Entrevista a Jorge Amar, economista y coordinador de Justicia Fiscal Global de ATTAC-España
Enric Llopis
Rebelión

 
Las dos caras de la Eurozona. El superávit comercial del Centro y el Norte se corresponde con el déficit y la depresión en la periferia. Si no cambian las reglas del juego, al servicio de las elites franco-alemanas, “los países de la periferia deberían abandonar la unión monetaria”, sostiene Jorge Amar, economista y coordinador de Justicia Fiscal Global de ATTAC-España. Pocas alternativas quedan ante un Banco Central Europeo de orientación neoliberal (obsesionado con el control del déficit público y la inflación) y unos desequilibrios Norte-Sur que Alemania se niega a compensar mediante transferencias fiscales.
 
-Una visión simple de la moneda podría hacer pensar que se trata de un mero instrumento de cambio. ¿Qué valor poseen realmente las monedas?
 
La teoría metalista o convencional afirma que la moneda surge de los intercambios comerciales. Para la teoría cartalista, por el contrario, es un producto del estado y de la autoridad. En el primer caso, es el mercado el que justifica la creación de moneda; en el segundo, la moneda aparece cuando la crea el poder estatal. ¿Dónde se ubica la discusión? Según la teoría metalista, lo que otorga valor al dinero es su aceptación para el intercambio. Pero, a mi juicio, esto lleva a una explicación circular. En la teoría cartalista, lo que da valor a la moneda es, como decía, la autoridad estatal y también la fiscalidad, es decir, el hecho de exigir impuestos en esa moneda. De hecho, la moneda de un país que no puede exigir el pago de impuestos en esa moneda no vale nada.
 
-¿Vive actualmente el planeta bajo la hegemonía del dólar?
 
En primer lugar, pienso que no hay en el mundo una sola moneda de referencia. Es cierto que el dólar es la más importante porque, en principio, todo el mundo quiere vender a Estados Unidos al tiempo que los norteamericanos compran a todo el planeta. Pero, en mi opinión, esa hegemonía depende en buena medida de que todos queremos venderle bienes y servicios a Estados Unidos. Ciudadanos y países pueden desprenderse de dólares y cambiarlos por monedas de otros países. Y tampoco la hegemonía del dólar es algo eterno. Basta con que China, Alemania y los países productotes de petróleo dejen de venderle productos a la potencia norteamericana. Todos están contentos. A Estados Unidos le interesa que países con superávit en los balances por cuenta corriente (por ejemplo, China o Alemania) le adquieran bienes y servicios en dólares. A los demás, les interesa también vender a los norteamericanos los productos e ingresar los dólares en su cuenta de la Reserva Federal. ¿Cuál es el problema?
 
-¿Qué rol le atribuyes a la moneda china, el yuan, en el concierto internacional?
 
A China le interesa un tipo de cambio estable en relación con el dólar. No tiene interés en que el yuan se revalúe. Al mantener este equilibrio respecto a la moneda norteamericana, conservan el superávit por cuenta corriente en general y, sobre todo, respecto a Estados Unidos. En definitiva, establecen una política de tipos de cambio al servicio de una política comercial determinada, que consiste en el crecimiento económico gracias a los compradores estadounidenses. La alternativa para China es crecer “hacia adentro” y revitalizar el mercado interno. Potenciar la sanidad, la educación, las infraestructuras del país… Ello podría traducirse en unos tipos de cambio flexibles respecto al dólar y una revaluación del yuan. Pero China ha de elegir entre una de las dos opciones.
 
-¿Observas al dólar, al euro y al yuan en competencia por la hegemonía monetaria?
 
Las veo como monedas en competencia, en todo caso, por los capitales financieros libres que existen en el mundo. Europa sobrevalúa el euro, entre otras cosas, para atraer estos capitales libres y actuar como moneda-refugio. Estados Unidos no compite con la Unión Europea en ese sentido. China, en cambio, sostiene el valor del dólar para que Estados Unidos adquiera sus productos. No pienso realmente que haya una guerra. En todo caso, habría una competencia por los capitales libres. El BCE pretende que el euro sea una moneda de reserva y, para ello, asegura que la moneda no se debilite frente a otras.
 
-En cuanto a la moneda única europea, ¿podría considerarse como una herramienta de la hegemonía alemana? ¿Eres partidario de que los países del Sur de Europa abandonen el euro?
 
