Kevin Lin
La desaceleración económica de China, y en particular la caída de sus exportaciones, constituye el marco de la reciente ola de conflictos laborales en el sector industrial. Siete años después de la crisis financiera internacional, China se ha visto confrontada con la inestabilidad de sus mercados de exportación en Norteamérica y Europa. Mientras el gobierno cifra la tasa de crecimiento económico en un 7 % constante, hay signos evidentes de declive económico, que se refleja en la disminución de la actividad industrial. Y no se ve ninguna solución fácil. En efecto, el gobierno esperaba potenciar la producción industrial y hasta cierto punto cerró los ojos ante el declive de la producción de baja tecnología para la exportación.
Esta situación favorece una tendencia a largo plazo a la deslocalización del capital industrial tanto en el interior de las mismas regiones industriales como de la costa meridional al interior del país, o incluso al sudeste asiático. Debido al aumento de los salarios y de la conflictividad laboral, en particular a lo largo de la última década, algunas fábricas simplemente han cerrado. La consecuencia inmediata ha sido la proliferación de huelgas y manifestaciones combativas en los últimos dos años en los casos en que las empresas han tratado de evitar el pago de indemnizaciones por el cierre o el traslado. Los trabajadores reclaman la indemnización por despido y una compensación por el impago durante años, a veces incluso decenios, de los seguros sociales y de las contribuciones al fondo para la vivienda, tal como obliga la ley a las empresas.
Durante la mayor parte de los tres últimos decenios, la seguridad social y las contribuciones al fondo para la vivienda no figuraban entre las principales preocupaciones de los trabajadores chinos. Sin embargo, la combinación del envejecimiento de los trabajadores y la demanda de la parte que en justicia les corresponde han situado estas reivindicaciones en el centro de algunas huelgas recientes. En un artículo anterior hablé de una de estas huelgas/1: centenares de trabajadores migrantes de la empresa de calzado Lide se declararon en huelga a finales de 2014 después de que llegaran rumores de un traslado de la fábrica. Muchos de ellos no estaban dispuestos a trasladarse y, a cambio, esperaban el pago de una indemnización por despido y otras compensaciones. La legislación laboral china contempla una serie de compensaciones de este tipo, pero como no se aplica, quien decide qué reciben y qué no reciben los trabajadores es la patronal. En el caso de Lide, la negativa inicial de la dirección a negociar honestamente dio lugar a una serie de huelgas y negociaciones que duraron muchos meses.
La huelga de Lide es un caso singular. Mientras que la mayoría de huelgas terminan en cuestión de días y pocas veces duran más de un par de semanas, los trabajadores de Lide no consiguieron que la patronal aceptara la mayor parte de sus reivindicaciones hasta mediados de 2015. Durante el mismo periodo, otra huelga, en muchos aspectos similar a la de Lide, saltó a los medios de comunicación a raíz de una campaña de solidaridad que reveló que la empresa era contratista de la compañía de confección japonesa Uniqlo, una marca popular que cuenta con más de 400 tiendas en China. La Shenzhen Artigas Clothing and Leather Company, conocida localmente por el nombre de Qingsheng, se fundó en 1992 con capital de Hong Kong, poco después de que Deng Xiaoping acelerara la apertura de China a la inversión extranjera directa y, principalmente, estaba orientada a la exportación. En 2014 se propuso trasladarse a otro polígono industrial sin consultar ni negociar previamente con la plantilla, lo que desencadenó una huelga de nueve días de duración en diciembre, a la que puso fin por la fuerza de la represión policial.
El 9 de junio de este año, cuando la empresa trató de cerrar la fábrica y llevarse la maquinaria, más de 900 trabajadores iniciaron la protesta ocupando los talleres para impedir que la dirección echara el cerrojo. Reclamaron que se negociara la indemnización por despido y otras compensaciones. En particular, los impagos a la seguridad social se convirtieron en una cuestión significativa de dichas huelgas, ya que muchos obreros llevan trabajando durante más de una década en la misma fábrica. Algunos trabajadores iniciaron una huelga de hambre para presionar todavía más a la patronal. La plantilla tuvo que soportar duras medidas represivas, incluido el acoso y la detención por parte de la policía local.
