Richard Osley *
La Operación Moshtarak (Juntos) entró ayer en su segunda semana, mientras las fuerzas de la OTAN seguían intentando quebrar la resistencia de los insurgentes en el sur afgano. Después de la primera semana, la frustración y las bajas se mezclaban con el desencanto internacional por el creciente temor por la población civil.
Pequeños equipos de francotiradores rebeldes se apostaron en lugares estratégicos en los últimos días, mientras las fuerzas norteamericanas, británicas y afganas intentaban iniciar un contacto con los pobladores de Marjah, un bastión talibán utilizado como centro de los cultivos de amapola y producción de opio. Las bombas escondidas al costado de los caminos también están dificultando el avance de la coalición internacional.
La ofensiva contra Marjah es uno de los objetivos principales de la Operación Moshtarak, que ya movilizó a 15 mil soldados, el mayor despliegue militar desde la invasión norteamericana a Afganistán en 2001. Según oficiales británicos, dos tercios de la región ya están bajo su control y ya están avanzando hacia el resto de la provincia de Helmand. Mientras más terreno ganan, más crecen las advertencia del presidente afgano Hamid Karzai, quien alertó que demasiados civiles están muriendo en la ofensiva contrainsurgente.
En un discurso ante el nuevo Parlamento afgano, el mandatario levantó una foto de una niña de ocho años, quien vio a doce de sus familiares morir en un ataque aéreo el fin de semana pasado. En otro “accidente” el viernes, un hombre fue acribillado porque las fuerzas internacionales creían que llevaba una bomba. En las manos tenía una pequeña caja.
“Tenemos que llegar al punto en el que no haya más muertes civiles”, pidió Karzai. “Nuestras críticas continuarán hasta que se consiga este objetivo”, agregó. Ayer los soldados que participan de la ofensiva en el sur del país recibieron una charla sobre la necesidad de proteger a la población civil y evitar daños colaterales.
Karzai quiso hacer su parte también. En su discurso, se dirigió directamente a los insurgentes y les pidió que abandonaran la lucha armada y se unieran a los esfuerzos por reconstruir Afganistán. “Terminen esta guerra. Vuelvan a sus casas y ayúdennos a reconstruir el país”, los convocó.
Pero mientras en Kabul utilizan las palabras para convencer, en el sur la persuasión es a punta de ametralladoras. Los marines norteamericanos pasaron los últimos días intentando quebrar las líneas enemigas y tomar los lugares de los francotiradores insurgentes. Dispararon varios misiles y llegaron a matar a seis rebeldes, cuando ponían una bomba al costado de un camino. Entre sus filas, la coalición ayer reportó seis policías afganos muertos. Según la información oficial, les dispararon cuando intentaban destruir una plantación de amapolas, origen del opio.
Como si la situación política y militar no fuera lo suficientemente endeble en Afganistán, ayer uno de los miembros de la coalición internacional quedó con un pie afuera del país. El primer ministro holandés, Jan Peter Balkenede, anunció ayer el derrumbe de su gobierno por diferencias sobre la permanencia de sus tropas en Afganistán. El país nórdico mantiene 1600 soldados en Uruzgan, también en el sur afgano, y desde que se unió a la cruzada occidental en 2006 ya sufrió 21 bajas, todas militares.
Los sondeos de opinión en Holanda demuestran, que como en otras partes de Europa, el apoyo a la guerra ya no es mayoritario. Balkenede informó ayer que antes de mediados de año se llamará a elecciones anticipadas y se formará un nuevo gobierno. Si la ofensiva en Helmand fracasa y la OEA no logra desterrar a los talibán del sur, la frustración se sentirá fuerte en el electorado holandés.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.