En la Biblioteca Nacional se lleva a cabo un debate acerca del modelo productivo que incluye a distintos actores vinculados. En Rosario, antes, se dio una nueva jornada de la Campaña por una Consulta Popular en defensa de nuestra Soberanía sobre los Bienes Comunes. Entre estas dos reuniones queda la discusión sobre la producción nacional y la utilización de los recursos. Producir para qué, por quién, cuándo, dónde y cómo, algunas preguntas que pocos se hacen.
Entre martes y miércoles se realiza en la Biblioteca Nacional el “Encuentro de Propuestas de Modelos Productivos: Agricultura y Alimentos” para la discusión sobre los objetivos para la alimentación y la producción de la Argentina. La mesa reúne a actores diversos, entre ellos, Gustavo Grobocopatel, el “rey de la soja” y promotor del modelo de siembra directa, biotecnología y agroquímicos; Felíx Díaz, referente de la comunidad qom; Emilio Pérsico, subsecretario de Agricultura Familiar de la Nación; Javier Preciado Patiño, director de Infocampo; académicos y organizaciones sociales. El encuentro está organizado por ArgenÉtica (Argentina + Genética + Ética).
En la misma reunión quedan manifestadas las contradicciones de este modelo de explotación a gran escala de bienes comunes. Una semana antes de éste encuentro, en Rosario, se realizó una jornada de la “Campaña por una Consulta Popular en defensa de la Soberanía sobre nuestros Bienes Comunes” en la que participaron Jorge Rigane, secretario adjunto de Cta “Autónoma”; Julio Gambina, economista y director del Ief de Cta “Autónoma”; y Tamara Perelmuter, integrante de “No a la Ley de Semillas de Monsanto”.
“La consolidación y expansión de este modelo ha sido posible a partir de tres pilares extractivistas” -dice el folleto de la jornada- “el monocultivo de soja, expandiendo la frontera agrícola hacia áreas de cultivo no tradicionales, avanzando con la deforestación y contaminando pueblos enteros con agrotóxicos, provocando el desalojo forzado de campesinos y pueblos originarios; el auge de la minería a gran escala en zonas cordilleranas, utilizando cantidades descomunales de agua, que secan ríos e impactan directamente en los territorios; y la explotación de los hidrocarburos no tradicionales y la implementación del sistema de fracking para su extracción”.
Esas son las bases de planificación para la producción argentina, sostenida en el desarrollo a través del incremento de la producción de alimentos y materias primarias y la gran exportación a los centros de poder global, tradicionales y emergentes. En esa ecuación, el cálculo no considera ninguna criterio de soberanía y todo queda reducido a una lógica de comoditización, donde los bienes primarios, el conocimiento aplicado y la salud de los pobladores son mercancías con una cotización en el mercado internacional.
El Plan Estratégico AgroAlimentario 2020, en el que la mayoría de los sectores coincide, establece metas de crecimiento productivo y promete un horizonte de desarrollo. Lo que no se cuestiona es acerca de las nociones de productividad y desarrollo, que fijan un valor de mercado para cada uno de los bienes naturales y promueven la privatización de la vida y el agotamiento de la biodiversidad: producir mucho de poco, a buenos precios, para alimentar al mundo… que lo demás, no importa nada.
Un Prozac para la señora vaca
El 26 de noviembre la Fundación Heinrich Böll presentó el libro “Atlas de la carne. Hechos y cifras de los animales que comemos”. Se trata de una recopilación sobre las efectos de los cambios que se produjeron en la producción de carne en la Argentina a partir del avance de la frontera agraria y la modificación del modo de producción tradicional.
En éstos últimos 10 años la Argentina perdió su papel histórico de país ganadero y sufrió una fuerte disminución en la producción de ganado vacuno: cayeron los niveles de consumo interno (hoy se encuentra por debajo de los 60 kg por persona al año); cayeron las exportaciones (la Argentina pasó del tercer lugar como exportador mundial, al puesto once, por detrás de Uruguay y Paraguay); y cayeron la cantidad de productores.