En efecto, opino que el euro es un instrumento para la hegemonía de los países europeos con superávit por cuenta corriente, por ejemplo, Alemania. Esos superávit se corresponden siempre con los déficits de la periferia europea. Pero lo importante para los países del centro y el norte de Europa es mantener estos desequilibrios, y no corregirlos mediante transferencias fiscales. Al contrario de lo que ocurre en el marco de los estados nacionales, donde sí existen mecanismos de compensación. ¿Cómo van a producirse estas correcciones si el presupuesto de la Unión Europea representa el 1% del PIB de la Unión. En el país más liberal del mundo, Estados Unidos, el presupuesto se sitúa entre el 30 y el 40% del PIB. Se consolidan, por tanto, unas dinámicas de desequilibrio centro-periferia. El centro atrae euros mediante la venta de sus productos y el superávit por cuenta corriente. A nosotros nos empobrecen –insisto, al no haber transferencias fiscales- y nos fuerzan a la devaluación interna. El proceso ha generado una deuda que, con soberanía monetaria en los países de la periferia, se podría pagar (si se quiere). Pero con el euro es imposible pagar la deuda. Si las reglas del juego no cambian, sería partidario de romper con la moneda única.
 
-Algunos analistas consideran que el proceso de Unificación alemana actuó como laboratorio para la posterior “moneda única” y la consolidación de la hegemonía germana en el continente. ¿Estás de acuerdo?
 
La Unificación, realmente una absorción, fue un “regalo” para la Alemania Occidental y un “regalo envenenado” para los compatriotas del Este. El cambio establecido –un marco oriental por un marco occidental- hizo que aumentaran mucho los precios de los productos en la Alemania Oriental, a lo que cabe agregar procesos de desindustrialización y privatizaciones. Al efecto “expansivo” en la economía de la parte occidental se contrapuso el debilitamiento económico de la Alemania del Este. Lo que allí ocurrió fue un aviso, pero no veo detrás de la Reunificación (una absorción, como te decía) un plan maestro ni una gran conspiración. Fue el cumplimiento de una aspiración alemana. Pero es cierto que cambiaron los equilibrios existentes en el marco de la Unión Europea. Alemania ganó poder respecto a sus socios, al contar con más población, más recursos y un mercado más amplio.
 
-En el contexto de actual crisis de la Eurozona, ¿qué papel atribuyes al Banco Central Europeo (BCE)?
 
Es claramente un banco de orientación neoliberal. Como recogen sus estatutos, tiene como máximo enemigo la inflación y además actúa como un mecanismo disciplinador del gasto público. El BCE es el único que, en última instancia, puede salvar a un país de los mercados, ya que puede emitir dinero y comprar deuda denominada en euros. Aunque otra cosa es que quiera hacerlo, porque sus estatutos están orientados a evitarlo. A los países del Sur, les interesa que el BCE adquiera títulos de deuda de estos países. Y es cierto que el banco central compra. Pero a cambio de que estos países no gasten y controlen el déficit público. Aquí reside realmente el gran problema. Son unas reglas del juego que clarísimamente benefician a Alemania y Francia.
 
-Pero se suele afirmar que el poder en la Eurozona lo detenta sobre todo Alemania y países como Holanda, Austria y Finlandia…
 
Como señala el economista francés Alain Parguez, detrás del proyecto del euro están las elites franco-alemanas, cuyo objetivo es eliminar países competidores y derrotar a las clases populares. En Francia es muy clara la influencia de los economistas mengerianos. Puede rastrearse esta influencia en la época de Vichy, y después en el “giro derechista” de Mitterrand. El interés de las elites francesas en el euro es más que evidente.

-Autores como Chevènement o Sapir han planteado como alternativa a la moneda única, un modelo en el que convivan una moneda común (el euro) con monedas nacionales. ¿Compartes este punto de vista?
 
¿Alternativa? Al contrario. Ese modelo, que entró en crisis a principios de los años 90, fue un aviso del fracaso al que nos conducen los tipos de cambio fijos. Recuerdo que obligó a países como España e Italia a depreciaciones constantes de sus monedas, además de favorecer los grandes negocios especulativos, como sucedió con Soros y la libra esterlina.
 
-Por último, ¿confías en las monedas regionales/sociales como un nuevo frente de posibilidades?
 
En términos generales, me parece que las monedas locales tienen la virtud de que permiten fijar al territorio el uso de las monedas. Además, es una manera de dinamizar el comercio interno. Y eso está muy bien. Pero cuando lo que se necesita es un aumento de la masa monetaria o una expansión fiscal para reactivar la economía y la creación de empleo, hay en estos casos claras limitaciones. Porque, por ejemplo, la libra de Bristol depende de la libra inglesa, a la que está referenciada. Y sólo puede crear moneda el Banco de Inglaterra. En cuanto a las monedas sociales, opino lo mismo. Tienen las mismas virtudes. Pero el problema hoy, en época de recesión, es que se necesita una expansión fiscal, que el estado genere gasto y demanda agregada.