Hazel Henderson
IPS

Mientras nuestro clima se desestabiliza, las ciudades se inundan, los bosques se queman, los cultivos se arruinan por la sequía, y la contaminación radiactiva se filtra al agua y al suelo, muchos contadores y analistas políticos se están despabilando.

Les siguen organizaciones no gubernamentales, dirigentes sociales, informantes y unos pocos políticos que piensan en el interés público.

El gran mensaje es que la arraigada pero falsa filosofía del “economismo” y sus dogmas estrechos y anticuados son el virus oculto que propaga la financialización y su destrucción social y ecológica.

Este código fuente se propaga por todo el mundo, se apropia de la toma de decisiones públicas y privadas, y hace caso omiso de investigaciones científicas en otras disciplinas que demuestran la situación real de los 7.500 millones de personas que integran nuestra familia humana en este planeta.

El cambio es difícil, especialmente en muchas mentes humanas, como escribió mi difunto amigo Thomas Kuhn en su libro “La estructura de las revoluciones científicas” en 1962. Los nuevos paradigmas se introducen en los sistemas sociales “uno por vez con cada funeral”.

Mahatma Gandhi (1869-1948) recordaba: “Primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan, entonces ganas”. Las encuestas en Estados Unidos muestran que todavía un 40 por ciento del público no cree en la evolución de las especies, mientras que muchos políticos siguen negando la ciencia y el cambio climático.

Estudiosos del comportamiento demuestran que nuestros cerebros se encierran en los hábitos de pensamiento, amplificando a menudo nuestro temor al cambio y al “otro”, emociones primitivas que están asentadas en la amígdala cerebral.

Esto limita tanto el desarrollo personal como las políticas públicas, mientras oímos a los políticos repitiendo que “no hay alternativa” a las viejas ideas o al statu quo creado por la burbuja financiera: austeridad y recortes en servicios públicos, empleos, educación, salud y protección ambiental. Otros culpan a Dios por la contaminación ambiental y las alteraciones climáticas causadas por los seres humanos.

Otros, entre quienes me incluyo, pronosticamos la crisis financiera de 2008 y la miseria impuesta sobre tantas poblaciones en todo el mundo. Wall Street se transformó, pasando de firmas y asociaciones de bajo porte y pequeños manipuladores a corporaciones y fondos de inversiones gigantescos y atrapando a su paso a políticos y reguladores hambrientos.

Estas firmas financieras capitalizaron la infraestructura pública, los recursos comunes no protegidos y las tecnologías de comunicación más nuevas, computadoras, Internet y satélites financiados por los contribuyentes.

Los políticos dóciles ayudaron a las finanzas a globalizarse luego del “big bang” que implicaron las desregulaciones y privatizaciones de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años 80. El dinero se envió al exterior, colocándose en paraísos fiscales, como detalló el británico Nicholas Shaxson.

Esto culminó en la burbuja financiera mundial de la actualidad, con más de cuatro billones de dólares de divisas comerciados a diario, trillones de derivados generados por megabancos y agentes de bolsa irresponsables.

Las firmas bursátiles de alta frecuencia colocan y cancelan miles de millones de órdenes por segundo, valiéndose de trucos para obtener información sobre tendencias antes que otros inversores, todo en inestables plataformas informáticas y programado por algoritmos que suelen fallar.

Este mal uso de las tecnologías para la información y la comunicación financiadas por el público condujo a las minicrisis reiteradas desde la ominosa quiebra de mayo de 2010, y continuaron con el colapso del índice Nasdaq de la Bolsa de Nueva York el 22 de agosto de este año.

Todos los esfuerzos por regular y reducir esta destructiva burbuja financiera y devolver las finanzas a su papel modesto de apoyar a las economías reales y locales se topan con la feroz oposición de lobbistas en Wall Street, en Londres, en Washington, en Davos y entre sus grupos de expertos financiados por privados y por intelectuales mercenarios que trabajan para cualquier gobierno.

Economistas y académicos bien dotados y sus departamentos universitarios apoyan las ortodoxias económicas, equiparando los mercados “libres” con la libertad y los derechos individuales. Todas estas políticas se basan todavía en “externalizar” los costos sociales y ambientales, cargándolos sobre los hombros de otros, contribuyentes y generaciones futuras.

Esta perniciosa filosofía del “economismo” permanece incólume, lo que se ve incluso en el hecho de que todavía se hable de los ganadores del Premio del Banco de Suecia en “Ciencias” (sic) Económicas como un premio Nobel real. Hasta corregir las cuentas para incluir “factores externos” fue resistido durante décadas.