“En Argentina, en los últimos años el corrimiento que hubo a partir del avance de la soja significó que unas 13 millones de hectáreas dedicadas al pastoreo pasaran a utilizarse para producción de cereales y oleaginosas. Esto implicó un reordenamiento territorial, el traslado de la producción ganadera a otros sectores del país, como el noreste y el noroeste, y también sobre todo en el delta y los humedales”, comenta Elba Stancich, colaboradora del Atlas de la carne.
El modelo de producción genera sus consecuencias en todos los niveles, incluso en el del consumo privado de alimentos, alterando fuertemente lo que comemos y cómo lo comemos: a partir de esta nueva organización del territorio y de las producciones se impusieron prácticas como las del engorde a corral (o feedlots) que modificaron drásticamente el panorama de la carne en la Argentina, imponiendo una producción industrial en donde los animales no pastan libremente en los campos y son engordados con granos en corrales en los cuales se necesitan mayores aplicaciones de antibióticos.
“Si bien ha aumentado la producción de carne, la cantidad de productores ha disminuido muchísimo porque la concentración es mayor. Esto lleva a un cambio completo y es que hoy en muchas ciudades ni siquiera existen las carnicerías”, agrega Stancich. El modelo impacta y lo hace generando desigualdades y cambio de hábitos siempre a favor de los grandes actores.
Pero el ritmo del comercio mundial varía y eso se reproduce en el rumbo de la Argentina: “existe una la alta relación de precios entre compra (terneros) y venta (novillos). Este valor en la actualidad es del 36%, uno de los más altos de los últimos 20 años, en el cual el promedio de la serie (1995-2014) es de 11,6%, siendo el valor medio de los últimos 5 años (2010-2014) de 20,1%», dice Raúl Millano, director ejecutivo de Rosgan, el primer mercado ganadero televisado.
El cambio en los precios internacionales genera una nueva esperanza para la producción local, que muestra signos de recuperación en un contexto mundial donde los grandes actores ven severamente desmejorados sus stocks y hay nuevos compradores como Rusia y China.
«Siempre la definición de las producciones se hace en función de la rentabilidad, cuando la soja estuvo en u$s500 la tonelada y 14 millones de hectáreas se transfirieron a la agricultura, era un panorama. Con los precios actuales de la oleaginosa, los estudios indican que la ganadería es mucho más rentable que la agricultura», sentenció Millano.
Los granos que no se comen, con todos sus agregados biotecnológicos, van para la alimentación artificial y rápida de los animales, que luego se venden envasador en las grandes cadenas de supermercados, en gran parte aliadas a los grandes frigoríficos que hegemonizan el mercado interno. Eso es lo que se calla cuando se promueve la integración de las cadenas y la oportunidad abierta con la caída de los precios internacionales. Tampoco se dice que después del proceso de desguace del sector y la desaparición de los pequeños productores, son pocos los que cuentan con la capacidad financiera de montar un establecimiento y aprovechar las ventajas comparativas de la producción. En definitiva, el camino de la reintegración de las cadenas deriva en mayor concentración del sector.
La salud es un bien escaso
El giro de la producción impacta en un giro del paisaje, con más campos extendiéndose a lo largo del territorio, como un desierto verde. Pero lo que pueden encontrarse en ese desierto no son oasis de fresca agua, sino grandes lagunas surgidas de las inundaciones y rodeadas de extensos lotes de tierra inoculada: desde 1997 a la actualidad se sembró un 50% más de la superficie en el sur santafecino. También su utilizó un 800% más de agroquímicos.
