Manuel C. Martínez
Aporrea
La supuesta mejor calidad de la E. Privada, ¿es una falacia comercial y universal?
Ciertamente, No todo lo que brilla es oro, pero no se trata de refrán alguno. De lo que se trata es de que toda empresa privada-toda, repetimos-vende valores de cambio soportados o empaquetados en valores de uso. Esta distinción valorativa de las mercancías es de la mayor importancia para conocer de cerca qué debemos entender por algunos bienes y servicios[1].
El fabricante de esta mercancía intelectual, como capitalista que es, suele tomar en cuenta la calidad de sus productos, pero eso no significa que realmente le interese tener o vender la mejor calidad en esa materia. Cuando lo hace simplemente busca diferenciar precios y atraer clientes en clara competencia con sus homólogos del mercado de la educación privada, pero, una vez enganchados en una carrera cualquiera, la única calidad que le ofrece a su clientela es de carácter más sicológico que académico.
Efectivamente, sicológica por la carga de alienación que subyace en burgueses y proletarios. Pareciera que estudiar en centros empresariales educativos da caché, tal como o alojarse en una hotel 5 estrellas-otra mercancía-que básicamente se diferencia de la 4 estrellas en la arrogancia y la frivolidad que termina envolviendo a los hospedados. En la primera respecto de la segunda, o en esta respecto de un hotel con menos estrellas.
Si este empresario de la educación lucrativa logra mantener una cuota de matriculados, de clientes eufemísticamente llamados estudiantes, la calidad de su empresa no tendrá razón de mejora alguna, salvo en decoraciones, jardines, galerías de pinturas y otras artes, por cuanto eso se le traduciría en mayores costos que reaparecerían en precios superiores, los cuales y viciosamente ofrecerían un mejor caché aunque la calidad académica permanezca constante..
Desde luego, eso no invalida que esos centros de estudios mercantiles hayan sido dotados de excelentes profesores, pero dudamos mucho de que los clientes educandos se interesen más por esos elevados conocimientos que por el encopetamiento alienante que tales empresas les garantizan.
[1] Los servicios también son bienes, como lo es el más importante de todos ellos, esto es la mercancía FUERZA DE TRABAJO. A este valor de uso se le ha vendido ideológica y burguesamente como servicios, como algo intangible, pero el hallazgo logrado por el científico Carlos Marx dejó bien claro que el trabajador asalariado es el único trabajador que ha podido vender su fuerza de trabajo, una facultad que se la da su condición de persona u hombre libre, y aunque lo haga a precio de gallina flaca, ciertamente, resulta ser un privilegio en comparación con los trabajadores esclavos o siervos feudales que simplemente trabajaban sin recibir nada a cambio por su trabajo realizado ni por su fuerza de trabajo, y por tanto-por definición-no dispusieron jamás de ninguna mercancía que venderle a otro, puesto que la suya, aunque suya, se hallaba muy enajenada por sus amos, unos, esclavistas y otros, señorones feudales. El trabajo de estas dos últimas variantes laborales, el del siervo, debía realizarlo para su consumo propio y/o familiar, y lo hacía también para su amo, el señor feudal. El esclavo simplemente trabaja y trabajó como un inanimado o animal parlante.