Tan solo después de tres semanas de ocupación persistente de la fábrica, la dirección aceptó finalmente sentarse a negociar. No obstante, se negó a mantener una negociación colectiva y pretendió tratar únicamente con cada trabajador a título individual. Los trabajadores rechazaron este intento de la empresa de dividirles y mantuvieron la huelga. Cuando esta parecía hallarse en un punto muerto, unos 200 trabajadores viajaron a Guangzhou y se manifestaron repetidamente ante el gobierno provincial de Guangdong. Después de manifestarse durante varios días y dormir en un parque cercano, intervino la policía para disolver el grupo y detener brevemente a sus componentes. La empresa también incrementó la presión sobre los demás trabajadores, que seguían ocupando la fábrica, cortando el suministro de agua y luz. Finalmente, con ayuda de la policía local consiguió desalojar a los trabajadores de la fábrica.
En contraste con la huelga de Lide, que logró imponer la mayoría de las reivindicaciones de los trabajadores, la de Qingsheng finalizó sin conseguir forzar a la empresa a negociar. Estos dos casos, y otros similares de los últimos meses, son reflejo del efecto negativo de la caída de las exportaciones para los trabajadores industriales. Las empresas que operan con un escaso margen de beneficio han decidido trasladarse, reducir la producción, recortar la plantilla y proponer a los trabajadores una modificación del contrato.
Movilización y organización
Frente a estos ataques a sus puestos de trabajo y su base de sustento, las protestas de los trabajadores han adoptado la forma más radical de paros repetidos, ocupaciones de fábricas y negociaciones colectivas con la empresa a lo largo de varios meses. No todas las huelgas acaban con un resultado positivo, y de hecho se observa que la policía ha incrementado la represión sobre las huelgas más importantes.
La característica clave de estas huelgas estriba en el desarrollo de una movilización constante y una organización disciplinada durante un prolongado espacio de tiempo. Los trabajadores tienen que crear una organización específica e informal con representantes elegidos partiendo de cero y sostenerla durante meses sin perder la confianza del conjunto de la plantilla. Dado que además la ley no les protege, cuanto más tiempo dura una huelga, tanto mayor será el riesgo para los dirigentes de la misma. Sin duda, la ayuda de las ONG laborales chinas aporta experiencia y asistencia jurídica a los organizadores, pero la fuerza motriz de estas huelgas son siempre los propios huelguistas y no cualquier influencia externa. Cuando la empresa y la policía local actúan conjuntamente para forzar a los trabajadores a volver al trabajo, la movilización y la solidaridad de la plantilla son cruciales para la resistencia.
Un factor clave para la movilización es una firme convicción de tener derecho a lo que se reivindica por haber trabajado tantos años en la misma empresa, lo cual proporciona a los trabajadores una sólida razón moral y legal para actuar con decisión. En estas huelgas suele ocurrir que los trabajadores ponen el acento en el hecho de que la empresa se ha apoderado del fruto de su trabajo, situando de este modo su acción dentro de un marco de derecho tanto moral como legal. Además, el hecho de que muchos trabajadores se enfrenten a la rescisión de su contrato o prefieran irse de la empresa puede haber contribuido a su disposición a asumir riesgos. Y dado que el empleo industrial sigue siendo boyante, nadie tendrá muchos problemas para encontrar trabajo en otra empresa.
Seguramente, las huelgas relacionadas con el traslado y cierre de fábricas proliferarán en el sector industrial a lo largo de los próximos meses. Este fenómeno plantea una cuestión más general sobre la evolución del movimiento obrero chino. Los estudios sobre las acciones colectivas de los trabajadores señalan que en la última década, más o menos, a medida que los obreros han adquirido conciencia de sus derechos y su fuerza colectiva, el movimiento de la clase obrera migrante ha pasado de ser un movimiento principalmente defensivo frente a los atrasos en el pago de los salarios para convertirse en un movimiento ofensivo que reivindica aumentos salariales y en algunos casos la democratización de los sindicatos de fábrica, que suelen estar controlados por la patronal. Aunque esta formulación es por fuerza una generalización –de hecho, la demanda de salarios impagados sigue siendo el principal motivo subyacente de la mayoría de conflictos laborales actuales–, resulta útil para discernir una importante tendencia del movimiento.
