Contra todo pronóstico, el gobierno venezolano logró reunir en el Palacio de Miraflores a una docena de alcaldes y funcionarios de la Mesa de Unidad Democrática, opositora, al dueño del más grande emporio industrial del país acompañado por otros capitalistas, a representantes de tres iglesias y varios artistas y deportistas que tampoco son chavistas. Además, claro, de las principales figuras institucionales del gobierno, excepto las del poder popular.

Se trata de una campaña de paz estructurada por regiones, movimientos y localidades de todo el país, tras dos objetivos. Aislar a los violentos de la oposición y buscar un acuerdo económico, productivo, comercial y político, con los factores dominantes de la derecha y con EE.UU.

Tres datos claves en la coyuntura. Esta aproximación diplomática contra la desmesurada violencia de los factores más radicales de la MUD solo se puede entender desde dos o tres datos clave de la coyuntura venezolana.

La primera es que la asonada político-militar de Leopoldo López y su movimiento fundamentalista, Voluntad Popular, fue contenida, frenada y temporalmente derrotada. El sentido insurreccional que le quiso dar a sus acciones para ukranizar el país terminó en una fracasada aventura, pero sus fuerzas militantes entre la juventud universitaria más ultramontana no fueron desmanteladas, y menos la sólida convicción y decisión de ellos y de los aparatos que les dieron apoyo militar operativo (sobre todo la Feudail, “Fundación del Internacionalismo Democrático Álvaro Uribe Vélez”).

Lo nuevo en el proceso revolucionario bolivariano es el surgimiento de una corriente de algunos miles de estudiantes cargados de un odio antichavista acumulado en 15 años de mamaderas ideológicas tan furiosas como derechistas. El ingrediente más moderado de ese nutriente generacional (la edad media de los que salieron es 20 años) es el desprecio a todo lo que los aleje del modelo Miami de vida y consumo. Esa capa juvenil, que se atrevió a hacer en las calles lo que otros cuatro millones de opositores venezolanos no quisieron esta vez, se apoya socialmente en unos 50 mil jóvenes de cuatro universidades privadas y una pública pero neoliberalizada, la UCV, Universidad Central de Venezuela. La personalidad que mejor expresa a esa generación no es Capriles Radonski, se llama Leopoldo López, hoy preso y derrotado.

Ese retroceso del enemigo desa­tado entre el 6 y el 19 de febrero debe ser evaluado como un logro táctico del gobierno bolivariano. Pero es un avance asentado en un terreno frágil, vidrioso, donde los acuerdos y los discursos deberán someterse a la tozudez de los hechos en una sociedad donde los de abajo no soportan más a los de arriba y viceversa.

En contradicción absoluta con el calendario del gobierno, acompañado por ahora de una parte menor de la oposición en la Conferencia de Paz, realizada en Miraflores, está a la vista en sus documentos y declaraciones otra agenda. Tanto la diputada María Corina Machado, socia de López, como otros sectores de la MUD, por ejemplo el Alcalde de Caracas, Antonio Ledezma y más del 85% de los diputados y alcaldes de la derecha, se orientan por la propuesta y el programa llamado “El Atajo”, promovido por varios intelectuales opositores. No es atajo por casualidad.

Ellos se han convencido de que están en un año en el que “las condiciones objetivas” son propicias para voltear a Maduro y comenzar la derrota del poderoso movimiento chavista. El autor de esa “teoría”, o su difusor, Alberto Franceschi, un ex marxista, dice que es “ahora o nunca”, porque los efectos sociales del descalabro en la distribución de alimentos, la especulación empresaria, la caída del ingreso fiscal, el golpe de la devaluación en la gente y el dislocante desabastecimiento, justifican la alteración del calendario electoral y acciones como las de febrero. Según ese calendario, mayo próximo es el mes decisivo, como quedó develado en la conversación telefónica entre el jefe de la MUD, Guillermo Aveledo, y un general retirado de ellos, disponible en la web. Ese calendario subversivo es el límite de las actuales negociaciones, dentro y fuera del palacio de Miraflores.

