Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García |
Introducción de Tom Engelhardt
Sea lo que sea lo que podáis imaginar, el concepto de “pico de producción del petróleo” sigue teniendo prestigio; lo mismo pasa con la idea de “pico de producción de los combustibles fósiles”. Pensad en ello y no lo dejéis para otro momento. Después de todo, vivimos en un planeta finito que, por definición, tiene una cantidad finita de petróleo, gas natural y carbón. Más pronto que tarde, según esas reservas sean utilizadas (independientemente de la nuevas tecnologías que puedan inventarse para extraer del subsuelo un poco más de esos recursos cada día más escasos), un día alcanzaremos ese pico de producción a partir del cual todo irá a menos.
Es un hecho del todo natural para el que no hay salida. Según el New York Times, esta es la conclusión fundamental a la que llega el último informe de 127 páginas del Panel intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de Naciones Unidas, que se las arregla para utilizar 351 veces la palabra “riesgo”, 61 veces “vulnerable” o “vulnerabilidad” y 48 veces “irreversible”. “El informe revela que empresas del sector y gobiernos han identificado reservas de esos combustibles (fósiles) al menos cuatro veces mayores que lo que se podría quemar y aún mantener el calentamiento global dentro de lo tolerable.”
En otras palabras, el concepto de “pico” aplicado al petróleo es eficaz para describir su momento de máxima producción y el punto a partir del cual las reservas crecerán menos que la demanda, pero debemos recordar que ya estamos en la parte descendente del “pico” de la existencia, una noción varios decenios más antigua y más crucial, entendida como el punto en el que los recursos disponibles en el planeta todavía alcanzan para conservar la vida humana. Los científicos que redactaron el documento IPCC informan de que hacia la mitad de este siglo se espera un aumento medio de la temperatura global de 2oC y de por lo menos 3,72oC a finales del siglo, lo que dejaría a la humanidad en un planeta bastante menos habitable.
Los daños producidos, incluyendo el derretimiento del hielo que cubre Groenlandia, que eso solo podría elevar el nivel del mar en el mundo en unos siete metros como promedio, serán irreversibles (al menos en una escala histórica (es decir, humana) de tiempo). Frente a esta relativamente sencilla realidad, como informa hoy Michael Klare, colaborador regular de TomDispatch y autor deThe Race for What’s Left, las empresas petrolíferas están empleando una notable inventiva y gastando miles de millones de dólares para llegar a unos yacimientos de combustibles fósiles cada vez más profundos, de extracción cada vez más difícil y cada vez más peligrosos desde el punto de vista medioambiental. No es menos sorprendente que la administración Obama esté trabajando intensamente para allanar el camino para la explotación de esos yacimientos cuatro veces más grandes de lo necesario para un futuro menos confortable. No solo lo está haciendo con un espíritu de cooperación con el esfuerzo energético más vasto y avaricioso del mundo del tipo “perforad, muchachos, perforad”, sino también jactándose de ello.
Recuerdo unos anuncios que me fascinaban cuando era niño. No recuerdo exactamente qué vendían o qué promocionaban, pero mostraban imágenes del tipo “descubrir el error”, entre ellas –creo recordar– unas vacas de cinco patas flotando entre las nubes. Siempre estaban acompañadas de alguna pregunta como “¿Cuál es el error en esta imagen?”. Hoy, como en aquellos anuncios, Klare nos ofrece un cuadro de la explotación de la energía y el calentamiento global equivalentes a aquellas vacas de cinco patas entre las nubes y nos hace la misma pregunta.
Un presidente del calentamiento global preside un Estados Unidos cuya consigna es: “perforad, muchachos, perforad”
Si consideráramos todo lo que se dice sobre calentamiento global, pico de la producción de petróleo, gases de efecto invernadero y energías renovables, podría pensarse que, en relación con el consumo de crudo, Estados Unidos debería estar en la cuesta abajo. Ciertamente, en este momento, deberíamos ser testigos de indudables progresos en la dirección de una economía post-petróleo. La realidad es que está ocurriendo exactamente lo contrario. El consumo de petróleo en Estados Unidos está aumentando; solo en 2013 era de 400.000 barriles* por día; si la tendencia actual se mantiene, esté consumo volverá a crecer, tanto en 2014 como en 2015.