¿Significa esto que la reciente ola de huelgas relacionadas con el pago de indemnizaciones por despido y otras compensaciones suponga un retroceso de la actitud ofensiva a una lucha defensiva? ¿O se trata acaso de una breve interrupción de la tendencia a largo plazo descrita? ¿Se debilitará la confianza de los trabajadores en la lucha por salarios más elevados al verse forzados a afrontar la realidad del declive industrial y plantearse que la indemnización por despido es lo mejor que pueden conseguir? ¿Se perderá la combatividad que ha ido adquiriendo la clase obrera en las dos últimos décadas, ahora que la desaceleración del crecimiento económico cierra el espacio a las luchas ofensivas y que el Estado redobla la represión?
Hay motivos para el pesimismo, pero también para el optimismo. En realidad, el hecho de que los trabajadores formulen reivindicaciones relativas a los seguros sociales y las contribuciones al fondo para la vivienda que las empresas no han pagado y que legalmente se les debe es igual de importante que su lucha por un aumento salarial. Dado que la contribución a la seguridad social y al fondo para la vivienda a cargo de la empresa está consagrada desde hace tiempo en la legislación laboral, reclamarla constituye un paso adelante importante. Es cierto que los trabajadores migrantes han sido reacios a la seguridad social porque ellos también han de pagar una cotización que se descuenta de sus magros salarios y tampoco están seguros de que se beneficiarán de las prestaciones cuando sean viejos. Sin embargo, dado que muchos de ellos ya se acercan a la edad de jubilación, esta cuestión está cobrando cierta urgencia para ellos.
Además, los trabajadores han planteado entre sus reivindicaciones la de la baja de maternidad pagada y el plus de altas temperaturas, entre otras cuestiones. Aunque la patronal suele pasarlas por alto en las negociaciones, estas demandas reflejan la mayor conciencia de los trabajadores de sus derechos laborales. El amparo legal permite a los trabajadores invocar con profesionalidad y habilidad táctica el texto de la ley en su negociación con la patronal. Esta es otra razón por la que no sería justo calificar estas huelgas de defensivas. No es más fácil luchar a favor de estas demandas que por un aumento salarial, y además es ofensivo en el sentido de que amplía la plataforma reivindicativa que puede negociarse con la patronal. En la mayoría de los casos incluso puede ser mucho más difícil, ya que el pago en concepto de indemnización por despido y la contribución a la seguridad social y al fondo para la vivienda puede ascender fácilmente a millones y en algunos casos a decenas de millones de yuanes. Además, estas huelgas también comportan la movilización y la representación y deliberación democrática, así como la negociación y el regateo, por lo que constituyen una experiencia similar a la que se da en las huelgas ofensivas.
Claro que no debemos olvidar que el deterioro de las condiciones económicas puede comportar mayores retos para el movimiento obrero. Sería ingenuo pensar que este pudiera seguir una evolución lineal. El hecho de que el movimiento obrero chino haya protagonizado acciones colectivas cada vez más intensas a lo largo de los dos últimas décadas, en particular desde la huelga de los trabajadores de la fábrica de automóviles Honda en 2010 –que muchos consideran un hito en su proceso de maduración–, puede haber contribuido a esta visión lineal, tal vez excesivamente optimista. En la práctica, la capacidad de organización y la conciencia de los trabajadores siempre han sido desiguales desde el punto de vista geográfico y sectorial. Las huelgas de la industria transformadora se han concentrado en dos regiones: el delta del río Yangtsé y el delta del río Perla. La situación actual a que se enfrentan los trabajadores de la industria transformadora tampoco puede generalizarse al conjunto del movimiento obrero, en el que los sectores no manufactureros y de servicios también se han mostrado más activos.
Es probable que la desaceleración del sector exportador continúe, y el gobierno considera que el abandono de la dependencia de las exportaciones es esencial para reequilibrar la economía china. La deslocalización y la reestructuración del capital en la industria transformadora seguramente pondrá en tela de juicio algunas de las conquistas obreras que tanto ha costado obtener. Comportará el desplazamiento de mano de obra y también puede desorganizar y fragmentar hasta cierto punto el naciente movimiento obrero. La aparición de nuevas luchas y nuevas redes tanto en los lugares nuevos como en los antiguos necesitará tiempo para desarrollarse. Sin duda esta es una experiencia inevitable y necesaria para un movimiento obrero todavía joven. Tal vez la experiencia actual de los trabajadores en la organización y la movilización resulte muy valiosa de cara a las luchas futuras.