En su impresionante libro Guerras sucias, el periodista norteamericano Jeremy Scahill explica, entre otras muchas cosas, de dónde nace la iniciativa de la Administración estadounidense de comenzar a torturar a sus prisioneros. Vale la pena conocerlo. Allá por 2002, con Donald Rumsfeld de secretario de Defensa, el ejército de Estados Unidos tenía una unidad especializada en preparar a los miembros de las fuerzas estadounidenses para que supieran resistir los intentos del enemigo para extraerles información si eran capturados. Todos los efectivos de los comandos pasaban por un programa de adiestramiento denominado SERE (Survival, Evasion, Resistence and Escape). Probablemente el oficial estadounidense mejor conocedor sobre prisioneros de guerras y supervivencia de rehenes sea Malcolm Nance, quien trabajó en el programa SERE entre 1997 y 2001. Ha sido consultor del Congreso de EEUU y analista de Fox News. Nance explica que el programa SERE se crea para familiarizar a los soldados norteamericanos con la gama completa de torturas que “una nación totalitaria y perversa, sin la más mínima consideración por los derechos humanos ni la Convención de Ginebra”, podía aplicarles si los capturaba. Nance y los instructores del SERE estudian los informes conseguidos a lo largo de la historia por diversos prisioneros de guerra estadounidenses y así diseccionan las tácticas de interrogatorio de los nazis, de diversas organizaciones terroristas, incluso documentos que se remontaban a la guerra de Secesión. El SERE, según Nance, “era depositario de todas las [tácticas de tortura] conocidas”, con el objetivo de preparar al personal militar estadounidense para hacer frente a las tácticas de unos enemigos sin ley.
Fue entonces cuando Rumsfeld y su equipo tuvieron la idea de someter el SERE al proceso inverso. Es decir, en lugar de estudiar las torturas para preparar a sus soldados en defenderse de ellas, adiestrarlos para aplicarlas. De modo que esas “tácticas medievales que habían estudiado y aprendido de los mayores torturadores de la historia compondrían su nuevo manual para interrogadores”. La Agencia responsable del programa SERE (Agencia Conjunta de Recuperación de Personal-JPRA) puso las lógicas objeciones a las intenciones de Rumsfeld, pero al final tuvieron que acatar las órdenes y, a principios de 2002, el psicólogo en jefe del SERE comenzó a elaborar un “plan de explotación” para que los interrogadores de la CIA y de la DIA (Agencia de Inteligencia de Defensa) recibieran instrucciones y psicólogos sobre tácticas de interrogatorio extremo. Una investigación del Comité del Senado sobre Fuerzas Armadas desveló que, ese mismo mes, la oficina de Rumsfeld solicitó documentos del JPRA, “incluidos extractos de los esquemas de los cursillos y las lecciones de los instructores del SERE, una lista de las presiones físicas y psicológicas usadas en la formación en resistencia del SERE, y un memorando de un psicólogo de ese mismo programa que evaluaba los efectos psicológicos a largo plazo”. El informe del Senado señalaba que el Departamento de Defensa quería aquellos documentos para someter los conocimientos del SERE sobre tácticas de tortura empleadas por enemigos de Estados Unidos a un proceso de “ingeniería inversa” para su uso en prisioneros detenidos por Estados Unidos.
Y así es como todas las atrocidades utilizadas por los grupos armados y gobiernos más aberrantes fueron perfectamente recogidas para ponerlas en práctica por el gobierno de Estados Unidos.