Oscar Laborde

 

La XXIII Cumbre del Grupo Río, y la Segunda Cumbre de América Latina y el Caribe, con la presencia de 33 países; y la ausencia de Honduras que no fue invitada por no estar integrada a la OEA luego del golpe de estado que derrocó a Manuel Zelaya, funcionó con una participación histórica de mandatarios y con el principal objetivo de avanzar en una nueva organización que las agrupe sin Canadá ni Estados Unidos.

En esta dirección y sobre el desarrollo de la región el presidente de Brasil Luiz Inácio “Lula” da Silva reafirmó la necesidad de “discutir los problemas de nuestros países con más desenvoltura y, al mismo tiempo, descubrir las potencialidades de inversiones mutuas, de trueques comerciales y de integración en las áreas política y cultural».

En este marco, aparece el fuerte respaldo de los países de la región, incluídas algunas ex colonias británicas que también formalizarán su apoyo a la Argentina, en su reclamo contra la iniciativa de Inglaterra de explorar y explotar los recursos de hidrocarburos en las zonas adyacentes a las Islas Malvinas. Y desde este tema coyuntural, pero de decisivo valor estratégico, nuestro gobierno plantea que el inglés se siente, definitivamente, a discutir el tema de la soberanía.

Los países de América Latina y el Caribe están construyendo no sólo un diálogo Sur-Sur sino proponiendo estructuras institucionales que den cabida a la nueva realidad del continente.

De allí lo inconducente y retrógrado de la postura británica.

Conviene también, a esta altura de los acontecimientos, comparar actitudes y recurrir a la memoria como una manera de entender el comportamiento de determinados gobiernos y dirigentes.

Durante la presidencia de Carlos Menem se puso en práctica la teoría de seducción a los kelpers que significó en la práctica considerarlos como una tercera parte en la cuestión y se firmaron acuerdos de pesca e hidrocarburos que fijaron claramente un antecedente nefasto con respecto a nuestra soberanía sobre las islas y su espacio adyacente.

El fracaso de esa iniciativa fue rotundo pero las consecuencias se verifican hasta el presente.

El gobierno argentino, advertido de esta situación que intenta perpetuar el gobierno británico a través de una política de “hechos consumados”, ha desarrollado una intensa acción diplomática contando con el respaldo de América Latina.

Nuevamente queda demostrado, como fue primero en Honduras y luego en Haití, que existen dos concepciones para enfrentar e intentar solucionar las situaciones de conflicto: la ocupación militar (Haití y Malvinas) o la apoyatura logística y operativa (bases militares en Colombia o el rol jugado por la base de Soto Cano durante el golpe contra Manuel Zelaya en Honduras).

La otra, parte de lo mejor de las tradiciones independentistas a lo largo y ancho de nuestro continente y que reconoce en la actualidad, la necesidad de encontrar caminos de unidad, acuerdos económicos que disminuyan las asimetrías y una institucionalidad (UNASUR es un claro ejemplo de ello) que fortalezca el carácter soberano de las decisiones que adopte cada país.

Malvinas no es un enclave aislado, ni una situación meramente bilateral, reconoce una misma matriz de dominación, que se repite con otros nombres y protagonistas a lo largo de la historia americana.