“La ciencia y la tecnología no tienen un valor abstracto, sino que deben concretarse en las exigencias de un país o de una región. Es necesaria una política de descolonización epistemológica y tecnológica”.

Enrique Dussel, Hacia la liberación científica y tecnológica

 

El hecho de que el activismo por el libre acceso al conocimiento se manifieste en contextos y de formas tan disímiles entre sí parece razón suficiente para ensayar una crítica al conocimiento libre realmente existente, la cual necesariamente nos obliga a la formulación de propuestas para la asimilación de un activismo por el libre acceso con sentido político. Nos parece importante comenzar afirmando la necesidad de apoyar la politización de la discusión en torno al conocimiento libre, una condición necesaria para que el activismo por el libre acceso al conocimiento no sea asimilado por dinámicas sociales que vayan incluso en contra de su propia razón de ser. Por ello comenzamos preguntándonos si es posible pensar en la politización amplia de los movimientos por el libre acceso al conocimiento, con miras a la formulación de propuestas que contribuyan al análisis de las condiciones económicas, políticas y culturales de nuestro tiempo con las coordenadas que se abren desde la perspectiva del conocimiento libre.

La disociación aparente entre el respaldo al conocimiento libre y la politización del activismo puede tener varias interpretaciones. Es posible que, conscientemente o no, se apoye una cierta noción de neutralidad del conocimiento. Dado que el conocimiento científico – considerado el saber por excelencia – tiene carácter nomológico (está basado en la formulación de “leyes”) y es objetivo (se corresponde directamente con la realidad empírica), entonces se considera como aislado de intereses y valores. El origen moderno de esta posición se encuentra en la autocomprensión positivista de la ciencia, que ha permeado la cultura científica moderna – difundida en los centros de formación, los medios y la práctica de las ciencias sociales – hasta el punto en que la noción de que el “conocimiento es neutro” se ha convertido en noción de cultura general. El determinismo tecnológico, es decir, la creencia en que los cambios sociales son impulsados por el desarrollo tecnológico, tiene sus raíces en la creencia en la neutralidad del conocimiento, con la consecuencia de que la implementación de respuestas tecnológicas suele excluir consideraciones políticas y culturales en razón de la supuesta “eficacia universal” de los sistemas técnicos. Esto, no obstante, representa la reducción de los procesos sociotécnicos a una dimensión estrictamente funcional en virtud del interés de control sobre la realidad.

Pero la comprensión del conocimiento como neutral no es una cuestión abstracta, sino que se difunde ampliamente por las instituciones encargadas de fomentar la educación y la cultura, y de hecho sirve para encubrir todo tipo de prácticas establecidas. Las ciencias, consideradas en un marco positivista, terminan por “naturalizar” los procesos sociales en el sentido de que los separa de su dimensión histórica y cultural, al mismo tiempo que despoja al sujeto de la posibilidad de ejercer su capacidad crítica. El estudio de los procesos sociales, comprendidos acrítica y objetivamente, se convierte en una forma de legitimación del orden construido histórica y culturalmente en un contexto de lucha social. Las instituciones públicas, los órganos multilaterales, la dinámica de los incentivos científico-tecnológicos, privilegian la extrapolación acrítica de propuestas tecnológicas con el resultado de que contribuyen con la expansión de la racionalidad funcional por encima de las pluralidades históricas y culturales.

Contra esta clase de racionalidades se han levantado diferentes tipos de respuesta. Desde la emergencia de enfoques interpretativos y métodos cualitativos de investigación científica, el surgimiento de paradigmas de “complejidad”; e incluso la elaboración consciente de propuestas para una “epistemología del Sur” que supere el paradigma positivista del conocimiento hacia una racionalidad sentipensante; esto es, la superación de las dualidades contenidas en la cultura científica moderna (mente-materia, observador-objeto o ciencia-cultura). Precisamente, lo que se opone a la “neutralidad del conocimiento” es el “conocimiento en perspectiva del sujeto”. La epistemología, el saber, son tales en función de la puesta en evidencia de sus límites y en presencia del sujeto para el cual la “verdad” es tal. El objetivismo es entonces superado con el reconocimiento de las condiciones históricas y culturales en que emerge el conocimiento, y puede complementarse con una crítica razonada. De ahí la necesidad de integrar la reflexión sobre el saber con la voluntad de organizar colectivamente la vida en común, esto es, con la Política.

