Felipe Cuevas Méndez
Obama recalcó en su mensaje imperial los logros de una ofensiva en marcha por el liderazgo en América Latina. En medio de sus fracasos los imperialistas se complacen de su papel opresor y rapaz contra unos pueblos que nada le hemos hecho a la gran potencia más que tributarle año tras año nuestros recursos y trabajo.
Tal fue su promesa desde que llegó al gobierno, recuperar el poder mundial, salir de la crisis favoreciendo a quienes la ocasionaron, en detrimento de los pueblos del mundo con tan solo una tenue amonestación verbal por su «imprudencia». Todo lo cual con las viejas artimañas ideológicas, agresiones económicas e intervencionismo político para reposicionar su condición de dominio.
En efecto, salió de una crisis pero nos deja otra. La crisis del ciclo económico toca una vez más a las puertas de la economía mundial, y esta cuestión redobla su marcha para reconcentrar el poder político y económico sobre nuestra región.
Por su lado la estrategia y contexto de caída de los precios del petróleo es parte de tales agresiones a todos nuestros pueblos, articuladas con una amplia guerra de cuarta generación que toca las fibras desde México hasta Argentina y el espacio caribeño. Lo mismo le da frente a los regímenes afines donde se avanza al despojo total, como donde hay obstáculos serios, metiendo cuñas para forzar modernos golpes de estado de los que lleva dos ejemplos (Honduras, Paraguay), y otras reversiones de procesos progresistas acuñados en las luchas y liderazgos populares.
Para Estados Unidos, dado que mantiene importantes controles de la economía global, este es un dispositivo natural de enfrentar una nueva crisis interna y de hegemonía: saquear nuestros países a una escala sin límites, de lo cual resulta que la lectura de su estrategia es indispensable.
Los imperialistas yanquis y europeos ven a Nuestra América como una propiedad a su disposición, botín y amenaza, lo uno y lo otro por sus riquezas, si no las tienen plenamente a su merced lo catalogan como un peligro económico (riesgo país, amenaza inusual, estados fallidos) de perder fuentes de acumulación y de que otros países se las ganen, o que dentro del mismo subcontinente se desarrollen poderes equilibrantes de nuevas relaciones internacionales.
El sabotaje y encadenamiento económico e institucional son instrumentos imperiales que están actuando concertadamente contra nuestros países. Se perfilan a que de ninguna manera se asienten bases propias a otro tipo de relaciones económicas, y menos si llegaran a estar fundamentadas en un poder emanado desde nuestros pueblos.
El dólar, el control de los mercados y precios de productos, la producción restringida a algunas materias, reducción de los aparatos productivos, la financiarización de las economías, la cuña de estructuras políticas, económicas, de espionaje y militares jerarquizadas desde las metrópolis, la agresión mediática orquestada, el odio racial y el rechazo a nuestra cultura diversa, aceitan esta estrategia global en el nuevo escenario de orden mundial. Nos quieren sumisos, miserables, alienados e ignorantes políticamente del profundo derecho histórico a la autodeterminación y la vida dignificada. En su visión somos útiles para mercantilizar más la vida en ese sistema de concentración de la riqueza.
Tal línea se respalda también con las alianzas internas entre las clases explotadoras, unas burguesías ruines saciadas de desprecio, impunidad, prepotencia, con un grotesco enriquecimiento; grandes socios de los imperialistas y castas políticas afines que están intensificando su labor por dejar a nuestros pueblos en la completa postración, desarticulando la identidad política, nacional y cultural, sin medios de defensa, sin perspectivas propias.
Y este conjunto se ve reforzado por las tendencias reformistas, burocráticas, claudicantes y/o sectarias actuantes, que durante tanto tiempo permanecen en los espacios de poder conquistados o en las líneas del pensamiento sujetas a la idealización del poder y su legitimación.
Apremian las estrategias y desarrollo de una agenda liberadora básicamente contra las relaciones de poder, para resistir-enfrentar al capitalismo con todos los medios de un poder movilizado auténticamente popular, proletario y campesino.
Lucha que requiere resultados a cualquier nivel que confronte los arcaicos modelos dependientes y subalternos a que nos condenó el imperialismo. Que retome direcciones en el empuje de los movimientos populares así como en los gobiernos que reivindican un contenido popular.
Resolver las demandas por la fuerza popular y empujar el verdadero poder popular y proletario es su prerrequisito. Es verdad que los gobiernos democráticos (Venezuela, Ecuador, Bolivia y en menor medida Brasil), existentes se rigen por relaciones de fuerzas en que sus burocracias además de sus gravísimos errores, las inconsecuencias discursivas, las actitudes concertadoras propias de su posición, y otras faltas a las responsabilidades más prioritarias; compiten por el poder político desplazando el contenido y acción popular de este, conceden más de lo permisible a las burguesías y terminan colocando todo en el máximo riesgo. Han cumplido con éxito varios de sus propósitos en una enconada batalla, pero aún y con ello debe llevarse la lucha de clases desde abajo a sus entrañas, donde sin duda alguna se enfrentarán apreciaciones e intereses con el objeto de dirimir una cuestión fundamental, disputar el poder político para las clases y sectores oprimidos.
Si fuese por las burocracias estatales o partidarias habitualmente ligadas al modo de actuar y pensar desde arriba, todo caería prontamente en manos de los poderosos de siempre con algunas variantes «modernizantes» bajo rejuegos de diversa consistencia. Por ello es que con estas, ni todo el poder, ni toda la confianza, frente a sus inercias cabe la movilización independientemente de las formas y alianzas que deba tomarse en el sentido de procesos democrático-revolucionarios.
El poder revolucionario es el paso siguiente en la experiencia latinoamericana, los procesos democráticos enfrentan una contracción, llegan a los límites de un planteamiento: ¿revolución o contrarrevolución? En una década han avanzado increíblemente en amplios beneficios a pesar de las presiones internas e imperialistas, a pesar de las inercias propias y las tendencias de sus circunstancias a la centralización del poder, teniendo ahora que resistir otras embestidas y replantear los rumbos.
La burguesía desea atracar las conquistas y logros sociales hechos a base de estos esfuerzos. El poder proletario y popular, una estrategia continental, con clamor y pensamientos propios es la fuente inversa de poder, su equilibrio y ejercicio generalizado desde las entrañas e intereses de las clases explotadas para romper las bases de su condición social, fundantes de nuestra particular democracia y posesión plena de nuestros recursos y medios de producción.
La ruptura de la tendencia frente al retorno del modelo neoliberal rampante es tarea de nuestros pueblos curtidos en la sujeción, erigiéndose en vanguardia de su destino, contra el desaliento y el pesimismo sobre el porvenir, ante las cada vez más difíciles condiciones de operar en términos del democratismo con asiento en los poderes restringidos en lo económico, lo político y organizativo.
El escenario de derrota debe romper estas limitaciones, la burguesía proclama que las responsabilidades son de los pueblos insubordinados y de sus proyectos fallidos, no asume lo que le toca por su sistema de opresión, al contrario, lo enaltece al punto de asegurar en sus crónicas marcianas que nos ha de librar de crisis humanitarias prefabricadas, riesgo continental de caos y atentados a la seguridad del imperialismo y las compañías.