A lo largo de la historia humana, la sociedad ha aceptado con convencimiento, algo más que una impresión, que un título universitario es la meta para ser alguien en la vida, durante generaciones enteras este pensamiento ha estado presente, dejando detrás una estela de frustraciones profundas y otras menos profundas, los claustros más que universitarios son intelectuales, personajes dotados con plenos recursos para la emancipación de los agentes que dice estudiar y, por supuesto, para los mismos estudiosos, desalineados por ello, precisamente, de las constricciones sociales, una cosa es la teoría encumbrada y otra la realidad que no cambia por la incompetencia de los analfabetas funcionales.

Los analfabetas funcionales no están en un determinado estrato social, no han carecido de educación ni están excluidos de las universidades. Analfabeta funcional puede ser cualquier persona que, a pesar de saber leer y escribir, presenta dificultades a la hora de comprender textos escritos. Me refiero a ese individuo que acaba de ingresar a la universidad, esa joven secretaria que no ha terminado el bachillerato porque le da flojera y el ingeniero mecánico que no lee porque le da sueño, son analfabetas funcionales. Son gente que por lo general están en lugares medulares y su presencia no funcional, retarda cualquier gestión, eso es un atraso, el presente debe ser muy bien usado para notar cambios a futuro mediante el alcance de los objetivos, no podemos dejar de incluir a los que llevados por la sed de grandeza y querer figurar en algún espacio determinado compran un título en una fraudulenta universidad cuyo interior moral es tan desconocido como un gran hoyo negro.

Quizá sea espectral la figuración del intelectual como vanguardia y es mi conciencia la que me viene trayendo a esta ingenua consideración; una nefasta concepción del sujeto de estudio más bien como objeto y paciente necesitado de tutela que como agente social es lo que alarma al que desea que otros sean verdaderamente libres de pensar y construir. Sin embargo, si no encontramos esto en una universidad aparentemente despolitizada, se debe, a nuestro juicio, a los procesos perniciosos de su institucionalización meritocrática, es la potencia política de la misma la que institucionaliza el conocimiento, esto ha colocado a muchos pensantes en un estado presencial tácito.

Hoy día ya no es sostenible una educación políticamente neutral; precisamente porque siempre ha sido política y respaldada por estructuras legales pero jamás legítimas, una estructura que atente contra la libertad de pensar del hombre, no puede nunca alcanzar legitimidad. La didáctica y la evaluación en las carreras universitarias atenta contra los propios postulados de los contenidos de unas disciplinas que se autojustifican discursiva y dialécticamente, y activas sociopolíticamente; sin mencionar las disputas de las jerarquías académicas, que se constituyen en una verdadera cárcel de máxima seguridad para el pensamiento.

En Venezuela tenemos un paladín de la justa educación, es menester desempolvar sus escritos e ideas, me refiero al ilustre generador de la libertad del pensamiento Don Simón Rodríguez, sus inquietudes siguen teniendo hoy  una extraordinaria vigencia en el país, donde es urgente que todos sumemos fuerzas mediante el mayor y mejor aprovechamiento posible de la organización popular, para así garantizar a cada ciudadano como sujeto de derecho, una verdadera libertad y el honorable respeto a su vida.

El pueblo venezolano merece la libertad de hacer uso del conocimiento, la educación debe ser popularizada realmente, merece ser de calidad para todos, pero son excelentes estudiantes los que se atreven a pensar para hallar su independencia, en primer lugar,  para la convivencia y el respeto, donde la polarización ya no cuente porque los hechos hablen por si solos, anhelo ver andar a hombres y mujeres creadores, generadores de independencia por la libertad de pensar, comprometidos en la gestación de un verdadero y nuevo nacimiento, en el que nadie quede excluido en contra de su voluntad.

Esta educación crítica y creativa que me atrevo a desempolvar, no promueve la sumisión pero si la autonomía: Como diría el mismo Simón Rodríguez: Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón; no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos.  Además de promover la libertad de pensamiento en hombres y mujeres capaces de resolver con eficacia, la educación debe orientarse fundamentalmente a enseñar a aprender y enseñar a poner en práctica esos conocimientos. Esto lleva al individuo a ser consciente de lo que hace y mediante la herramienta de la sistematización, este logrará revisar sus experiencias para poder aplicar correctivos sobre la marcha, mientras continua en la búsqueda del objetivo.

Todo ser humano necesita que se le oriente y enseñe a vivir en sociedad, aunque nazca siendo un ser social,  es necesario que se le muestre como vivir con el otro diferente y a vivir para el otro que lo necesita, en la educación tradicional actual se enseña a reproducir, más que  a producir; que enseña a repetir y copiar pero  no a crear;  necesitamos una orientación verdaderamente productiva,  que enseñe a aportar y amar el aporte, que introduzca el valor de la calidad en todo lo que hacemos, para así, como nos lo decía Rodríguez, colonizar al país con sus propios habitantes. El mismo Rodríguez dio ejemplo de sus ideas con su propia  vida y nunca desdeñó el aportar para formar. Para sobrevivir, cuando no conseguía ejercer funciones como maestro,   se ocupó en los oficios más humildes como fabricar velas o jabones,  y durante su larga vida, repitió una y otra vez: Yo no pido que me den, sino que me ocupen, que me den la oportunidad de enseñar. Si estuviera inválido, pediría ayuda. Sano y fuerte debo guiar. Sólo permitiré que me carguen  a hombros, cuando me lleven a enterrar. Estas son las palabras de un titán que se gozaba de su noble y excelente labor, primeramente como ser humano y como maestro, un verdadero educador que forjaba libertad de pensamiento.

Emprendamos el andar, con la firme convicción de hallar la soberanía del ejercicio de la voluntad, la cual supone esfuerzo para ser alcanzada, apropiémonos del orden, de la constancia, la disciplina. La educación que genera la libertad de pensar debe combatir esa cultura del  mínimo esfuerzo, del dejar hacer y empezar a cultivar  la exigencia.  De hecho, no superaremos el fracaso de lidiar con un sistema que prohíbe pensar ni el fracaso en la vida si no sembramos la cultura de la responsabilidad, del trabajo bien hecho,  del vencer con dignidad. Niños y jóvenes deben comprender que estudiar y formarse supone esfuerzo, el cual les permitirá ser verdaderamente libres, son ellos los que con tal formación lograran transformar la universidad, una transformación que permita que tanto comunidad y universidad se vean como la misma cosa, un espacio cuyo techo sean las nubes y en donde se dé el verdadero intercambio fluido de saberes.

Mediante el andar hacia el objetivo, que es la libertad de pensar, es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. En la universidad siempre los estudiantes escuchan una pedagogía de la respuesta.

Los profesores en la universidad contestan preguntas que los estudiantes no han hecho y que no hacen, porque no se sienten capaces de contradecir al que de entrada durante la presentación el primer día de clases, vomitó todo su currículo y creó una barrera divisoria entre el saber y la ignorancia según su propia perspectiva, la visión de la alfabetización a todo nivel va más allá de todo orden individual, porque implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado, enseñar exige respeto a los saberes de los educandos, enseñar exige la materialización corporal de las palabras por el ejemplo de los hechos, enseñar exige respeto a la autonomía del SER del educando, enseñar exige seguridad, capacidad profesional y generosidad en presencia del amor, enseñar exige saber escuchar.

Nadie es, si se prohíbe que otros sean, por lo tanto la pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación, no hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión.

Finalmente decir la palabra verdadera es transformar al mundo, porque solo la verdad es capaz de hacer libre a los hombres mediante el soberano ejercicio de su voluntad en el terreno del libre albedrio.

Joseviscaya3@gmail.com