Lucas González

 

Si algo llama sumamente la atención en esta novela de los «fondos buitres» y el gobierno argentino es la compulsión con la que tanto la presidenta argentina, Cristina Kirchner, como su ministro de economía, Axel Kicillof, intentan convencer al capitalismo financiero que ellos quieren y desean desbordadamente pagar las deudas contraídas por los gobiernos neoliberales anteriores al kirchnerismo, y que están decididos a seguir haciéndolo hasta pagarle al último de sus acreedores, aunque estos así no lo quieran.

Según la última medida adoptada por el gobierno argentino, se  enviará una ley al parlamento para que la sede de pago y cobro de la deuda se efectivice en territorio patrio, para evitar así intromisiones de jueces foráneos que responden a la mano invisible republicana de los mercados financieros globales.

Este cambio de ventanilla de pago es una nueva jugada del capitalismo argentino por hacer los deberes del buen pagador serial de deuda, que deja al gobierno kirchnerista como el mayor pagador de deuda de la historia con la mayor transferencia de riqueza generada por los argentinos hacia el capitalismo financiero global estimada en 200.000 millones de dólares.

Esta colosal sangría es la causante de la situación de anemia económica y financiera del gobierno que, jaqueado por factores del poder económico internos y externos, lo pone en una situación de extrema vulnerabilidad  y al borde de una crisis social como no había sucedido desde 2001.

La nueva situación se da como lucha de intereses que pretenden cambiar los actores políticos que lideran la negociación de los nuevos contratos petroleros con las corporaciones estadounidenses, las exportaciones de granos y la transferencia de ganancias al exterior que se ven amenazadas por las medidas adoptadas por Kirchner y su equipo económico de inexpertos funcionarios estudiantes de la economía mundial a través de libros y google, pero sin experticia probada en el campo de la economía pura y dura, ante un capitalismo depredador con más de 200 años de existencia.

Así, nuevos momentos de zozobra y desestabilización azotan a una población espectante que experimenta en su economía diaria como sus ingresos salariales son transferidos a las cajas de los supermercados extranjeros, empresas privadas de servicios de electricidad, gas, telefonos, seguros, transporte educación y salud, alquileres y créditos que, en constante aumento empobrecen a las clases medias y hunden a los sectores más vulnerables del pueblo, nuevamente traicionados por la clase política argentina: infames traficantes de pobreza ajena.