Lo que se conoce como “conocimiento libre” no es la excepción a estas condiciones. Puesto que todo conocimiento puede ser libremente compartido en razón de su naturaleza sociocultural, entonces todo conocimiento debería ser considerado “libre”. El adjetivo de “libre” surge como respuesta a movimientos de agentes capitalistas en torno al cerco sobre el conocimiento, y por tanto se opone a adjetivos como “privativo” o “mercantilizado”. No obstante, el “conocimiento libre”, en cuanto conjunto de garantías para el libre acceso al conocimiento, representa una oportunidad para construir una epistemología post-positivista, crítica y con vocación política. De seguro allí reside uno de los aportes de los movimientos por la cultura, el conocimiento y las tecnologías libres.

En el camino del fomento del conocimiento libre encontramos diferentes niveles de conciencia. En un nivel se privilegia el acceso al saber por sí mismo por sus implicaciones económicas, laborales, culturales; como un contenido novedoso que nos ayuda a ser competentes en las últimas tendencias de la tecnología (neutra), y por tanto, un bien útil para las agendas de crecimiento individual que son cultivadas organizacionalmente. Compartir es “bueno” porque permite acceder a herramientas que son necesarias para desenvolverse en un empleo o para cursar una carrera de educación formal; para facilitar la inclusión social de poblaciones en desventaja (estudiantes, jóvenes profesionales, pequeños empresarios); como parte de un proyecto de economía alternativa o complementaria que permita sostenerse mejor dentro del sistema; o incluso como una forma de mejorar las condiciones de vida de los países del mundo subdesarrollado. “Liberar” el conocimiento es una forma de democratizar el acceso al saber como un bien que se halla tras las barreras del mercado bajo condiciones de costo y propiedad. La negación del acceso al conocimiento ocurre por agravamiento y profundización de condiciones que están dadas en el mercado y que presuntamente no es posible cambiar: legislación sobre propiedad intelectual, niveles de industrialización desiguales, ausencia de capacitación, falta de capital, entre otros aspectos.

Cada una de estas posiciones tiene sus cualidades. Cada una de ellas es valiosa como una forma de responder a un sistema de apropiación del saber fundado en la hegemonía de la propiedad privada (en lo económico-cultural) y en la voluntad de poder de determinados grupos de interés. No obstante, estas dimensiones no son claras para muchos de quienes profesan su vocación por el conocimiento libre. Si lo fueran, el activismo por el libre acceso al conocimiento tuviera un claro carácter pluralista (en el sentido de un pluralismo cultural) y anti/post-capitalista. No siempre es así, aunque existen importantes excepciones que es necesario conocer. Una vuelta de tuerca al activismo por el libre acceso al conocimiento implica realizar una crítica a las condiciones actuales en que el conocimiento se genera (incluyendo el “conocimiento libre”), así como la construcción de propuestas para otras formas de crear y compartir conocimientos fundadas en una consciencia anti/post-capitalista que abogue por el establecimiento de una hegemonía cultural no-capitalista. Sea que lo veamos como Commons, Procomún, Bien Público; bien que utilicemos etiquetas como Open Access, Conocimiento Libre o Cultura Libre, de lo que estamos hablando es de la socialización y la institucionalización de formas de generación del conocimiento basadas en la hegemonía de la propiedad social (controlada democráticamente) y en el pluralismo cultural como antípodas de la cultura capitalista.