En otras palabras: el petróleo ha regresado. Las señales de su resurgimiento son abundantes. Independientemente de lo que cualquiera pueda pensar, en promedio, los estadounidenses hacen cada día más kilómetros –y no menos– y llenan el depósito de combustible de su vehículo con cada vez más gasolina; evidentemente, cada día menos preocupados por la cuestión. Por ejemplo, el estigma de comprar un vehículo capaz de beberse litros y litros de combustible parece estar desapareciendo; según CNN Money, más o menos uno de cada tres vehículos vendidos hoy es un SUV**. Como consecuencia de ello, la necesidad de destilar petróleo ha crecido más que en la China de 2013, algo que sucede por primera vez desde 1999.
Junto con esto está el sesgo –apenas percibido pero decisivo– en la retórica de la Casa Blanca. Así como una vez el presidente Obama habló una vez de la necesidad de acabar con nuestra dependencia del petróleo como la más importante fuente de energía, ahora fanfarronea con el aumento estadounidense de su consumo y todos sus esfuerzos están encaminados a hacerlo crecer aún más.
Hace apenas cinco años, muy poca gente habría previsto un repunte tan espectacular. Entonces, muchos expertos en energías predecían la inminencia de un “pico” en la producción mundial de crudo al que le seguiría un irreversible descenso. Con una extracción en continua reducción, se decía, los precios de los combustibles líquidos se dispararían y los consumidores se inclinarían por los vehículos híbridos, los coches eléctricos, los biocombustibles y otras alternativas en los transportes. Se rediseñarían las políticas gubernamentales de modo de facilitar este cambio ofreciendo ventajas fiscales y otros incentivos para pasar al empleo de las energías renovables.
En ese momento, una creciente preocupación por el cambio climático y la perspectiva de más calentamiento debido a las cada vez más importantes emisiones de dióxido de carbono producido por la combustión de combustibles fósiles parecían desdibujar la imagen de un largo plazo ligado al petróleo. Después de todo, en este país, la combustión de los derivados del crudo es la más importante fuente de emisión de gases de efecto invernadero. Por otra parte, esto significa claramente que cualquier intento sustancial de reducir las emisiones –ya sea mediante una tasa de CO2, la “compra” de derechos de emisión u otras soluciones por el estilo– naturalmente debería incorporar importantes restricciones en el uso de petróleo. El presidente Obama llegó a la Casa Blanca con la promesa de legislar en ese sentido, y en 2009 la Cámara de Representantes aprobó una la ley modificada sobre compra de derechos de emisión pero el Senado nunca la aprobó, por lo que no llegó a convertirse en ley.
La crisis financiera y económica global de 2008 no hizo más que aumentar las dudas sobre el futuro del petróleo. De repente, los estadounidenses preocupados por la falta de liquidez empezaron a cambiar sus vehículos de alto consumo por otros más pequeños y eficientes; la administración Obama les animó a hacerlo. Por ejemplo, cuando la Casa Blanca aceptó asumir el rescate de General Motors, insistió que una vez reestructurada, la empresa debía centrarse en la producción de vehículos de bajo consumo. Con el mismo espíritu, el paquete de estímulo de la administración –dotado con 787.000 millones de dólares– favorece la inversión en coches eléctricos, biocombustibles, ferrocarriles de alta velocidad y otras alternativas al uso de los derivados del petróleo.
En ese momento, el discurso del presidente Obama reflejaba claramente la creencia de que el petróleo era una energía “antigua” que se enfrentaba a una inevitable decadencia. “Estados Unidos no puede permitirse arriesgar su prosperidad y su seguridad en el largo plazo en un recurso que finalmente se agotará; incluso antes de que eso suceda su extracción será mucho más costosa”, declaró en 2011. “No nos podemos permitir eso cuando es tan alto el costo para nuestra economía, nuestro país y nuestro planeta.” El país no solo necesitaba disminuir su peligrosa dependencia del crudo importado, insistía él, sino de todo el petróleo. “La única forma de que Estados Unidos tenga un suministro de energía verdaderamente seguro consiste en la permanente reducción de nuestra dependencia del petróleo.”
