una nueva “Vamos a volver…” para desatar el fenómeno que narrará en la crónica. Está de moda el género del documentalista participativo, que azuza el eje de la narración. Pero uno no curte ese formato, no es un Michael Moore del Sur.

La presunción es certera, magro mérito: era sencillo. Nadie baja en las paradas intermedias, todos derivan en la estación Catedral, en las puertas mismas de la Plaza. El silencio o los susurros derivan en pasos veloces. Hay que estar.

Clase media, “gente suelta” es la muestra del vagón. Su total se cuenta por millares, se disemina en las calles adyacentes o se suma a las columnas.

Agrupaciones políticas, sociales, colmadas o pequeñas son el flanco organizado del conjunto. Las veredas aplauden a la calle. Es un rito clásico.

“¿Somos más que el año pasado?” se autoindaga o se afirma. El detalle queda para quien haya tenido visión panorámica.


Estela de Carlotto está bella y luminosa, a su edad. Cuida la pilcha y el maquillaje sin resignar la bravura. Todo en su trayectoria honró la vida. Es, opina uno, la más alta autoridad moral de este país: hay unas cuantas, tampoco taaantas. La labor de las Abuelas continúa, se adecua, apela a la creatividad, cada espacio ganado es preludio de una nueva movida.


Volvamos al subte. En las columnas de los pasamanos penden pequeños carteles, confeccionados a mano, bien hechitos. En letras rojas y azules consta: “Vos podés ser uno de los nietos que estamos buscando. Si naciste entre 1975 y 1980 y tenés dudas sobre tu origen consultá en Abuelas”. Una silueta recortada en el papel llama a mirar y a asociar.


Ciento diecinueve nietos recuperados es un logro social asombroso e incompleto. Cada recuperación de identidad refuerza un camino de conquistas.

En la etapa kirchnerista se dinamizó el milagro de la voluntad, en parte por la evolución de la sociedad, en parte por aportes mediáticos como el teleteatro Montecristo y en buena dosis por apoyos estatales variados.

El argumento macrista “es un tema de la Justicia” subestima la ramificación de la búsqueda de verdad y justicia. El Ejecutivo le hurta el cuerpo a un activismo fundamental. El compromiso se mide en organismos, en personal público que trabaja en temáticas anexas, en dotación de recursos económicos. ¿Cuánto vale en la balanza del ministro Alfonso Prat-Gay una identidad recuperada? ¿Cómo se sopesa en su concepción del “gasto social”? Para sostener políticas públicas se marcha también, cómo que no.


Pluri generacional y poli clasista la asistencia. Pluralista políticamente: “la izquierda” se movilizó un rato más tarde junto a la Central de Trabajadores Autónoma.

Una pancarta identifica al Frente de Estudiantes del Conurbano. Algo menos que cien, si se cuentan un par que se sienta en la vereda a descansar o bardear o van a un quiosco por vituallas o bebidas. Un piberío frondoso. Morochitos y morochitas, sonrisas que surcan rostros felices. “La consigna es la unidad” corean y bailan.

Columnas de La Cámpora, de agrupaciones sociales kirchneristas, de algunos de los partidos de izquierda también expresan al sector más humilde de la clase trabajadora.


Para este diario jamás fue serio el eje argumental: “Van por el chori, los cargan en los bondis”. Ni sus sofisticaciones del siglo XXI: “Les garpan con la Blackberry”. Las reseñas de años previos refutaron esa falacia desdeñosa que define mejor a quien la vierte que al descripto.

El pueblo, en cualquiera de sus vertientes, no es manada que sube al transporte contra su voluntad o sin ella.

La euforia no se imposta. Imposible que haya decenas de miles de actrices o actores tan amateurs como creíbles representando alegría, fervor, ganas de darle a los parches y redoblantes, iluminar las caras con la incomparable alegría de congregarse por una causa.

La Vulgata arrogante se derrumba cuando el kirchnerismo fue desplazado al llano, voto popular mediante. Cuadras y cuadras de cuerpos apretados, jóvenes en proporción abrumadora.

La Cámpora embandera las más masivas, cuadras y cuadras. Haga la cuenta, 100 metros cada cuadra de las avenidas, 800 metros cuadrados o 1000, multiplique por la densidad que elija. ¿Veinte mil, treinta mil? Al fin de cuentas da lo mismo, el apoyo se sostiene y expresa. La consigna acuñada en los años más propicios “te juro que en los malos momentos/los pibes vamos a estar” se corrobora sobre el pavimento. ¿Lo habrán sospechado, intuido? En cualquier caso, la promesa se está honrando.


Se (re)clama en la calle y en el palco por la libertad de Milagro Sala, presa política sin proceso ni condena. La demanda es situada, presente rabioso.

El presente bulle, se renuevan denuncias de violencias institucionales que inculpan a gobiernos anteriores. Sus nombres e imágenes suman a la nómina de los reclamos por justicia.

