De acuerdo con información publicada ayer por The Wall Street Journal, durante la ofensiva militar israelí contra los palestinos de Gaza, el Departamento de Defensa de Estados Unidos autorizó la venta de armas a Israel sin informar a la Casa Blanca ni al Departamento de Estado, pese a que el presidente Barack Obama, ante las críticas a su administración por las víctimas que esas armas han causado entre la población civil de la franja, impuso restricciones temporales a tales exportaciones. De acuerdo con la legislación del país vecino, las ventas de armamento de alto poder a otro país requieren la aprobación de las autoridades militares y de las civiles.
Fuentes del Departamento de Estado, citadas por el rotativo neoyorquino, afirmaron que los funcionarios del Pentágono nos pasaron por alto, y consideraron desconsiderado y poco creíble al régimen de Tel Aviv. Peor aún, a decir del WSJ, las esferas políticas de Washington se sienten manipuladas públicamente por Israel.
El dato es sumamente inquietante, porque confirma la percepción de que Obama no tiene el pleno control del aparato gubernamental y porque exhibe cierto grado de insubordinación de los altos mandos castrenses con respecto a los civiles. Ese hecho, que sería grave e inaceptable en cualquier país que se reclame democrático, es alarmante si se considera que Estados Unidos es la principal potencia militar del mundo y que por el Pentágono pasan decisiones críticas, incluidas las relacionadas con exportaciones militares, capaces de alterar el equilibrio estratégico en regiones enteras. En semejante escenario, la presencia de poderes fácticos puede tener consecuencias catastróficas.
Diversas voces han insistido en que uno de esos poderes es la capacidad de cabildeo del régimen de Israel en el Capitolio, la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono. A eso hay que agregar lo que el ex presidente Dwight Eisenhower llamó el complejo industrial-militar, conformado básicamente por los fabricantes y proveedores de armas y de servicios para la guerra, y cuya capacidad de distorsión política ha quedado demostrada, con implicaciones trágicas, en numerosas ocasiones.
Las más recientes fueron las incursiones bélicas estadunidenses contra Afganistán e Irak, en cuya génesis y desarrollo desempeñó un papel determinante la presión de las industrias armamentistas y de los contratistas militares, las cuales tuvieron en todo momento al vicepresidente Dick Cheney como aliado y socio.
Desde otro punto de vista, el episodio muestra que la complicidad de Estados Unidos con las atrocidades perpetradas por Israel contra la población palestina cuenta con extensas ramificaciones en la administración pública y que la Casa Blanca ha perdido la capacidad –si alguna vez la tuvo– de ponerle un alto.
Finalmente, la comentada insubordinación del Pentágono exhibe a Barack Obama como un mandatario debilitado, rebasado e incapaz de coordinar y controlar al conjunto de las instituciones que debieran supeditarse al poder presidencial. Por donde se le vea, el asunto es alarmante.