Miguel Marín Bosch

La Jornada

 

Barack Obama lleva un año presidiendo los destinos de Estados Unidos. Es un lapso relativamente corto si uno piensa que quizás se pase otros siete en la Casa Blanca. Pero en poco más de 12 meses se ha complicado la vida de manera inesperada. Parece haber decepcionado a muchos de los que votaron por él en noviembre de 2008. Atrás quedó la ilusión de cambio que generó como candidato y ya pocos recuerdan las expectativas que acompañaron su histórica elección. Su toma de posesión fue aguardada como el nacimiento de una nueva, pero aún desconocida vida.

Su aparición en el escenario político nacional despertó una ola de esperanza de cambio en muchos campos. Su elección en sí fue una señal que se estaba gestando un relevo generacional con un ingrediente racial que anunciaba una nueva etapa en la vida política y social estadunidense. Atrás quedarían los pleitos estériles en el campo de batalla de Washington, caracterizados más por intereses mezquinos que por una visión de un futuro promisorio. Acabaría con la forma tradicional de hacer política y gobernaría con ideas de avanzada. Despertó a los jóvenes electores y entusiasmó a no pocos de los miembros de su partido. Aplacaría a Wall Street y pondría en cintura a los burgueses insaciables (y crueles). Embridaría lo que Eisenhower definió como el complejo militar e industrial.

Hacia el exterior, extendería una mano amiga a los opositores de Estados Unidos, negociaría acuerdos de desarme nuclear con los rusos, rescataría la diplomacia multilateral, cerraría la prisión de Guantánamo, sacaría las tropas de Irak y pondría un límite a la presencia militar en Afganistán, En fin, abandonaría el unilateralismo y los excesos de su antecesor.

Obama le debió a George W. Bush una buena parte de su popularidad. Pocos presidentes estadunidenses han dejado un recuerdo peor.

Así las cosas en enero de 2009. Bueno, casi así. Se había desatado una crisis de proporciones históricas en el sector financiero. El derrumbe económico del país estaba en el horizonte. ¿Qué hacer? Obama optó por seguir el camino trazado por Bush y sus consejeros de Wall Street. Había que salvar a los bancos e instituciones financieras. Para ello acudió a personas que conocían bien el problema, ya que algunas habían sido artífices del mismo.

Ignorar la crisis financiera acarrearía –les dijo a sus compatriotas– el derrumbe de la economía del país. Invirtió miles de millones de dólares en rescatar las chambas de los que más tienen. Mientras tanto, el desempleo entre los que menos tienen se disparó. Para hacer frente a las necesidades de la gran mayoría ideó lo que calificó de un paquete de estímulo de 787 mil millones de dólares. El déficit presupuestario que heredó de Bush siguió multiplicándose. Con el fin de asegurar la aprobación de ese paquete el presidente aceptó que muchos congresistas se despacharan con la cuchara grande al incluir programas de erogaciones para sus distritos electorales. Aceptó así recurrir a algunas de las prácticas de Washington que había prometido combatir.

Como si lo anterior no fuera suficiente, acto seguido decidió abrir otro frente. Emprendió por enésima vez en la historia moderna de su país una reforma a fondo del sector salud. Para evitar los errores del presidente Clinton, decidió endosar al Congreso la redacción inicial del proyecto de ley correspondiente. Hubo cierta lógica en esa decisión, ya que los demócratas cuentan con amplias mayorías en ambas cámaras. Pero el tiro le ha salido por la culata. Por un lado, Obama no supo explicar al pueblo estadunidense el alcance de la propuesta que en general cuenta con el apoyo de una mayoría, pero que en lo particular se ha visto complicada por la falta de visión de los propios congresistas y de los intereses de los grupos que les sufragan buena parte de sus campañas electorales.

En otros renglones la situación tampoco ha mejorado. En Irak sí parece haber programado el retiro las tropas de ocupación, pero en Afganistán podría estar metiéndose en honduras. No ha cerrado Guantánamo. Tampoco ha cumplido el plazo para concluir con Rusia un nuevo tratado que reduzca el tamaño de los arsenales nucleares. Peor aún, ha autorizado un importante incremento en el presupuesto para mejorar las cabezas nucleares existentes. No parece ser ése el camino que conduzca a un mundo libre de armas nucleares que proclamó en varios discursos el año pasado. La prueba definitiva de sus intenciones en materia de desarme nuclear la tendremos próximamente, cuando dé a conocer el nuclear posture review que fijará el rumbo de su administración para los años venideros en esta materia. De ello hablaremos en otra ocasión.

Hay que señalar que en el campo internacional el presidente Obama ha logrado enderezar las relaciones con muchos países y en la pasada sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas dio muestras inequívocas de un saludable cambio en la política multilateral de su país.

Al año de su toma de posesión los bonos del presidente Obama han sufrido una baja significativa. El salvavidas que les echó a los bancos, la lentitud de los efectos del paquete de estímulos, la impaciencia del electorado, la tasa de de-sempleo y el estancamiento del proceso de reforma del sector salud han provocado desaliento entre los que lo eligieron.

Obama se ha metido en muchos líos. Ha complicado innecesariamente su presidencia. Algunos tropiezos se pueden achacar a su inexperiencia; otros a sus nombramientos iniciales. Y, pese a que los demócratas cuentan con mayorías en ambas cámaras del Congreso, no ha podido sobreponerse a muchos de los intereses particulares que promueven algunos miembros de su propio partido.

Afortunadamente le quedan varios años para remontar el marcador. Ojalá que lo consiga. Según el dicho, quien tropieza y no se cae, avanza dos pasos.

Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2010/02/25/index.php?section=opinion&article=018a1pol