Ganó Mauricio Macri. Perdió la farsa pseudoprogresista que engañó al país durante 12 años con reformas parciales y un vuelco fabuloso de riquezas para el gran capital. Los efectos sociales de esa política se expresan en el resultado de hoy. Los efectos económicos se revelarán de ahora en más.

Hay algo peor que un oportunista: uno incapaz de acertar la oportunidad. Aunque desde una perspectiva ética sean lo mismo, en el terreno político el primero puede obtener un aparente éxito pasajero, pero el segundo es un fracaso para todos los tiempos.

Quienes llamaron a votar por Daniel Scioli desde el entorno oficial y un insostenible pseudoprogresismo hicieron algo peor que incurrir en una política sin principios ni estrategia: fueron incapaces de percibir la corriente subterránea que estrepitosamente se anunciaba en el país. Su conducta político-electoral ha sido un factor fundamental para que ganara una fórmula de ocasión, sin futuro posible tal como está hoy conformada.

La sociedad votó por la negativa, como viene haciéndolo hace años. Macri no lidera nada. Está en la cúspide de un fenómeno combinado de desesperación y búsqueda de las mayorías.

La burguesía supo ponerse a la cabeza de esa confusión de peligrosísimas derivaciones potenciales. Los revolucionarios no.

Varias razones explican esa incapacidad. En primer lugar cuenta el desvío de fuerzas de izquierdas en las que una combinación de sectarismo y reformismo impidió una estrategia de organización de masas antimperialista y anticapitalista. Como subproducto, el oportunismo pro oficialista tuvo un peso singular. En alto grado asociado con la corrupción y la búsqueda de cargos públicos, ese ínfimo sector, en el que destacaron quienes gustan clasificarse como intelectuales, esgrimió la bandera de Scioli y su rejunte alegando que era la salvación contra el “neoliberalismo”.

De esta manera desarmaron y estafaron a decenas de miles de honestos partidarios del candidato oficial. Es una tarea llevarle a esos sectores, sobre todo a la juventud, respuestas positivas para sumarlo a la batalla.

Esa ya añeja maniobra de enmascarar al capitalismo con un marbete insustancial sigue dando sus frutos para la burguesía. Ésta tiene en la falta de consciencia y organización de las masas su principal columna de sustentación.

Otro factor del resultado electoral fue el giro de la Unión Cívica Radical, timoneada por una extrapartidaria teledirigida desde Washington, Elisa Carrió, hacia una coalición con el inexistente Pro de Macri.

Esto completa la liquidación de la única estructura partidaria que le quedaba a la burguesía. Y da lugar a un magma indefinido cuyo destino depende menos de quien tendrá la Presidencia, que de lo que sea capaz de hacer la hoy dispersa y confusa fuerza antimperialista y anticapitalista.

Durante todo un primer período no habrá ofensiva frontal del capital. No porque no lo quieran, mucho menos porque no lo necesiten. Es que no tienen fuerza. Si lo intentaran, detonarían un movimiento masivo de rechazo que ya no dirigiría ninguna fracción del capital. Por eso buscarán acumular fuerza. No sería extraño que para ello hicieran maniobras demagógicas análogas a las utilizadas por Néstor Kirchner en 2003. Esta vez, asociadas al combate contra la corrupción. Y también a medidas consensuadas con la burocracia sindical para afrontar el tembladeral económico. Buscarán también ridiculizar a quienes presentaron a Macri como el lobo feroz y a Scioli como Caperucita naranja. Muy probablemente lo lograrán.

Si frente a ese seguro capital político no se levanta una organización de masas, democrática, plural, antimperialista y anticapitalista, la burguesía tendría espacio para emprender, entonces sí, una ofensiva en extremo agresiva, imprescindible para sanear el capital y poder gobernar. Los restos en desbandadas de esa ficción denominada “kirchnerismo” sólo contarán, si cuentan en algo, contra todo intento de resistencia y organización de las masas.

Las definiciones y orientaciones de Macri en consonancia con la Internacional Parda no le servirán para gobernar, al menos durante toda una primera fase, que no será breve. La socialdemocracia se define en lo general pero vacila, y vacilará aún más de aquí en adelante, para llevar a cabo la tarea encabezada ahora por un protofascista. Reafirmamos lo dicho en nuestro artículo Pseudoprogresismo y elecciones en Argentina: “gane Scioli o Macri, no hay democracia burguesa estable en el futuro nacional”. Nuestro papel será un factor clave para dirimir este combate histórico por la inteligencia y el corazón de las masas.

En lo inmediato está el objetivo clave de defender la Revolución Bolivariana de Venezuela y los gobiernos del Alba, ante la ya iniciada ofensiva retórica de Cambiemos y su presidente.

Allí están entonces planteadas las tareas de las fuerzas revolucionarias. No deberíamos perder un instante en programar una sucesión de reuniones que culmine en 2016 en un gran encuentro nacional para la fundación de una alternativa verdadera, creíble y capaz.