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Las novelas románticas de Víctor Hugo ,de Charles Dickens, de Emile Zolá reflejaban con crudeza casi maniquea el trato que recibían los mas humildes en los albores de la sociedad industrial.

Esa pintura era maniquea porque la sociedad era maniquea. La crueldad de las clases poseedoras era abierta, expuesta y tenía una coartada que parecía imbatible:

Todos eran «iguales ante la ley», por lo que si alguien padecía hambre o miseria se debía a su propia «incompetencia» que no podía ser alegada si, por ejemplo, cometía un delito.

Los métodos de control social se sutilizaron en el siglo XX.

Hay Constituciones latinoamericanas que inclusive determinan las calorías que debiera consumir cualquier menor de edad.

Cláusulas como esa, como el acceso a una «vivienda digna», o la «protección del trabajo» suelen enunciadas para no cumplirse, pero se enuncian, en lo formal se postula el rol de garante social del Estado, lo que permite en ocasiones que los mas humildes puedan esgrimirlo.

Siempre se supo que muchas policías criminalizaban a los pobres en razón de tales, que arrestaban gente por mera «portación de cara», pero la coartada legal siempre fue otra.

Volviendo a Victor Hugo, quien haya leído «Los Miserables», recordará a su protagonista Jean Valjean, quien fuera encarcelado por robar una hogaza de pan en una panadería para alimentar a una prole compuesta de siete niños muertos de hambre y a su hermana viuda madre de estos niños.

Valjean que padeció un prolongado tiempo en prisión por intentar fugarse en repetidas ocasiones se encuentra con el Obispo Myriel un piadoso hombre que le da alojamiento y le perdona cuando le hurtó algunas pertenencias,, gesto que le provoca una profunda reflexión.

Valjean acumula repentinamente una fortuna, se convierte en una suerte de empresario con sensibilidad y alcalde de su pueblo bajo el falso nombre de Madelaine

Valjean tiene dos contrafiguras: El inspector Javert que descubre su verdadera identidad y lo persigue incansablemente, y los miserables Thernadier, una familia de estafadores, capaces de explotar a una niña huérfana y su pobre madre y de valerse de todo artilugio posible para beneficiarse con las debilidades ajenas.

Javert era un hombre honesto que aplicaba ciegamente la ley aunque esta fuera por demás injusta, Therandier era un pícaro que medraba con las necesidades originadas en un sistema al que esa ley protegía.

Victor Hugo era un reformista, el creía que de la propia sociedad liberal podría surgir la justicia social.

Era, en el fondo y a pesar de su vida poco convencional, un cristiano que se oponía a la pena de muerte y que creía que Valjean era hijo de sus circunstancias, pero que la piedad representada por el Obispo Myriel podía cambiarlo, y, que el mismo podía ser un empresario con sensiblidad social.

El que desconfiaba y se oponía a la Comuna de París refugió a varios comuneros y lo pagó con el exilio.

Ayer Macri, un alcalde casi opuesto a aquel encarnado por Valjean/Madelaine, imita el gesto de esa ley dura que pretendía aplicar ciegamente el Inspector Prevert.

Los «trapitos» deben ser encarcelados para que varios automovilistas imbéciles no se sientan afectados.

Como no puede cambiar el Código Penal, Macri se las ingenia para crear una contravención y extender caprichosamente la sanción de arresto.

El economista belga Xavier Dupret recientemente dijo que la justicia argentina le recordaba a la Justicia europea del sigilo XIX, podríamos agregar a aquella que condenó a Jean Valjean por robar un pedazo de pan.

Macri entonces, es un personaje de Victor Hugo, aunque no creo sinceramente que lo haya leído, porque al único Victor Hugo que debe conocer es a Victor Hugo Morales que tampoco simpatiza con él

Como dijo Jena Cocteau Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo, ¿Macri se creerá algo?

Mientras tanto escuchen esta canción de León Gieco dedicada a todos los que desde su «auto falo» en el video