El Telégrafo

 

28 de julio 2014.- Cada año, Israel recibe de Estados Unidos entre 3.000 y 5.000 millones de dólares, lo que significa que a cada israelí se le destinan alrededor de 500 dólares anuales.

Israel bien puede emplear esos recursos en la invasión a Palestina a través de la construcción de asentamientos, como en la ejecución de programas de política pública. EEUU no le pedirá cuentas.

 

Pero, ¿cómo explicar el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel? El desbordante respaldo del país norteamericano a Israel excede cualquier explicación puramente racional, en la que el “interés nacional” se construye por intereses geoestratégicos o identidades compartidas (sistema democrático, libertades, etc). Gran parte de la política exterior estadounidense se ha constituido a partir de la dinámica política doméstica, en la que los lobbies -o grupos de presión- han tenido una amplia influencia.

La existencia de los lobbies en Estados Unidos es legal, en tanto se registren en el Departamento de Justicia, tal como lo estipula el Acta de Registro de Agentes Extranjeros aprobada en 1938. Más de 100 países estarían representados a través de firmas de cabildeo ante la Casa Blanca, el Congreso y el Gobierno Federal.

El lobby proisraelí es uno de los más fuertes en el escenario político norteamericano. El Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos (Aipac, por sus siglas en inglés) -antes Comité Americano-Sionista de Asuntos Públicos- es el mayor representante. Ningún político estadounidense ha podido prescindir del apoyo del Aipac para lograr ganar las elecciones o cualquier puesto en el gobierno. Se sabe que el Aipac tiene cientos de dossiers sobre cada figura política norteamericana -que incluye datos sobre su familia, sus hobbies, su votación, etc.- clasificados de acuerdo a su grado de afinidad con Israel. Obama no ha podido escapar de esta prerrogativa.

Una de las primeras acciones del Aipac, cuando alguien acaba de llegar al poder, es brindarle una cena de cortesía, así como expresar su completa predisposición a asesorarlo en asuntos de Medio Oriente. Mientras más afín es un político al Aipac, más beneficios recibirá.

Pero no solo estas prácticas para institucionales logran tener efecto inmediato en la política exterior estadounidense; los propios lazos entre judío-americanos e israelíes han provocado que, en las altas esferas del poder, unos a otros se consulten, generando cierta simbiosis en la conducta de ambos Estados.

Estos grupos de presión no solo pretenden dirigirse al mundo político de los congresistas, gobernadores, secretarios, entre otros, sino a la opinión pública a través del uso estratégico de los medios de comunicación. Más allá, muchos de estos -de alcance mundial- son controlados por judío-americanos como: Gerald Levin (Warner), Edgar Bronfman (Universal Studios) y otros más. Esto ha contribuido a mantener a raya cualquier foco de protesta o crítica. Asimismo, las prácticas de acoso a periodistas y medios para que su cobertura favorezca a Israel son parte de la cotidianidad.

No obstante, la creciente masa crítica a nivel internacional y la nueva dinámica de flujo de contenidos y de información han permitido que el control de la opinión pública global sea erosionada y miles de ciudadanos alrededor del mundo se movilicen por la causa palestina. En eso hay una leve derrota para el lobby.

El apoyo de Estados Unidos a Israel no solo que ha entorpecido la solución del conflicto con Palestina, sino que ha deteriorado más sus relaciones con los países árabes, convirtiendo al Medio Oriente en la región más inestable del mundo.

El terrorismo es uno de los síntomas más visibles de esta asimétrica dinámica y mientras Estados Unidos continúe colaborando con Israel, este persistirá en arrinconar a los palestinos alejando cualquier posibilidad de paz.