Juan Romero
La particular situación que vive Venezuela, debe entenderse como una consecuencia múltiple de diversos procesos, tanto internos como externos concadenados dentro de la dinámica del sistema-mundo. Por un lado, la formulación del Proyecto Bolivariano, que el pasado 4F conmemoró 24 años de su praxis insurgente (1992-2016), significó de entrada una confrontación tanto con el capital trasnacional como con los elementos de una oligarquía articulada con los intereses mundiales. Uno de los elementos esenciales de los denominados Documentos del 4F (http://elperroylarana.gob.ve/catalogo/bibliotecas/4f/732-historia-documental-del-4-de febrero.html ), es el relativo a la formulación de una geopolítica propia, que permitiera acceder a un control más efectivo sobre la renta petrolera. Este tema, implicó de entrada un enfrentamiento con el tradicional papel de proveedor seguro que había tenido el país, desde los inicios de la explotación petrolera en la 1era década del pasado siglo XX.
El Proyecto Político formulado por Hugo Chávez, significó el relanzamiento del nacionalismo petrolero que había sido tan duramente castigado desde los tiempos del derrocamiento del líder iraní, Mohammed Mossadegh en 1953, que creó el Frente Nacional Iraní, cuyo punto de honor fue la defensa de las riquezas petroleras, afectando a la muy poderosa compañía Anglo-Iranían Oil (antecesora de las British Petroleum). Ese nacionalismo petrolero, relanzado por Chávez con la reunión de la OPEP en Caracas en el año 2000 (apenas un año después de asumir el poder), mostró la iniciativa de articular una política internacional no alineada a los intereses, no solo de EEUU, sino de los denominados Imperialismos Colectivos ( Unión Europea y Japón). Por otro lado, el propio Proyecto Bolivariano, significó una visión de país distinta de las formas de conciliación características de la democracia venezolana entre 1958-1998. Con ello, el enfrentamiento (y la conflictividad) fueron múltiples, en términos del factor apropiación de la renta petrolera. Este punto es esencial, para comprender los enfrentamientos y dificultades actuales del país.
La estructura productiva establecida con los inicios de la producción petrolera en la década 1910-1920, generó una conformación económica altamente dependiente del uso de los ingresos por la extracción de hidrocarburos. Esa estructura, conllevó el manejo de contradicciones en tres planos: 1) el externo, entre capital trasnacional y el Estado, 2) el interno, entre el capital nacional y el propio Estado y 3) entre el Estado, sus elites políticas y los ciudadanos. La forma de solucionar esas contradicciones, fue la formulación de la «idea» de propiedad exclusiva del subsuelo, de la cual se derivó todo el planteamiento de la renta petrolera. Así quién controlaba el Estado (los actores políticos), controló el uso de los recursos generados y se apropió de buena parte de los excedentes petroleros, que fueron empleados para direccionarlos hacia la nueva estructura oligárquica, ya no tan asociada a la exportación agrícola (como había sido la norma entre los siglos XVII al XX), y otra parte, se utilizó para impulsar una política de inversión del Estado de Bienestar, mientras se seguía favoreciendo e intercambio desigual con las grandes trasnacionales.
No puede negarse, que en términos de una estructura anti-capitalista, las ideas del Proyecto Bolivariano de Chávez se quedaron cortas. El denominado Socialismo del Siglo XXI, que planteó la ruptura con las formas tardo-capitalistas, quedó sólo en un planteamiento. El «adequismo rentista», es decir, el uso de la renta para crear clientelismo y burocratismo, permeó las ideas (peor aún la praxis) del Proyecto Bolivariano y con ello, lo que pudo avanzarse no se hizo. La estructura de funcionamiento político, del modelo de Estado implementado por Chávez, a pesar de lo establecido en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la nación (2001-2007) y el Proyecto Simón Bolívar (2007-2013), no afectó la dinámica del Estado rentista, como Estado Capitalista, a pesar de los anuncios y esfuerzos realizados por el propio líder del 4F.
