Nicmer N. Evans
Aporrea

 

Pensar que los Borgia son la referencia de cómo hacer política aún hoy, es darle un mérito insostenible a mi muy respetado Nicolás Maquiavelo, pero peor aún es pensarlo y ponerlo en práctica desde la izquierda latinoamericana.

El actual pensamiento occidental de la derecha y la izquierda, no ayuda a explicar la lucha que vive el pueblo aún oprimido por castas, oligarquías, neocastas y neoligarquías, que al final oprimen al honesto, aquel que vive de su trabajo. Hoy decir «corrupto» lamentablemente no diferencia entre izquierda y derecha, y ser honesto tampoco hace diferencia en la práctica concreta. Eso podemos palparlo crudamente hoy en Venezuela cuando es imposible tapar, como en la IV, los corruptos que pintados de rojos y chavistas, se daban y aún se dan golpes de pecho en nombre de la revolución, aquellos que señalaron y señalan a gente honesta como V columnas, y al poco tiempo no pueden ocultar el dinero y los bienes obtenidos fraudulentamente.

Esa situación antes descrita no niega a la izquierda y la derecha con sus matices, lo único que pretendo ante tal fotografía es preguntarme ¿Es entonces lógico hoy seguir reivindicando un proyecto político de izquierda? Para de inmediato responder: Si. La diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha, es que el pensamiento de derecha se basa en la acumulación de capital, con base en el individualismo como base de las relaciones sociales mientras que la izquierda se basa en la justa valoración del trabajo y privilegia lo colectivo respetando la individualidad y el sujeto como base de las relaciones sociales.

En este sentido, todo esfuerzo que se haga por la honestidad del trabajo, su justa valoración y estímulo siempre contará con el apoyo de quien produce, de quien trabaja, y de quien ha aprendido a vivir honestamente de su trabajo. Es por lo anterior que hoy más que nunca, en nuestro país necesitamos reivindicar lo honesto, y la política ética, además de la ética política. Debemos desmitificar que lo correcto en política es mentir y robar en nombre del pueblo o de un proyecto político. En lo personal necesito desmarcarme de esto, y por el contrario reivindicar que estamos viviendo una nueva época, donde la política cada vez se hace menos a la fuerza, y no es tampoco la vieja persuasión y la seducción moderna, sino la racionalidad y capacidad de movilización de las voluntades en torno a valores lo que empieza a predominar en la nueva palestra política en la era de las redes sociales y de la democratización de la información y el conocimiento, sin límite más allá de lo esencialmente humano.

De la vieja izquierda venezolana, una parte se quedó viviendo bajo el efecto del síndrome de Estocolmo con sus cancerberos de la IV, otra parte decidió avanzar junto a Chávez en la esperanza de algo nuevo: algunos erraron el camino, otros se retiraron impotentes, otros pocos siguen luchando, pero también hay otra izquierda, la indignada pero no paralizada, la que tiene propuestas pero no quiere imponerlas, quiere democratizarlas, una izquierda que asume que todos los honestos pueden trabajar juntos por el país más allá de las sanas y necesarias diferencias ideológicas que alimentan la democracia participativa y protagónica, desde una perspectiva socioconstruccionista.

La otra izquierda existe, en los movimientos de mujeres, en los grupos y colectivos sexodiversos, entre los trabajadores, los jóvenes, nuestros indígenas, entre nuestros afrodescendientes y eurodescendientes, entre nuestros productores, campesinos, los honestos, los emprendedores, la clase media, los más pobres y en cada espacio donde hay ganas de hacer cosas con honestidad. Dónde no está la otra izquierda es: entre los corruptos, los banqueros, los especuladores, los políticos stalinistas o fascistas, los explotadores, los individualistas.

Es hora de que la otra izquierda, los de abajo, se pongan de pie ante las oligarquías y neoligarquías, porque a la derecha ni para agarrar impulso.