Aplastado el “Mexican moment” por la fuerza de los hechos, la visita de Peña a los EE. UU se realiza en un contexto desfavorable para los dos jefes de estado. Obama tiene enfrente un congreso mayoritariamente republicano, un conflicto internacional con Rusia que coloca al mundo al borde una guerra nuclear y además tiene que lidiar con las protestas callejeras producto de brutalidad policiaca. Peña no logra sacudirse la incapacidad para dar una respuesta satisfactoria a la sociedad mexicana por los casos de Tlatlaya, Iguala y la casita blanca, por mencionar los más visibles.
En semejante coyuntura no parece haber mucho de qué hablar entre ambos mandatarios a no ser para afinar la agenda de la ‘integración’ entre los dos países, tanto en materia de energía como de seguridad. A los que piensan que Obama mostrará interés por la crisis humanitaria en la que vivimos al sur del Rio Bravo, habría que recordarles que el principal violador de derechos humanos en el mundo es precisamente el tío Sam por lo que difícilmente formará parte de los temas que explorarán en sus conversaciones. Sobra decir que por parte de Peña no existe el menor interés en ir a dar explicaciones sobre su comportamiento acerca de los derechos humanos. En todo caso conversarán sobre la manera de minimizar las protestas y manifestaciones para exigir la aparición de los estudiantes normalistas de Guerrero para generar un clima de negocios favorable en México no para detener la crisis humanitaria.
La verdadera agenda tiene que ver con la idea de maximizar las ganancias de los EE.UU en México. Y éstas giran primordialmente en la puesta en práctica, lo más pronto posible, de las reformas impuestas el año pasado por el congreso mexicano y asegurar la protección de las inversiones profundizando la presencia militar del ejército estadounidense en suelo mexicano, ya sea de manera velada o manifiesta. Me pregunto cómo recibirían los habitantes del estado de Tamaulipas la entrada de los marines a territorio nacional con el pretexto de colaborar en labores de seguridad.
Estos temas están estrechamente relacionados ya que los dos abonan al enriquecimiento de las empresas estadounidenses y, al mismo tiempo, forman parte fundamental de la agenda de seguridad nacional de los EE. UU. Frente al deterioro de su hegemonía en el mundo, nuestros vecinos del norte empiezan a mostrar un mayor interés en intensificar los lazos con Canadá y con México, sobre todo porque en Sudamérica las cosas no parecen inclinarse a favor de los intereses yanquis, no se diga en el resto del mundo. Este hecho puede servir para comprender la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba que, con el mantenimiento del embargo económico en contra de la isla, más parece una maniobra para mejorar la percepción que tienen los latinoamericanos de la política exterior de Washington que un esfuerzo real por acabar con la guerra fría en el continente americano.
Así las cosas, se puede suponer que las conversaciones entre Peña y Obama no tendrían otro objetivo que fortalecer el sometimiento económico y político de México para amortiguar en la medida de lo posible las consecuencias de la salida de los EE.UU. del centro del sistema mundo contemporáneo. Las consecuencias de ésta tendencia, inaugurada en 1994 con el inicio del TLCAN, no pasan solamente por el mayor empobrecimiento de la población mexicana y el aumento de la violencia social que vivimos. La historia nos muestra que cuando un país pierde paulatinamente la hegemonía en el mundo no se cruza de brazos sino atiza la hoguera de la guerra para vender cara su derrota, procurando extender su dominio en el tiempo a cualquier costo… y arrastrando a sus aliados a los conflictos militares. Las dos guerras mundiales en el siglo XX son un ejemplo de cómo la salida de Inglaterra del centro del sistema para dar lugar a la hegemonía de Mickey Mouse hundieron el mundo en una carnicería que está a punto de ser reeditada en el presente. Sólo que ahora, es más probable que el escenario bélico se traslade de Europa a América.
Las tensiones internacionales que presenciamos tienen que ver precisamente con este cambio en la correlación de fuerzas de los países integrantes del sistema mundo, por lo que profundizar en la dependencia económica y política de México en semejante coyuntura sólo puede traernos mayores desgracias que las que ya vivimos. La guerra en el futuro no será sólo la que sufrimos en nuestro territorio –pues no se ve para cuando podamos regresar a la normalidad- sino también a la que nos arrastrarán los conflictos de los EE. UU. con el resto del mundo.
Las operaciones conjuntas entre las fuerzas armadas de México y EE. UU. y la integración del ejército mexicano a los cascos azules de la ONU son sólo el principio de una estrategia política que, con el pretexto del combate al narcotráfico y el mantenimiento de la paz en el mundo, tiene la intención de incorporarnos militarmente a una guerra perdida de antemano pues el debilitamiento de la hegemonía yanqui en el mundo es un proceso irreversible. Y sin embargo, el presidente mexicano así como los actores políticos institucionales no parecen percatarse de dicha tendencia, ensimismados en las ganancias a corto plazo para, y en consonancia con el eslogan preferido de Peña, mover a México hacia el abismo.
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