Juan Carlos Monedero

 

Hay una incompatibilidad entre democracia, soberanía y economía financiera global. Venía tiempo diciendo la academia que hay que escoger solamente dos de ellas. Pero era un análisis amable. Lo que sobra, en cualquier caso, es la democracia. Dicen los funcionarios del FMI que no soportan la arrogancia de las autoridades griegas. ¿Qué es esa mierda de preguntarle al pueblo? ¿Queremos regresar a la URSS o qué? Y echan de la sala de reuniones a Varufakis, que estaba representando a todo un pueblo. Hay sitios en donde si miras al carcelero a los ojos te ganas una paliza. O un tiro.

Los burócratas de la Troika se caracterizan por ser implacables con los débiles y obsequiosos con los fuertes. Les va en ello cambiar de corbata y subirse el sueldo. Peor se pone el asunto si pensamos que el sueldo se lo pagamos nosotros. ¿Por qué es posible exigir a cualquier trabajador que cumpla con sus obligaciones menos a estos paniaguados de los organismos financieros internacionales? Insultan al gobierno legítimo griego y las empresas de medios de comunicación jalean el “intolerable mal comportamiento” del gobierno de Syriza. Claro, si los bancos se ha hecho con el control de los medios. ¿Van a criticar a sus jefes?

Venimos, como siempre, de la historia. Alemania cedió su más preciada pertenencia, el deutsche Mark, en 1990 a cambio de que Francia le concediera la soberanía para la unificación. Nacía la moneda única. La Segunda Guerra Mundial terminó con una rendición incondicional del III Reich, de manera que la unión de la RFA y la RDA tras la caída del Muro de Berlín sólo era posible si las potencias ganadoras firmaban un tratado de paz. Eso fue el Tratado Dos más Cuatro (las dos Alemanias y las cuatro potencias vencedoras) firmado en septiembre de 1990. La primera respuesta de la Alemania unificada fue forzar a la UE el reconocimiento de Eslovenia y Croacia -ya empezaban a regresar al concepto de “patio trasero”- adelantándose a hacerlo. Lo que pasó en Yugoslavia ya lo sabemos.
Alemania ahora intenta forzar la salida de Grecia de la Eurozona. Esa salida, inevitablemente, forzaría la salida de Portugal, que forzaría la salida de Italia, que traería consigo la salida de España. Al final, otra vez, cuando Francia estuviera a solas con Alemania, Merkel podría recuperar su moneda, reforzada durante todos estos años por un mercado único a su servicio y una financiación de sus inversiones gratis al haberla pagado el resto de Europa con la altísima prima de riesgo. Y todo el sueño europeo, que nos ha traído decenios de paz interna después de la terrible primera mitad del siglo XX, regresará a la angustia de los años treinta. No se trata de hacer oscuras predicciones. Se trata de no volver a equivocarnos.

Que Alemania se comporte como ha venido haciendo desde que derrotó a Austria en la batalla de Padova a finales del XIX puede entrar dentro de lo comprensible. Todos los países son deudores de su trayectoria (la path dependence en términos de la ciencia política). Europa lo entendió y por eso la ancló en el proyecto comunitario desde la creación en 1951, en el Tratado de París, de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Ese año, en la inmediata posguerra, comenzaría igualmente un acuerdo para perdonarle a los alemanes sus deudas de guerra, que culminaría en el Tratado de Londres de 1953. Lo incomprensible es que Europa vuelve ahora a dejar suelta a Alemania. Algo que sólo se entiende por las características de la economía financiera global, que convierte a nuestros países en protectorados de Alemania guiados por un afán colaboracionista que sólo beneficia a las élites que forman parte del 1% que está saqueando la despensa del 99%.

Es el momento de los pueblos. Los que quieren recuperar la capacidad de consumo para reactivar la economía, terminar con el desempleo y reinventar una senda de crecimiento que tendrá que ser respetuosa con la naturaleza. Estar hoy con Grecia es estar con la democracia. Es momento de exigir que la democracia y los derechos humanos estén por encima de la codicia financiera, para que no vuelva a caer la noche sobre Europa. En el caso de España preocupa que los que ayudaron a echar el manto negro sobre nuestro país sean vistos con indulgencia por quienes nos gobiernan. En 1936 Europa no estuvo a la altura y cuando reaccionó en 1939 ya era tarde. Lo que está pasando con Grecia no es ninguna broma. Nos estamos jugando la paz del continente. Ayudemos a Grecia contra los hombres de negro que, en verdad, son los hombres vestidos de pardo y correajes de siempre.