Rodrigo Uprimny *-elespectador.com

 

El ébola fue descubierto en 1976 y desde entonces ha habido una veintena de brotes, siempre de gran letalidad.

 

¿Por qué entonces en estas décadas, de intensos desarrollos médicos, no hubo avances significativos para desarrollar una vacuna y un tratamiento eficaz contra el ébola?

La respuesta no es que el ébola sea un virus muy difícil de enfrentar médicamente, sino que no ha habido plata suficiente para investigarlo. Por ejemplo, el profesor Geisbert, de la Universidad de Texas, desarrolló desde 2005 una vacuna que es eficaz en macacos, pero la falta de fondos impidió que fuera probada adecuadamente en humanos y que de pronto ya estuviera disponible.

La falta de dinero para enfrentar esta amenaza letal se debe primero a que no es buen negocio.

Según un artículo de John Rottingen y otros, publicado en 2013 en The Lancet, 60% de la investigación médica es hecha por farmacéuticas privadas, que buscan obtener y explotar patentes. Esto distorsiona las prioridades, pues la investigación se dirige a crear medicamentos que tengan una demanda estable de pacientes con capacidad de pago. Las dolencias crónicas en sociedades de alto ingreso son entonces la preferencia investigativa de estas compañías, pues se trata de pacientes que pueden pagar medicamentos costosos por largos años.

Las patentes desincentivan la investigación sobre productos que permitan curar inmediatamente o prevenir enfermedades de personas pobres. La investigación contra el ébola cae en esa categoría, pues la vacuna se aplicaría una o pocas veces, y los tratamientos serían de corta duración. Y aún peor: los potenciales clientes estarían en África. Un pésimo negocio.

No debe entonces sorprendernos que, por el sistema de patentes, las farmacéuticas dediquen mucho más dinero a investigar sobre la calvicie que sobre enfermedades infecciosas tropicales letales.

Pero, ¿por qué los Estados o las organizaciones filantrópicas, que no se guían por la rentabilidad, no financiaron la investigación sobre ébola. Y la respuesta también es escandalosa: porque el ébola es una enfermedad de pobres, que no amenazaba a la salud pública de los países ricos, pues los anteriores brotes habían afectado a unas centenas de personas y habían quedado confinados a algunos lugares de África. Y como, según el mismo artículo de Lancet, el 90% de la investigación médica es hecha con plata de los países ricos, no resulta sorprendente que la financiación pública para enfrentar el ébola haya sido también muy escasa.

Él sistema de patentes y las opciones de los países ricos han hecho que las enfermedades contagiosas tropicales, como el ébola o la malaria, sean ignoradas por la investigación médica, que sólo les dedica 1% de los fondos investigativos mundiales. Y los fondos sólo aparecen cuando estas enfermedades se acercan a Europa y América del Norte.

La presente crisis del ébola es no sólo una terrible tragedia humanitaria, es una escandalosa expresión de las injusticias globales en salud.

 

* Director Dejusticia y profesor Universidad Nacional.