En 1992, 170 gobiernos del Artículo 40 de la Agenda 21 (o Programa 21), en la Cumbre de la Tierra de la Organización de las Naciones Unidas, acordaron incluir en su producto interno bruto (PIB) el trabajo impago de millones de personas dedicadas a la agricultura tradicional, las tareas domésticas y las actividades comunitarias voluntarias.

Yo experimenté esta resistencia de la profesion económica y de los ministerios de finanzas, economía y comercio, mientras me desempeñaba como consejera de ciencia política en Washington en los años 70.

Estadísticas de otras disciplinas que miden las brechas de pobreza y el desempeño real en salud, educación, vivienda, infraestructura pública y monitoreo ambiental quedaron relegadas a cuentas “satélite”, en vez de ser integradas a medidas más amplias de progreso nacional más allá del PIB.

Apenas en 1995, el grupo pionero del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó en su Informe de Desarrollo Humano una estimación del valor mundial del trabajo productivo impago: 11 billones de dólares de trabajo realizado por mujeres y cinco billones de dólares por hombres, que simplemente no figuran en los 24 billones oficiales de PIB mundial reportados ese año.

Así que la mayoría de las sociedades son mucho más ricas de lo que los economistas admiten, tanto en habilidades humanas que no tienen precio como en bienes ambientales, tal cual han expuesto durante décadas investigadores sociales y ecólogos.

Informes recientes encargados por la ONU a TEEB, Trucost y otros muestran que miles de millones contabilizados por algunas corporaciones como “ganancias” son compensados por mayores costos y pérdidas ambientales y sociales.

Pinchar la burbuja financiera mundial e impedir que explote aún más a los ciudadanos y a los ecosistemas requiere hacer frente a las falsas filosofías del economismo y a sus adherentes en el gobierno, el empresariado y la academia, además de sus operadores en los mercados financieros.

Una vez que se haga a un lado el economismo como ideología obsoleta y fallida y se expongan sus “innovaciones” financieras como abstracciones matemáticas, dejaremos de volar a ciegas.

La contabilidad es una profesión más realista que la macroeconomía. El aumento de nuevos protocolos de contabilidad realistas está brindando nuevas ruedas para el cambio social hacia sociedades más sanas, inclusivas y equitativas, más verdes y más ricas en conocimientos.

Ahora los contadores empiezan a medir seis formas de capital: físico (edificios, puentes, etcétera); financiero (dinero como la unidad contable aceptada); humano (talento, energía, sudor); social (asociaciones, comunidad, instituciones); intelectual (conocimiento); y natural (biodiversidad, servicios del ecosistema).

Esta nueva métrica para evaluar el desempeño de firmas corporativas y financieras, así como cooperativas, empresas sociales y asociaciones comunitarias, fue creciendo silenciosamente durante décadas en fondos éticos y socialmente responsables, pensiones, fundaciones y donaciones, administradores de bienes, empresarios, científicos innovadores y reformistas monetarios.

Los nuevos protocolos de contabilidad son multidisciplinarios e integran muchos factores clave para analizar el desempeño de las empresas a la hora de crear o destruir valor.

En esta nueva tendencia podemos mencionar la Global Reporting Initiative, Integrated Reporting, la Association of Chartered Certified Accountants, The Institute of Chartered Accountants in England and Wales, el American Institute of Certified Public Accountants, Sustainability Accounting Standards Board, junto con The Network for Sustainable Financial Markets y las administradoras pioneras de bienes Domini, Calvert, Innovest. Bloomberg, Dow Jones y otros ya las están reflejando.

Las organizaciones no gubernamentales han pautado estos cambios con su trabajo y las colaboraciones con agencias de la ONU, como Green Economy Coalition, el Foro Social Mundial desde 2001 y a aquellas activas desde la Conferencia Internacional para la Financiación sobre el Desarrollo realizada en 2002 en Monterrey, México, a las que se unieron este año muchos expertos en finanzas de largo plazo.

A medida que se necesitan, se efectúan cambios incrementales e inversiones privadas se vuelcan a los sectores verdes en todo el mundo desde 2007. Los defectos fatales del economismo subyacentes en la crisis de 2008 ahora quedan expuestos y hay reformas en curso. Pero las organizaciones no gubernamentales deben permanecer vigilantes si se quiere que las finanzas “demasiado grandes para caer o pagar con cárcel” se transformen de casino global a un sector de servicios públicos.

Hazel Henderson es presidenta de Ethical Markets Media (Estados Unidos y Brasil) y creadora del Green Transition Scoreboard.