Homar Garcés
A fin de garantizar y profundizar el avance revolucionario en Venezuela, se hace necesario que exista un verdadero empoderamiento popular, cuyas acciones fundamentales estén orientadas a lograr el cambio estructural de las instituciones públicas y al control efectivo y eficiente de los medios de producción.
No se puede, por tanto, insistir en crear nuevas instituciones que funcionen del mismo modo que en el pasado, con ordenamientos administrativos que limitan o impidan el ejercicio de la democracia participativa y protagónica. Al respecto, quienes están al frente de dichas instituciones tendrían que ser cuadros probados del proceso revolucionario bolivariano, dispuestos a afrontar con humildad y compromiso la construcción de unas nuevas relaciones de poder en vez de repetir el comportamiento cuartorrepublicano.
De igual forma, este empoderamiento popular tendrá que manifestarse en el orden económico, promoviendo la propiedad social y estimulando un sistema económico productivo propio con que se pueda abastecer al mercado local. Sin no se altera significativamente el orden económico, difícilmente podría instituirse un nuevo tipo de civilización basado en los ideales del socialismo revolucionario. Hará falta, por tanto, que exista una clara conciencia clasista entre los sectores populares -en especial, de los trabajadores y las trabajadoras (manuales e intelectuales)- que les impulse a producir cambios revolucionarios que vayan más allá de la conquista de un mejor salario y otras reivindicaciones socio-económicas, de modo que se impongan a sí mismos el reemplazo total del régimen de explotación y exclusión social fundado en la propiedad privada de los medios de producción y el trabajo asalariado.
Todo ello en conjunto habría de desembocar en lo que Antonio Gramsci designó como cultura contra-hegemónica, capaz de derribar a la cultura burguesa dominante, de manera que los sectores populares -con el proletariado organizado a la vanguardia- tomen entonces el poder y construyan un nuevo modelo civilizatorio, sin las máculas del pasado. Esto no implica que se proceda nada más que a la colectivización de la economía (lo que tanto espanta a los espíritus timoratos y, por supuesto, a los sectores oligárquicos), algo que exigirá en todo instante adoptar también lo que José Carlos Mariátegui planteara respecto a que «se necesita una espontánea actitud espiritual, una especial capacidad psicológica» para comprender la revolución. Bajo esta premisa, el empoderamiento popular y el nuevo tipo de civilización a construirse tienen que enfrentar los viejos prejuicios culturales y de clase que aún hacen mella en la conciencia de la mayoría explotada y excluida. «La idea revolucionaria –como ya lo dijera Mariátegui- tiene que desalojar a la idea conservadora, no solo de las instituciones sino también de la mentalidad y del espíritu de la humanidad. Al mismo tiempo que conquista el poder, la revolución acomete la conquista del pensamiento». Ciertamente, todo esto tendrá que ser promovido desde la acción misma de los sectores populares, ejerciendo la democracia directa, lo que concluirá por causar la revolución postcapitalista que marcará el nuevo destino humano.-