Alfredo Zaiat
El trabajador, cuando evalúa el nivel de su sueldo, lo hace en función de lo que puede comprar con ese dinero. Su poder adquisitivo de bienes y servicios está vinculado directamente con los precios, que son fijados por las empresas. Por ese motivo lo único relevante para el asalariado es el recorrido del índice de inflación. Ese indicador es la base para comenzar la negociación de sus ingresos, con la legítima aspiración de obtener unos puntos por encima para mejorar su salario en términos reales. Para el empresario la retribución a los trabajadores es un costo. Ese costo laboral constituye uno de los costos de producción y su nivel es un factor importante para determinar la rentabilidad empresaria y la competitividad de la producción doméstica. Pero el costo laboral no es el único, sino que es uno más de los que se contabilizan en el proceso de producción. El costo total no tiene una única relación con el Indice de Precios al Consumidor, como sí sucede entre el trabajador y su salario real. Además del costo laboral, el empresario debe incluir como variables de referencia para analizar su estado de situación las contribuciones patronales, el tipo de cambio, los precios de los insumos de producción y la productividad. Si se incluyeran esas otras variables, la comprensión de la dinámica de la negociación salarial sería más amplia y se podría empezar a alejar el miedo de la inflación asociada a reclamos salariales, fantasma al que convocan dirigentes empresarios y sus funcionales economistas de la city.
El régimen de crecimiento de la economía que instaló la administración kirchnerista desde 2003 es uno con costos laborales bajos medidos en dólares y con alza de los salarios reales. Para esta última variable, el segundo trimestre de 2007 marcó su pico para luego registrar una leve baja y estancamiento en el último semestre del año pasado, que coincide con el período de aceleración de precios en el sensible rubro Alimentos y Bebidas. De todos modos, el salario real en la industria manufacturera se ubica bastante por encima del registrado a lo largo de toda la década del noventa. Esa mejora presionó muy poco sobre los costos laborales, lo que se verifica en el crecimiento de las actividades mano de obra intensivas y en la generación de casi cuatro millones de puestos de trabajo en 2003-2008, de los cuales la mayoría de los asalariados fueron registrados. Si esos costos hubiesen sido elevados, se habría destruido trabajo y disparado la tasa de desocupación, como se verificó en la convertibilidad, años en que además se registró un pobre desarrollo del salario real.
La preocupación empresaria por la inflación y el rumbo de la negociación salarial es sólo la versión cínica del juego de la perinola “tomo todo”, puesto que en ese período de crecimiento económico y ganancias abultadas los costos laborales en dólares se mantuvieron bien deprimidos por la política oficial. Para el empleador la retribución que le paga al trabajador representa uno más de los costos del proceso de producción. Esos costos están vinculados principalmente con tres factores:
– Al volumen de producción por trabajador (productividad).
– A los precios en moneda nacional de los bienes y servicios que produce o comercializa (IPC).
– A la expresión de esos precios en las monedas extranjeras de los países con los cuales la producción local compite tanto en el mercado interno como en el externo (tipo de cambio).
Así, el costo laboral refleja sólo el peso que tienen los salarios en el valor total de los bienes o servicios que producen las empresas, que en la jerga especializada se denomina como el “costo laboral por unidad de producción”. La política oficial ha colaborado con un conjunto de medidas orientadas específicamente a incrementar la productividad de los trabajadores y del resto de los factores económicos que participan en el proceso de producción. Por ejemplo, con préstamos a tasas de interés subsidiadas y, en especial, con una estrategia de mantener un tipo de cambio competitivo.
En documento elaborado en el Ministerio de Trabajo “Costo laboral y salarios en el actual patrón de crecimiento económico” se destaca que “la mayor demanda internacional favorece el aumento de la producción doméstica, con sus consecuentes impactos en el empleo y, posiblemente, en los salarios reales. A su vez, la consolidación de este esquema de crecimiento generaría los incentivos necesarios para estimular las inversiones que permiten mejorar la productividad de los factores de producción”. Un dólar alto también actúa como barrera para la competencia importada, impulsando de ese modo la producción nacional. Pero en ese documento se advierte que la clave en esa estrategia es que los precios de los bienes y servicios domésticos aumenten menos que el tipo de cambio. “Así, los salarios nominales pueden crecer hasta alcanzar e incluso superar el aumento de los precios de la canasta de consumo (lo que implica que el salario real se mantiene o crece), sin que esta tendencia elimine la mejora lograda en el costo laboral a través de la devaluación del tipo de cambio”, se explica. Esa dinámica que fue virtuosa desde 2003 hasta mediados de 2007, desde entonces ha empezado a crujir por la aceleración en los ajustes de precios. Esto afectó el recorrido del salario real, aunque poco y nada el de los costos laborales, lo que se tradujo en la preservación de elevados márgenes de utilidad en los balances empresarios.
Ese comportamiento se observa en la evolución del costo laboral y del salario para la industria (ver gráfico). En el informe de Trabajo se aclara que se seleccionó ese sector por ser uno de los principales que “tracciona la economía argentina y se encuentra más expuesto a la competencia internacional”. También se menciona, como para despejar cualquier cuestionamiento por aplicar cifras del Indec, que “para el análisis de la evolución de los precios entre 2007 y 2009 se utilizaron los datos publicados por una consultora privada (Buenos Aires City)”. En el gráfico se observa que el costo laboral expresado en moneda extranjera en el sector industrial se redujo drásticamente, con la megadevaluación de 2001, al descender un 75 por ciento. En los años posteriores, el alza de ese costo por unidad de producto ha sido muy leve, ubicándose aun 70 por ciento por debajo del registrado en el segundo trimestre de 2001. En tanto, el salario real alcanzó una mejora del 20 por ciento en su máximo en la mitad de 2007, para luego registrar un leve retroceso.
La evolución de esas dos variables durante la administración kirchnerista (costos laborales en dólares muy bajos y salarios reales crecientes hasta 2007) es una prueba contundente de que las negociaciones salariales no impulsan la inflación, sino que ésta es el mecanismo para mantener condiciones de rentabilidad extraordinaria por parte de los empresarios.