El cambio de rumbo de Obama en relación con el petróleo
Aquello era entonces y esto es ahora; Obama ya no volverá a tener ese discurso. En lugar de eso, él se jacta del aumento de extracción de crudo en EEUU y subraya todo lo que ha hecho y continúa haciendo para incrementar aún más la producción nacional. Contaba en enero pasado a un entusiasmado Congreso que, gracias a las cada día más importantes inversiones que su administración ha promovido, “estamos produciendo más petróleo en casa que el que compramos en el extranjero, algo que no sucedía desde hace casi 20 años”. A pesar de que continúa con su acostumbrada referencia a los peligros del cambio climático, Obama no titubea y promete que hará todo lo posible para aumentar la producción nacional de crudo.
En un todo de acuerdo con sus deseos, el 18 de julio, la Oficina de Gestión de la Energía Marina (BOEM, por sus siglas en inglés) anunció que libraría una vasta extensión del litoral marítimo oriental, una zona que se extiende sin interrupción desde Florida hasta Delaware, a la exploración para encontrar nuevos yacimientos de crudo y gas natural. En el marco del plan de la BOEM, las empresas del sector estarán autorizadas a utilizar la tecnología sísmicas más avanzada para localizar las reservas más prometedoras bajo el fondo marino en preparación de una serie de licencias de explotación petrolífera submarina programada para 2018. En ese momento, las empresas podrán hacer ofertas y obtener los permisos de perforación. Diversas organizaciones ambientalistas ya han condenado este plan argumentando que las pruebas sísmicas –que suelen implicar el uso de explosiones– podrían ser perjudiciales para la fauna marina en peligro de extinción, incluyendo las ballenas. Sin embargo, lo cierto es que esas pruebas sísmicas, realizadas con el fin de perforar y explotar yacimientos de combustibles fósiles, en el largo plazo pueden hacer tanto daño a los seres humanos como a la fauna marina.
Según un documento de la Casa Blanca, estas son –entre otras– las disposiciones tomadas por la administración para estimular la producción nacional de petróleo:
* El incremento en la adjudicación de contratos de perforación en territorios federales. En 2013, la Oficina de Gestión del Suelo gestionó 30 contratos –la mayor cantidad desde hacía 10 años– que abarcaban 23.066 kilómetros cuadrados.
* El incremento de la velocidad de perforación permitida en territorios federales. El llamado “tiempo de perforación”, se enorgullece la Casa Blanca, pasó de los 228 días en 2012 a los 194, en 2013.
* La habilitación de 238.760 kilómetros cuadrados más en el golfo de México –el sitio donde BP provocó el desastroso derrame de crudo en abril de 2010– a la perforación para extraer petróleo y gas natural.
En otras palabras: ¡estamos condenados al calentamiento global!
En un cambio de rumbo que apenas ha llamado la atención y ha despertado muy poca crítica, el presidente Obama está creando un legado que significa el entierro de sus propias palabras: “permanente reducción de nuestra dependencia del petróleo”. En vez de eso, su administración está en la carrera del “perforad, muchachos, perforad” para aumentar la producción en todas las formas imaginables en el territorio de Estados Unidos, incluyendo su litoral marítimo, que durante mucho tiempo estuvo cerrado a la perforación debido a las preocupaciones ambientales.
¿Cuál es la explicación de este espectacular cambio de rumbo?
El reverdecido encanto del petróleo
El aspecto más significativo que está detrás de la renovada popularidad del petróleo es la revolución habida en las técnicas de perforación. Sobre todo, el empleo de la perforación en horizontal y la fracturación hidráulica (fracking) para la extracción del petróleo y el gas natural encerrados en la roca de esquisto que hasta hace poco eran inaccesibles. Estas técnicas implican el empleo de equipos de perforación que pueden orientarse hacia un lado después de haber penetrado en una zona de finas capas de pizarra junto con la inyección de agua a alta presión para fracturar la roca a su alrededor y liberar así bolsas donde se acumula el petróleo y el gas. Hasta la introducción de estas técnicas, el costo de la extracción de los hidrocarburos atrapados en los esquistos era prohibitivo y por lo tanto eran ignorada; tanto la industria petrolífera como muchos expertos pensaron que el “pico” del petróleo estaba cerca.