Las formas clientelares y rentísticas se vieron favorecidas por el éxito de la estrategia de precios internacionales y el fortalecimiento de la OPEP después de la firma de los Acuerdos de Caracas (2000) y la posterior articulación de mecanismos geoestratégicos derivados de las ideas planteadas por Chávez en esa reunión (no alineamiento, multilateralismo, impulso de un mundo pluripolar). La escalada de los precios de venta del petróleo, permitieron contar con enormes recursos económicos destinados al desarrollo e implementación de las misiones sociales, y con ello, las ideas planteadas desde 1992, de crear otro modelo de Estado y otras formas de participación no clientelares, se vieron progresivamente pospuestas.
Es este elemento, el que permite entender como una organización como el PSUV pasa de obtener 8.191.132 votos en octubre de 2012 a sólo obtener 5.615.300 en diciembre de 2016. Simplemente no se transformó en un partido revolucionario, capaz de impulsar «un bloque histórico» en el sentido gramsciano, sino que sigue funcionando como una maquinaria de poder, por el poder mismo, a pesar de los esfuerzos de buena parte de sus militantes por crear condiciones de superación de las características del modelo capitalista rentístico. De ahí la eficacia de la política comunicacional de la oposición, que empleando estrategias de Guerra psicológica de IV Generación, logró inmovilizar a más de 2.575.832 votantes del PSUV.
No hay duda, sin embargo, que ciertas ideas y praxis de ruptura postcapitalista han sido asimiladas. Me refiero a las propuestas de poder comunal o poder popular, ya presentes en los documentos del 4F y en el Libro Azul (http://www.opsu.gob.ve/portal/vistas/descargas/banners/arc_Libro_Azul.pdf ), las ideas de creación de una democracia popular y revolucionaria, pero las mismas han sido «contenidas»por la nomenklatura del PSUV, particularmente por las tendencias pragmáticas y dogmáticas. La primera, insistente en el denominado «tareismo», la idea de «gobernar es hacer» pero sin cambiar las estructuras y las formas de dominación. La segunda, insistiendo en repetir los errores de interpretaciones equivocadas en términos de economía política, que condujeron al fracaso de las experiencias rusa (1917-1991). Nos encontramos en un punto de quiebre o no retorno.
Por un lado, la rearticulación de los viejos (y nuevos) actores políticos, con el liderazgo visible y provocador del socialdemócrata Henry Ramos Allup (AD), el radicalismo de derecha de Voluntad Popular (VP) con Leopoldo López y las tesis neoliberales de Primero Justicia (PJ), que junto a la derecha internacional (Álvaro Uribe en Colombia, Felipe Calderón en México, Mauricio Macri en Argentina, José María Aznar y Mariano Rajoy en España, entre otros) buscan retomar los espacios geopolíticos perdidos en Venezuela, principalmente por el hecho de la presencia en nuestro país de las más importantes reservas de petróleo del mundo ( más de 1 billón, ochocientos mil millones de barriles de crudo, repartidos en el este – 750.000 barriles en la frontera marítima con la república Cooperativa de Guayan-, en el oeste – cerca de 540.000 millones de barriles en el Golfo de Venezuela, en la frontera con Colombia- y en el centro del país – La Faja Hugo Chávez, en el Orinoco con más de 510.000 millones de barriles).
La estrategia de la Oposición, en conjunción con enormes e importantes campañas comunicativas en todo el mundo, principalmente en España, Colombia, EEUU, Argentina, México, es presentar al Gobierno de Nicolás Maduro como un Estado con doble debilidad. En el plano internacional, como un Estado Forajido, es decir, que no tiene control sobre sus fronteras, que violenta las normas de convivencia internacional, principalmente en lo que respecta a la preservación de los derechos humanos y las garantías de libertad. En lo interno, se presenta al Gobierno de Venezuela como un Estado Fallido, eso es incapaz de mantener la paz y la tranquilidad necesaria.