Esto no puede lograrse sin que el movimiento por el libre acceso al conocimiento adquiera identidad política clara. No una identidad partidista, aunque los partidos sean un importante instrumento de voluntad política en las maltratadas democracias modernas, marcadas por la oligarquización de la política y el secuestro de la capacidad de determinación de las mayorías. No una identidad anti-política, como expresión de la frustración antisistema que no genera propuestas y que suele ser capitalizada políticamente por los actores convencionales. Sino una identidad política constructiva, capaz de aglutinar esfuerzos diversos – y dispersos – en la búsqueda de otros modos de hacer conocimiento, con consciencia de que el conocimiento tiene un papel fundamental en la lucha por otro mundo posible. Que se alcancen otras formas de generar y compartir bienes intangibles como el conocimiento depende de que se puedan garantizar un conjunto de condiciones sociales que favorezcan la soberanía popular, la democracia radical y la equidad en todas las esferas de la vida social. Es una contradicción ver al conocimiento “libre” como una sección de la vida social y no preguntarse por las condiciones que hacen que el conocimiento sea un bien no-libre. El fin trascendente del activismo por el conocimiento libre es la emancipación sociocultural del ser humano, y esto abarca a todo lo demás.

Para llegar a este grado de consciencia es necesario politizar la discusión en torno al libre acceso al conocimiento. Lo que se opone a ello es que sigamos viendo la política y la técnica como arenas separadas por una brecha insalvable que establece una oposición entre doxa y episteme, entre cultura y ciencia, entre política y saber. La cuestión no es si son lo mismo o si uno influye en el otro (en el sentido de un determinismo social o de un determinismo tecnológico). La cuestión es si existe relación entre estos campos y de qué forma. El nodo crítico es invisible: lo conforma la brecha en sí misma, la cual genera una infeliz distribución de atributos conceptuales. Y la alternativa es la búsqueda de enlaces entre campos aparentemente separados por el reduccionismo epistemológico y las estrategias de poder de los grupos dominantes.

La despolitización del activismo por el conocimiento libre contrae, entre otras consecuencias, la neutralización del activismo en razón de su traducción en una moda o en una subcultura infecunda. Mucho peor aún, puede resultar en la determinación del libre acceso como oferta capitalista y como opción de poder capitalista, es decir, en la transformación de una opción de superación del sistema en una opción del sistema. La alternativa es la politización de la discusión en torno al libre acceso al conocimiento y la construcción de alternativas pluralistas y post-capitalistas de carácter contrahegemónico.

La politización del activismo por el libre acceso al conocimiento permite la apertura a la comprensión de las dinámicas políticas, culturales, económicas, filosóficas y geopolíticas involucradas en torno a la ciencia, la tecnología y el conocimiento; y la posibilidad de abordarlas desde la perspectiva de una filosofía-praxis crítica. La politización del activismo por el acceso al conocimiento debe contribuir a abrirnos nuevas dimensiones de la realidad como un todo. Las condiciones económicas, políticas y culturales que favorecen u obstaculizan el acceso al conocimiento son un tópico de investigación obligado, y resulta de interés estudiarlos y hacer acopio de ellos. Pero además, es necesario construir los marcos de interpretación que le den sentido a la información sobre esta materia. Tales marcos deben ser construidos colectivamente y a través de la deliberación, como expresión de las virtudes políticas que pensamos que debe haber en los contextos contrahegemónicos de construcción del conocimiento libre.

Entre los retos que se presentan a un programa político en torno al conocimiento libre se pueden contar los siguientes:

  • El libre acceso a la información, considerada en cuanto que data, puede ser insuficiente como consigna si los marcos en los que la información tiene sentido no son explícitos. Lo que da sentido a la información son las dinámicas sociocognitivas en que la información se realiza socialmente, es decir, cómo se construye el conocimiento. Este es el nivel en que convencionalmente hablamos de “conocimiento libre” y de los atributos que le asignamos a su producción: abierto, colaborativo, etc.

