Raúl Zibechi
Brecha

La sociedad que recibe a Macri es bien distinta a la que encontró Menem a fines de la década de 1990. Su gobierno deberá lidiar con una nueva conciencia social y con miles de organizaciones de base que ya empezaron a ponerle coto a su gestión.

La reacción de los trabajadores del diario La Nación al editorial publicado el lunes 23 titulado “No más venganza”, donde se justifica el terrorismo de Estado como respuesta “al pánico social provocado por las matanzas indiscriminadas perpetradas por grupos entrenados para una guerra sucia”, muestra que el gobierno de Mauricio Macri no va a tener respiro si intenta implementar su política de revisión de todo lo hecho por kirchnerismo.

El editorial agrega que “la elección de un nuevo gobierno es momento propicio para terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos”, señala el texto.

Una masiva asamblea de trabajadores del diario conservador se paró con firmeza ante la dirección y emitió un comunicado donde afirma que “decimos sí a la democracia, a la continuidad de los juicios por delitos de lesa humanidad y decimos no al olvido”. Los trabajadores rechazan, en particular, la pretensión de la empresa de “igualar a las víctimas del terrorismo de Estado y el accionar de la Justicia en busca de reparación en los casos de delitos de lesa humanidad con los castigos a presos comunes y con una ‘cultura de la venganza'».

Dos miembros de la comisión interna del periódico explicaron a Lavaca que fue una asamblea histórica de 300 trabajadores en la que había votantes de Scioli y de Macri que conviven y sienten que “hay cosas que no tienen que volver a pasar y deben ser juzgadas correctamente”, dijo la diagramadora Irene Haimovichi. Años atrás la redacción también se paró ante un editorial que comparó el kirchnerismo con el nazismo. Antonio Soriano, de la gerencia comercial, destaca que la asamblea masiva fue posible porque “hay cambios que se instalaron en estos 12 años que fueron más allá del mismo kirchnerismo”.

Los gobiernos hacen, la mayor parte de las veces, lo que pueden más que lo que desean. Las sociedades suelen atemperar o acelerar propósitos y programas, marcar límites o abrirse a cambios. Más aún en una Argentina que en los últimos 25 años pasó por situaciones traumáticas, como la crisis de 2001, que no dejó nada en su lugar.

EL PAÍS POSDICTADURA.

Carlos Menem asumió el mando antes de lo previsto, el 8 de julio de 1989, por la crisis terminal del saliente gobierno de Raúl Alfonsín, despedido por la hiperinflación que lo forzó a un retiro anticipado. A lo largo de ese año el peso se depreció 2.038 por ciento con picos inflacionarios del 75 por ciento mensual. La pobreza trepó del 25 por ciento de la población hasta el 47 por ciento, en medio de las secuelas de la crisis de deuda externa que llevó a la moratoria de pagos en abril de 1988.

La hiperinflación fue un drama político, que llevó a Menem al gobierno, pero también social y económico, que destruyó el aparato productivo y las economías familiares. Más dramático aún porque el país estaba saliendo del trauma de la dictadura militar (1976-1983).

La Argentina que encuentra Menem en un año clave a escala mundial como 1989, es una sociedad deshilachada, con heridas abiertas y cicatrices profundas; adolorida, quebrada y desconcertada. Ese año los partidos de izquierda y los sindicatos muestran sus límites y algunos entran en crisis irreversible, sobrepasados por el descalabro económico y político.

En aquella sociedad, había pocos grupos organizados. Madres de Plaza de Mayo era el núcleo de la resistencia y reorganización del movimiento social, pero se había dividido tres años antes entre Línea Fundadora y la Asociación que encabezaban Marta Ocampo y Hebe de Bonafini respectivamente.

Las rondas de los jueves en la plaza, que en la década de los 80 alcanzaron un promedio de 300 a 400 personas, eran la cita obligada de quienes seguían peleando por la memoria. Las anuales Marchas de la Resistencia fueron el principal evento donde se concentraban el grueso de los militantes sociales, no sólo aquellos que recordaban a los 30 mil desaparecidos, sino todo el espectro político de izquierda del país.