La mayor parte de los yacimientos no convencionales (shale) contienen por igual petróleo y gas natural. Al principio, se explotaban por su contenido de gas debido a que su aprovechamiento comercial resultaba mucho más fácil. Pero cuando se vino abajo el precio del gas –en parte debido a un exceso de oferta– muchos perforadores se dieron cuenta de que podían ganar más dinero si le daban un nuevo destino a sus pozos en yacimientos ricos en petróleo no convencional, como en las formaciones Bakken, North Dakota, y Eagle Ford, en el oeste de Texas. Esto ha resultado en un súbito torrente de petróleo de producción nacional que redujo el precio de la gasolina (con el consecuente crecimiento de su consumo) y en la creación de unas condiciones de tipo “boom” en varios lugares del país.
Antes del empleo de la perforación horizontal y de la tecnología fracking, la producción estadounidense de crudo estaba sin duda enfrentando su declinación en el largo plazo. Según la Administración de Informaciones sobre Energía (EIA, por sus siglas en inglés) del Departamento de Energía, la extracción nacional de crudo tuvo un máximo de 9,6 millones de barriles por día en 1970, pero cayó hasta los cinco millones en 2008. Sin embargo, con la introducción del fracking, las cifras empezaron a repuntar. El total de extracción de petróleo alcanzó los 5,7 millones de barriles por día en 2011 y saltó hasta los 7,5 millones en 2013. Se estima que en 2014 se llegará a los 8,5 millones de barriles por día, lo que representa un notable aumento de 2,8 millones de barriles diarios en tres años.
Ciertamente, este incremento es el mayor registrado para cualquiera de los países productores de petróleo en el periodo 2011-2013; esto ha redundado en múltiples beneficios económicos para Estados Unidos y, al mismo tiempo, importantes consecuencias medioambientales. Al menos, ha mantenido relativamente bajos los precios de la gasolina: hoy día el precio promedio es de alrededor de 0,92 dólar por litro, bastante más de lo que un estadounidense pagaba en los noventa, pero bastante menos de los que los expertos suponían que sucedería en una economía posterior al pico de producción de crudo. Desde luego, esto alentó la venta de vehículos de alto consumo y un incremente en el uso recreativo del automóvil (“Gracias al reducido precio de la gasolina, podemos permitirnos salir a pasar el día fuera de casa”, decía Beth Hughes mientras iba con su marido a conocer El Álamo y hacer algunas compras).
La mayor posibilidad de asumir el costo del petróleo estimuló también la inversión en industrias como la petroquímica y la de los plásticos. El petróleo es la materia prima de una variedad de materiales subsidiarios, entre ellos, el etileno, el propileno y la bencina, que a su vez son utilizados para la fabricación de poliéster, plástico y muchos otros materiales de consumo masivo. Muchas empresas químicas construyeron nuevas plantas para transformar petróleo y gas no convencionales en ese tipo de materiales, lo que produjo nuevos puestos de trabajo y un aumento en la recaudación fiscal. Además, en 2014, con el crudo vendiéndose a unos 100 dólares el barril, esos 2,8 barriles adicionales producidos cada día sumarán otros 100.000 millones de dólares más a la economía estadounidense, una contribución sustancial a una recuperación que, de no ser por ella, sería más bien floja.
Por supuesto, el daño ambiental inherente a todo esto, que ya es importante, en el futuro podría ser sobrecogedor. El empleo del fracking para liberar el petróleo atrapado en la roca de esquisto acarrea la desviación de enormes volúmenes de agua hacia la industria de la energía, lo que normalmente plantea una amenaza al suministro de agua al entorno cercano. En algunas zonas afectadas por las sequías, la perforación en busca de petróleo no convencional está compitiendo con la producción agrícola por el acceso a un suministro de agua dulce en constante disminución. La utilización cada vez mayor del ferrocarril para el transporte de petróleo no convencional –y especialmente sustancias hidrocarburíferas volátiles– ha hecho que aumenten las explosiones –a veces mortales– provocadas por accidentes en los que están implicados vagones tanque demasiado viejos e inadecuadamente preparados para ese transporte.