El desarrollo demográfico estuvo catalogado por el crecimiento del modelo productivo y la imposición de sus imperativos de renta: en el estudio que realizó la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario se analizaron más de 19 localidades y superó las 90 mil personas abarcadas. “Lo que encontramos como punto común de todas estas localidades, es que todas habían quedado en el medio de las áreas de producción de alimentos transgénicos dependientes de agro tóxicos. En algunos lugares hay 4 veces más casos de cáncer que en el año 1997”, dijo Damián Verseñazi, responsable académico de la Cátedra Salud SocioAmbiental.
La influencia regional de los grandes actores del agro establece un marco de complicidad con los organismos públicos encargados de controlarlos. La actividad económica de los pueblos de interior queda subordinada a los dictámenes de estos gigantes empresariales que ofrecen puestos de trabajo, prebendas comunitarias y oportunidades para la población. Esa extorsión legal tiene sus ventajas: “los organismos de control y regulación son claramente organismos que tienen un déficit en su capacidad de control, pero que además, se manejan con una lógica absolutamente perimida y arcaica de clasificación en el criterio de toxicidad de los productos químicos que debe ser revisada”, afirma Verseñazi.
Para los árboles
La idea de alimentar al mundo tiene complementos que no son denunciados por quienes proponen asumir el rol histórico de la Argentina en las relaciones del comercio mundial. Hay que ser el gran abastecedor mundial y para eso es necesario adecuarse a las necesidades de los compradores.
La Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación realizó el monitoreo oficial sobre los niveles de cumplimiento de la ley de protección de bosques nativos. Quedaron así actualizados los datos hasta diciembre de 2013. Los números, en este caso, llegan para confirmar una tendencia que exhibe las necesidades del modelo productivo: desde 2007, cuando se sancionó la ley, hasta fines de 2013, se desforestaron en todo el país 1.893.128 hectáreas.
La consigna de aumento de producción conlleva la expansión de la frontera agraria, desplegando el paisaje pampeano por sobre las particularidades del resto del territorio, donde no importan los patrimonios naturales, las comunidades que lo habitan ni las costumbres de los pueblos: importa cumplir con las obligaciones del desarrollo.
Ante semejante destino histórico, poco importan las reglamentaciones: en ese periodo se talaron 553.332 hectáreas en zonas de bosques protegidos y 503.948 hectáreas donde sí estaba permitido hacerlo.
La soja avanza para cumplir sus objetivos y ese criterio pesa demasiado como para considerar el arraso de las producciones locales o de las comunidades nativas asentadas en el territorio: el 80% de la tala indiscriminada se produjo en cuatro de las provincias del norte del país. Santiago del Estero sufrió la pérdida de 623.848 hectáreas, Salta de 449.338 hectáreas, Formosa de 221.756 hectáreas y Chaco de 218.034 hectáreas. La pampa se extiende y aprovecha los bajos precios de la tierra en las zonas no tradicionales.
En Salta varios activistas fueron detenidos por denunciar la complicidad estatal con las topadoras. En Santiago del Estero se suman las muertes de dirigentes de pueblos originarios por resistir los arbitrariedades. En Chaco y Formosa reina el silencio. “Es difícil usar un adjetivo diplomático para esto. Las provincias se cagan en la ley de bosques. Hay voluntad deliberada de violar la ley y la Secretaría de Medio Ambiente de la Nación es muy débil en el la aplicación. Nación debería frenar a Salta o a Santiago del Estero, que son autores materiales de la pérdida incesante de naturaleza”, dice Emiliano Ezcurra de la Ong Banco de Bosques.
Hay algunos temas que no entran en discusión. El modelo productivo que reconfigura la geografía nacional y establece el papel que juega la Argentina en las relaciones internacionales no permite objeciones: “el Gobierno tiene discurso proindigenista, pero en los hechos es protopadora. Son ignorantes: deberian saber que hay tecnología para producir manteniendo los bosques en pie”, agrega Ezcurra. Esa es la lógica del desarrollo para el granero del mundo.
Fuente: http://brujulacomunicacion.com/index.php/informes/item/1042-el-modelo-en-el-que-andamos