Además de Madres, había un puñado de iniciativas que recién despuntaban. En el invierno de 1989 un grupo de estudiantes universitarios formaron FM La Tribu, en lo que era un centro cultural alternativo. Durante el gobierno de Menem la radio sufrió un ataque con bombas molotov que no dejó víctimas ni heridos. Pronto se convirtió en una de las principales referencias de una nueva generación de activistas, ya que enarbolaba modos de hacer bien distintos a los partidos y las agrupaciones estudiantiles.

En el Hospital Neuropsiquiátrico Borda, Radio La Colifata fue la primera radio del mundo hecha por los internados, desde agosto de 1991. Atrajo la atención de periodistas y estudiantes y fue durante largo tiempo un punto de apoyo de experiencias alternativas en el terreno de la psiquiatría.

UNA SOCIEDAD ORGANIZADA.

Los primeros 90 fueron años de crisis de las viejas formas de organización (verticales y patriarcales), y de búsquedas a tientas de nuevos modos de hacer. En 1985, de cada cien organizaciones populares, 47 eran partidos de izquierda y sus respectivas juventudes, o sindicatos. Menos del 5 por ciento eran grupos de mujeres o de homosexuales, y otro tanto eran colectivos barriales. Las agrupaciones estudiantiles (17 por ciento) estaban en su mayoría ligadas a los partidos.

En 1998, en el Encuentro de Organizaciones Sociales el panorama es bien distinto: 24 de cada cien son agrupaciones estudiantiles autónomas, 19 por ciento son colectivos barriales, el 17 por ciento son medios alternativos, casi el 10 por ciento grupos culturales, y los demás son cooperativas, grupos de derechos humanos como HIJOS, de mujeres, de infancia y salud, desocupados y alguna agrupación sindical de base.

Este amplio abanico es el que realizó las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que voltearon al gobierno de Fernando de la Rúa y abrieron espacios para la era kirchnerista. En una década, la cultura política en el mundo popular se modificó de forma radical. Una de las novedades es la capacidad para hacer de modo autónomo, sin depender del Estado ni de los partidos. Esa cultura inspiró a los trabajadores de La Nación a responder a la dirección de la empresa, sin que mediaran dirigentes políticos.

La primera fábrica recuperada nace en los 90. Entre 2003 y 2007 pasaron de un puñado a más de cien. Hoy son más de 350 gestionadas por sus obreros y empleados, pero lo más notable es que la mayoría fueron recuperadas entre 2007 y 2011, en el momento de mayor crecimiento de la economía, lo que evidencia que la gestión obrera se convirtió en sentido común de la cultura popular.

Desde 2007 se instalaron decenas de bachilleratos populares en los barrios y en algunas fábricas recuperadas, vinculados a movimientos sociales territoriales. En los 20 años posteriores al nacimiento de La Tribu y La Colifata, se crearon más de 4.000 radios comunitarias (muchas comerciales y religiosas), buena parte no regularizadas, que muestran el empuje de una sociedad organizada y movilizada.

Desde 2010, cuando la ocupación del Parque Indoamericano por miles de necesitados de vivienda, este movimiento se ha reactivado y renovado. Sólo en 2015, hubo 300 mil en la marcha Ni una menos en junio en Buenos Aires; 65 mil en el 30° Encuentro de Mujeres en Mar del Plata, en octubre; y más de 20 mil en la 9ª Marcha de la Gorra contra la represión, en Córdoba.

Con este archipiélago tendrá que vérselas Macri. Una galaxia de islas y arrecifes que le van a dificultar la navegación, le impondrán cautela y tiempos distintos a los que desearía imponerle a su gobierno. Si las desafía, si las pretende aniquilar, debe pensar en una larga y profunda tradición que atraviesa la historia del país, desde la Semana Trágica de 1919 hasta el Cordobazo de 1969. Los argentinos de abajo acuñaron el concepto de pueblada, para nombrar una práctica convertida en recurso colectivo ante el autoritarismo.