Por supuesto, las mayores consecuencias medioambientales del boom nacional de producción de petróleo serán el continuado aumento de las emisiones de dióxido de carbono, el reforzamiento del efecto invernadero y la seguridad de que el mundo alcanzará temperaturas más altas en los años por venir. Mientras que es probable que las emisiones producidas por el carbón estadounidense disminuyan en los próximos años, en parte debido a las nuevas regulaciones formuladas por la Agencia de Protección Medioambiental, el anticipado crecimiento de las emisiones procedentes del uso de petróleo y gas natural dejarán en nada aquella disminución; se estima que en 2040 el total de las emisiones producidas en EEUU será mayor que el de hoy día, según la Agencia mencionada. Como resultado de ello, es posible suponer un escaso progreso en los esfuerzos internacionales destinados a ralentizar el avance del cambio climático y un aumento estable en la frecuencia e intensidad de las tormentas, las inundaciones, los incendios forestales, las sequías y las olas de calor.
Sin embargo, en Washington, el repunte de la producción nacional de petróleo es destacado como una muy buena noticia y esencial para la anémica recuperación económica. Animando a volver al trabajo, en mayo pasado, Obama declaró: “… en el comienzo se trata de ayudar a que las empresas creen empleos de calidad. Uno de los factores más importantes para volver a crear empleo en Estados Unidos ha sido nuestro compromiso con la energía en los últimos cinco años. Cuando me hice cargo del gobierno, decidimos que acabaríamos con nuestra dependencia del petróleo importado. Hoy, EEUU está más cerca de la independencia energética de lo que ha estado en décadas”.
“Una posición más fuerte”
Tanto para el presidente como para muchos otros políticos, el aumento de la producción de petróleo, con todo lo que pueda significar para la vitalidad de la economía y la creación de empleo, tiene un alcance mucho mayor. Indudablemente, también es una fuente de poder y prestigio, igualmente lo es para el aumento de la influencia de Estados Unidos en los asuntos internacionales.
Tal como explicó en abril de 2013 Tom Donilon, que por entonces era un importante asesor en cuestiones de seguridad nacional, “la nueva posición estadounidense en materia de energía permite que nos comprometamos desde una situación más fuerte. El aumento de la disponibilidad estadounidense respecto de la energía funciona como un colchón que nos hace menos vulnerables en relación con los problemas y variaciones de precios que puedan producirse en el mercado internacional del petróleo. También nos permite una posición más fuerte en la consecución de nuestros objetivos internacionales de seguridad”.
Un terreno en el que la destreza estadounidense nos ha brindado “una posición más fuerte”, sugería Donilon, fue en la negociación con Teherán sobre el programa nuclear iraní. Dado que EEUU está importando menos petróleo, hay una disponibilidad mayor de crudo extranjero con la que nuestros aliados pueden satisfacer sus necesidades, lo que a su vez ha facilitado la imposición de duras sanciones a las exportaciones iraníes de crudo para de ese modo arrancarle concesiones al círculo del liderazgo iraní.
Otro terreno en el que muchos expertos y políticos de Washington creen que el aumento de la producción de hidrocarburos ha fortalecido la posición del presidente Obama tiene que ver con los esfuerzos de su administración para imponer sanciones multilaterales a las empresas rusas de la energía como castigo por el apoyo encubierto a los insurrectos del este de Ucrania. A pesar de que los aliados europeos de EEUU aún dependen bastante de Rusia para satisfacer sus necesidades de combustibles, de alguna manera se sienten menos dispuestos a ser considerados con Moscú debido a la disponibilidad mundial de petróleo y gas natural.
En otras palabras, el crecimiento de la producción nacional de petróleo ha añadido una dimensión patriótica a su ya potente atractivo.