  • No obstante, no puede haber conocimiento libre que no se sustente en una cultura libre. Es decir, en contextos de sentido y prácticas que conviertan al conocimiento (construido en condiciones de libertad positiva) en sustento para la emancipación sociocultural. El conocimiento libre “objetivizado”, que no depende de una cultura de soporte, puede ser también instrumento de dominación y explotación. De hecho, es posible que la mayor amenaza para la adopción de paradigmas de libre acceso al conocimiento provenga de la repetición de prácticas inherentes a contextos que se pretende superar, como la apropiación privada del capital tangible e intangible generado colectivamente.

  • Lo que se opone a la cultura libre es la prevalencia de una cultura de explotación del trabajo. El conocimiento es resultado de ciclos de saber y de trabajo; la apropiación privada del conocimiento es una forma de apropiación del valor del trabajo. La liberación del conocimiento depende de encontrar modos de creación y circulación del saber que no dependan de la explotación y de la mercantilización del producto del saber y del trabajo humano. Mas lo que soporta a la explotación del trabajo y la mercantilización del saber es la hegemonía de la propiedad privada, es decir, la propiedad privada como fuente de poder social. La hegemonía de la propiedad social, regida democráticamente en los términos de una democracia radical, debe emerger para soportar un trabajo con sentido social, cuyos resultados tributen al bien público.

  • En marcos en que predomina la explotación del trabajo y la hegemonía de la propiedad privada es lógico que las relaciones de poder sirvan de medio simbólico y práctico para mantener estas condiciones. La mayor aspiración del activismo en torno al libre acceso al conocimiento es que logremos comprender de otra forma las relaciones de poder, es decir, que podamos cultivar otro arte de la Política que supere al que se incubó en la modernidad, caracterizado por la reducción del sujeto a instrumento.

Un posible programa para el activismo por el libre acceso al conocimiento puede incluir entonces: la eliminación de restricciones artificiales para el acceso a la información, la socialización e institucionalización de prácticas para la construcción del conocimiento libre, la adopción de normas y pautas para la generación de una cultura libre, la liberación del trabajo, la construcción de la hegemonía de la propiedad social y del bien público (conciencia social), y la liberación de las relaciones de poder. Evidentemente estos aspectos pueden nutrirse con otros. Como herramienta de análisis, estas líneas se proyectan transversalmente entre las propuestas y las críticas relativas a las condiciones económicas, políticas y culturales del mundo contemporáneo. Como parte de un programa, podrían ayudar a aglutinar y dirigir los esfuerzos de los activistas por el conocimiento libre al proporcionarles un sentido político explícito.

El reconocimiento de las condiciones que obstaculizan el libre acceso al conocimiento debe ser comprendido desde la perspectiva de un programa de reflexión-acción para la subversión de tales condiciones y la construcción de una sociedad post-capitalista. Así, el conocimiento libre se concebirá como construcción sociohistórica y cultural, más que como un conjunto de prácticas aisladas que responden a fines inmediatos y utilitarios. Lo que emerge es el saber libre desde la perspectiva del sujeto histórico en respuesta a un sistema que pretende naturalizar las relaciones de dominación social y, como parte de ellas, la dominación cognitiva.

Evidentemente, no es posible condicionar el activismo por el libre acceso al conocimiento a la aceptación de premisas como éstas. Pero el apoyo “despolitizado” al conocimiento libre es merecedor de sospecha como práctica de marketing político, académico o empresarial; y tras ello, como una forma de convertir el conocimiento libre en oferta del sistema. Quizá sea posible pensar en un activismo sin partidos, pero no es posible pensar en el conocimiento libre sin sujetos concretos. El conocimiento mercantilizado despoja al saber de sujeto y lo objetiviza en forma de mercancía o instrumento. El saber libre rescata el protagonismo del sujeto colectivo y sus prácticas para construir una sociedad libre. En el trasfondo, el activismo por el conocimiento libre no es sino la extensión de una lucha por la defensa de lo humano en el ser humano.