El gatillo fácil se ensaña con jóvenes de los conurbanos como los secundarios que marchan, como aquellos que estudian en universidades que empiezan a ser jaqueadas por el discurso oficial. La asfixia presupuestaria es una espada de Damocles en manos de egresados de universidades pagas que corporizan un clase social, que es la que gobierna hoy como bien describe el ensayista y académico Ernesto Semán.

Radios comunitarias propagaron los sucesos en toda la geografía nacional. El arrasamiento de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual va por ellas. Son voces alternativas, que se debió tutelar mejor en el ciclo kirchnerista y que ahora, llanamente se quieren acallar. Las leyes del mercado confrontan con el derecho a la comunicación. Ese es el cuchillo bajo el poncho del ministro Oscar Aguad, doctorado en convergencia, cuya ignorancia no lo hace menos peligroso porque los que escriben su libreto saben lo que hacen

En una notable columna publicada en el portal de este diario el viernes la periodista Ana Cacopardo habló del nexo irrompible entre presente y pasado. “Si la memoria de las atrocidades de la dictadura pierde su lazo con el presente, no seremos capaces de comprender que el horror del terrorismo de estado, no fue un cataclismo. No fue un rayo inesperado que cayó sobre un inmaculado cielo azul. Fue un camino que la sociedad argentina recorrió de a poco.” Quedarse puede equivaler a ceder, a dar pasos atrás.

Es erróneo exorbitar las comparaciones con la dictadura, un argumento simplista, que aplana diferencias sensibles, que tal vez no convenza a muchas personas del común. Para evitar las acechanzas lo mejor es enfrentar a diario las medidas que ponen en jaque derechos recuperados o en construcción.


Al principio las Madres y Abuelas hacían la ronda. Las marchas comenzaron en democracia y su genealogía es una historia en sí misma. La concurrencia se potenció en el vigésimo aniversario del golpe, en 1996. La de 2001 estuvo enmarcada por el rechazo colectivo al ministro de Economía Domingo Cavallo que la multitud asoció con una debacle para la sociedad, intuición que se corroboraría en pocos meses.

Hay ejemplos fuera de programa, impuestos por las circunstancias. Lo fue la convocatoria contra los indultos del ex presidente Carlos Menem en diciembre de 1990, bajo un sol africano en la que cundía la desazón de suponer que una etapa se habría cerrado, por voluntad de gobiernos populares. No fue así: sobrevinieron los juicios por la Verdad, los fundados en delitos que seguían penalizados como el robo de bebés. La peregrinación de las víctimas a otros países, avivaría el seso y el compromiso de jueces de otras comarcas, con Baltasar Garzón como emblema.

Las mareas de la historia corroboran que cualquier estadio es de tránsito y que la réplica se va conformando en los trances propicios y en los adversos.


Las ausencias y los silencios son tan estridentes como los gritos o las presencias. Los medios dominantes ningunearon la jornada, dedicándole apenas más centimetraje que al atuendo de las primeras damas argentina o gringa.

La Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN) brilla por ausencia y tienta pedir un habeas corpus por su secretario general, Andrés Rodríguez.

Entre la gente de a pie que colmó las Plazas no hubo defecciones, cambios de bando, intercambio de camisetas como en el Congreso.


Cuando los escépticos rentados o voluntarios quieren desmerecer actos de masas, comparan su número con el de quienes quedaron en sus casas o disfrutaron vacacionando en el feriado largo. Es una impostura vetusta.

La conjunción de los cuerpos es fuerza que gravita en la esfera política. No para variar velozmente las correlaciones de fuerzas en otros terrenos pero sí para demostrar presencia, organización, una sensibilidad colectiva que trasciende a los que pusieron el cuerpo. Re-unirse, re-organizarse no es poco si se asume que hay que elaborar la derrota y aprender en consecuencia. Nada se repite como calco en la historia.

Los ajenos tampoco captan que una conmemoración trágica constituye una comunión laica que entremezcla alegría y celebración. La acción colectiva siempre cataliza pasiones y repone esperanzas. Hace seis meses, por ahí, se sobrevaloraba la aprobación del gobierno y se subestimaba la virtualidad electoral de la oposición. Un resultado adverso, de consecuencias institucionales severas y prolongadas, trastrueca estados de ánimo y ennegrece el horizonte conceptual. Tal vez el optimismo exagerado recae en un pesimismo extremo. No bajar los brazos nunca, la eterna enseñanza de Madres y Abuelas es un mandato.

Centenares de miles de argentinos renovaron lazos y fuerzas y siguen marchando a construir una nueva historia, con cimientos firmes.

Las denuncias jamás alcanzan por sí solas. La multitud movilizada no traslada su imperio a las urnas, como se pudo chequear contados meses atrás. El gesto interesante de las Centrales obreras caminando juntas dista de ser el comienzo de una unidad dificultosa o de un contingente plan de lucha. Pero algo vibró en el aire el jueves, lo supieron los asistentes que volvieron fortalecidos… sería necio dejar de valorarlo y de trasladarlo a la acción cotidiana.

mwainfeld@pagina12.com.ar