Esquizofrenia colectiva
Todas las encuestas lo muestran: la mayor parte de los estadounidenses reconoce la realidad del cambio climático y apoya los esfuerzos conducentes a una disminución de las emisiones de dióxido de carbón para evitar los futuros desastres inducidos por este cambio. Incluso California y otros estados han dado pasos importantes para reducir las emisiones relacionadas con el uso de la energía y, entre otras cosas, la administración Obama anunció planes destinados a aumentar la eficiencia de los coches y camiones producidos en Estados Unidos.
Además, el presidente y buena parte de su administración son claros al señalar los peligros del cambio climático: el incremento de la temperatura, las sequías, las tormentas más violentas, el aumento del nivel del mar, y otros peligros que, sin un freno serio en la utilización de combustibles fósiles, convertirán el paisaje actual en un recuerdo utópico de la historia de la humanidad. Aun así, las cifras –tanto de la producción como del consumo– son cualquier cosa menos prometedoras. Según las últimas proyecciones de la EIA, las emisiones de dióxido de carbono producidas por el uso del petróleo crecerán en unos ocho millones de toneladas métricas entre 2013 y 2015; por lo tanto, se espera que estas emisiones alcancen los 2,2 millones de toneladas métricas por año, a pesar del importante incremento en la eficiencia promedio de los vehículos en cuanto al consumo de combustible.
Con una expectativa de crecimiento de las emisiones debidas al gas natural –un resultado inevitable del boom de la producción de gas no convencional– y unas emisiones derivadas del uso del carbón experimentando apenas una modesta disminución (compensada en parte por el aumento de la exportación de carbón estadounidense que se quemará en algún lugar del mundo), se estima que el total de emisiones de dióxido de carbono producidas por la combustión de combustibles fósiles llegará a un devastador 6 por ciento mayor de lo que son hoy día. En este punto, ¿pueden acaso cuestionarse las predicciones que se hacen en relación con el aumento promedio de la temperatura global, con todos los consiguientes y devastadores efectos colaterales para el planeta que ya han sido comentados por tantos expertos en la materia?
En el ámbito nacional, esta situación –la de saber algo y mirar hacia otro lado– solo puede ser descrita como una especie de ilusión colectiva o una versión generalizada de esquizofrenia. En un rincón de nuestro pensamiento colectivo, somos conscientes de que, para prevenir las catástrofes planetarias que estamos acostumbrados a ver en el cine de ciencia ficción, el uso del petróleo debe reducirse drásticamente; en otro rincón, no nos movemos de nuestra relación afectiva con el coche y el consumo de gasolina sin preocuparnos demasiado por las consecuencias. Tenemos un presidente que contribuye al calentamiento global con una importante expansión de la producción de los combustibles fósiles. Pensad en esto como cierto tipo de compartimentación mental colectiva que debería asustarnos a todos; sin embargo, lo notables es que, desde el presidente hasta el último funcionario, todos parecen muy despreocupados por la cuestión.
Obviamente, hay un aspecto del todo insostenible. Con el tiempo, el uso excesivo de los combustibles fósiles producirán unas consecuencias climáticas tan frecuentes y tan graves que ningún presidente ni ejecutivo de empresa petrolífera se atreverán a jactarse del aumento de la producción de petróleo ni ninguno de nosotros soñará siquiera con llenar el depósito de combustible de su vehículo para ir un fin de semana a un sitio turístico distante. Sin embargo, mientras no reconozcamos esta esquizofrenia nacional y empecemos a ocuparnos de ella, continuaremos contribuyendo a que este dolor y esta penuria compartidos sea una realidad cada día más cercana.
Notas:
* Un barril de petróleo equivale a 158,99 litros. (N. del T.)
** SUV; Sport Utility Vehicle, por sus siglas en inglés. Estos son los, unánimemente en todo el mundo, tan famosos y deseados vehículos “todo terreno” o “4 x 4”. (N. del T.)
Michael T. Klare, miembro regular de TomDispatch, es profesor en los cursos de Paz y Seguridad Global del Hampshire College, Massachusetts, y –más recientemente– autor de The Race for What’s Left. Una versión de la película documental de su libro Blood and Oil está disponible en la Media Education Foundation.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175889/