Ambas tesis, han significado el inicio de operaciones de manipulación mediante la creación de «marcos informativos», que presentan al país sumergido en una inevitable y catastrófica crisis humanitaria, que amenazaría a toda la subregión del Caribe. Ya en el mes de julio de 2015, a través de un analista de la Escuela de Guerra del Ejército de EEUU, Robert Evan Ellis( https://www.academia.edu/16059343/La_Implosion_Iminente_de_Venezuela) , se advertía sobre los riesgos para todo el Caribe y sobre todo, para los intereses estratégicos de EEUU en la zona, ante una eventual (e inevitable según el analista) crisis institucional en Venezuela. En este mismo marco interpretativo, se han generado innumerables artículos de opinión y pronunciamientos de medios y actores políticos en los diversos centros pivotes desde donde se estructura esta campaña contra Venezuela.
Estamos ante lo que el Vice-presidente de Bolivia, Álvaro García Linera denomina «empate catastrófico», caracterizado por una confrontación entre dos fuerzas políticas, con proyectos disimiles; que tienen control institucional de alguna parte importante del Estado (El Gobierno de Nicolás Maduro ejerce el poder Ejecutivo pero perdió el control del Poder legislativo) y que actúan ante el hecho evidente de la paralización de la efectividad de acción del Estado, en términos sociales y económicos. Ese empate solo puede quebrarse a través de una gran acción movilizadora del poder popular, pero esta acción según nuestro criterio, tiene que surgir de los propios sectores movilizados y comprometidos con las ideas de transformación y superación de la sociedad rentísta y capitalista venezolana, contenida en el Plan de la Patria y no de la nomenklatura del PSUV y el Polo Patriótico (PP), que hasta ahora han sido ineficaces en enfrentar la estrategia de la oposición, cuyo talante democrático está seriamente comprometido.
Lo que está en juego en Venezuela, es mucho más que el propio ritmo y destino del modelo democrático, se trata de una confrontación relacionada en términos geopolíticos con el papel que ha jugado (y puede o no seguir jugando) el país en el conflicto entre los imperialismos colectivos (EEUU, Unión Europea y Japón) con los BRICS (Brasil, Rusia, China, Sudáfrica, India y otros). Por otro lado, es una confrontación que tiene que ver con la propia geopolítica de Nuestra América y la posibilidad que significa la alianza entre Argentina, Brasil y Venezuela. El quiebre de uno de esos factores, con el triunfo del representante de la oligarquía argentina Mauricio Macri, ha impulsado el intento de estructurar ofensivas similares en Venezuela y Brasil, fijando sus objetivos en la ruptura de los gobiernos de Nicolás Maduro y Dilma Roussef, bajo cualquier medio revestido de un aparente carácter constitucional.
Se trata de la implementación de estrategias desafiadoras, de actores no necesariamente imbricados en el sistema legal, tal es el caso de Leopoldo López, y su praxis de confrontación con la estructura del estado, encabezada por Nicolás Maduro, o las propias acciones implementadas contra la Presidente de Brasil por las elites paolistas. En ambos casos, únicamente la acción articulada de los actores populares, más allá de las nomenklaturas políticas del PSUV en el caso de Venezuela o el Partido de los Trabajadores (PT) en el caso de Brasil, puede impedir que ocurra en ambos países lo que ya ha ocurrido en Argentina. La realidad de la estrategia y el éxito en alcanzar el poder, basado en explotar los errores, los dogmatismos, la parálisis del Estado o el ocultamiento de la corrupción en el caso Macri, para avanzar en un desmontaje del Estado, la apertura al capital trasnacional o peor aún, la claudicación de las políticas nacionalistas es una muestra de lo que puede ocurrir, sí no se construye una red de acciones y desenmascaramiento de las estrategias de la nueva derecha en el escenario internacional. Hay que terminar citando a Antonio Gramsci, en Odio a los Indiferentes (1917): «Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia.»
Dr. Juan Eduardo Romero J.
Historiador/politólogo
Director del Centro de Investigación y Estudios Políticos y Estratégicos (CIEPES)
9/02/2016