El segundo dato. Este se concentra en el propio gobierno de Nicolás Maduro. De lo que haga o lo que no haga, dependerá la otra parte de la resolución de la crisis. Esas decisiones gubernamentales se concentran en cuatro espacios: la economía productiva, el control del comercio externo, las finanzas especulativas de la banca y en el mismo nivel de responsabilidad, lo que haga y deje de hacer con el sector corrupto del propio gobierno, convertido a estas alturas de los acontecimientos en uno de los tres peores enemigos del gobierno mismo. El carácter improductivo en lo económico de esa burocracia, su espíritu conservador y su actitud abiertamente antidemocrática con el movimiento, cohabita con los enemigos externos al gobierno y al país.

El tercer factor. La compleja realidad venezolana impone verificar la siguiente pregunta: ¿Hasta dónde estará decidido a llegar el Departamento de Estado? Hay señales contradictorias, no por buenos, por astutos.

En la asonada de febrero se demostró que por ahora no tienen una política única hacia Venezuela. De ser así, febrero 2014 se hubiera parecido más al 11 de abril de 2002.
Es un conocimiento de la historia, que en situaciones de alta densidad como la actual, Washington no actúa sola. Lo hace a través de mediaciones locales e internacionales. Tampoco se atreve sin los resultados de una sistemática preparación de la opinión pública en la región y parte del mundo.

En el escenario que deben enfrentar en Venezuela, Obama y sus muchachos en el Departamento de Estado y en el Comando Sur tienen varios obstáculos a vencer. No pueden justificar con facilidad, en realidad no tienen como sostener, que el gobierno de Nicolás Maduro es una tiranía al estilo de Mohamad Kadafi, autoritario como el ucraniano, o desgastado internamente y aislado de medio mundo como el de Irak en 2003.

Menos puede acudir a los recursos de “guerra de baja intensidad” como lo hizo con buena fortuna en Honduras en 2009, cuando le bastó una decisión judicial contra el ex presidente Manuel Zelaya para que se ordenaran las fuerzas reaccionarias en un golpe triunfante. Tampoco puede hacer la jugarreta antidemocrática de Paraguay en 2012, donde logró usar la conspiración orquestada de un diario popular como AbcColor, una multinacional (Monsanto), los partidos del capital paraguayo, la corrupta policía y la cúpula del ejército, para sostener la subversión del gobierno de Lugo desde el Senado.

No cuenta con esas condiciones en un país que vive un proceso revolucionario dentro de los canales republicanos, respetando y ampliando los poderes clásicos de la ficción democrática burguesa (en Venezuela funcionan cinco poderes, no tres), y sostenido por un poderoso movimiento social agrupado en un incipiente poder popular de mucha conciencia política.

Por último, pero clave en la perspectiva inmediata, en Venezuela existen unas fuerzas armadas sin fisuras a la vista, aunque sería poco serio pensar que será así para siempre. Menos en una realidad cada vez más tensionada entre fuerzas sociales irreductibles. No hay corporación que lo resista por mucho tiempo.

Los viajes del canciller venezolano por el Mercosur y otros países, la contracampaña mediática del gobierno bolivariano y sus amigos en el mundo y, sobre todo, la capacidad política que tuvo Maduro de apoyarse en la movilización de las organizaciones, clase y sectores del poder popular bolivariano, facilitan la tarea defensiva frente al embate advertido para mayo, o meses posteriores.

La campaña por la paz puesta en marcha por el gobierno de Maduro deberá someterse a esas pruebas y a las de su propio movimiento.

Este movimiento chavista fue educado por el proceso revolucionario y el comandante Chávez en la sana idea de no pactar ni co-gobernar con la burguesía. “No solo es una clase mala de alma, no chico, es que además, nos mantiene una guerra permanente desde 2002, quizá desde antes, no nos da paz, pues…”, declaró en un “Aló Presidente” de noviembre de 2010, repetido miles de veces. Esa buena idea se metió en la cabeza de millones de chavistas, traducida en un gobierno de izquierda sin representantes directos de la clase capitalista, Misiones sociales gratuitas, desarrollo cultural, amplia democracia política, etc.
En estas coordenadas, tan complejas como presentes, se juega el destino del proceso bolivariano a lo largo de todo el año 2014.