Marcelino Cereijido
A los diecisiete años de edad ingresé en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires porque quería conocer el fenómeno de la vida, la muerte y todo lo que ocurre entre ambos extremos, y convertirme de paso en un médico tan útil, respetable y próspero como el que atendía su consultorio a una cuadra de casa. Pero el encuentro con grandes científicos durante mi carrera torc i e ron mi destino y, si bien me gradué de médico y luego de doctor en medicina, salí convertido en un investigador científico, profesión que me valió la cárcel, la cesantía, el exilio, la dispersión de mi familia, la pérdida de parte de mi biblioteca. Eso me condena a vivir tratando de entender por qué una Argentina que me había formado gratuítamente, otorgado títulos, becas y premios se encarniza así con la ciencia y los científicos, al punto que cuando escribí el libro La Nuca de Houssay(1),le puse la siguiente dedicatoria:
Lo primero que hice para discernir las tinieblas fue, por supuesto, recurrir a cuanta enciclopedia, ensayo y conferencia sobre la ciencia tuve a mi alcance. Pero no me sirvieron porque están atontados por lo que hoy llamo la “versión ortodoxa de la ciencia”.
Es una versión que da por sentado que la ciencia es una aventura de la razón comenzada hace unos tres milenios por babilonios, egipcios y griegos. Eso es, en sí, más que error es una antigualla que se viene arrastrando porque la gente que escribe textos para enseñanza suele copiar libros anteriores, pues el actor principal es el inconsciente. Ese inconsciente guarda en su memoria todo lo que sabemos, pero todavía no tenemos la más remota idea de cómo recuerda onomásticos, nombres de personas y lugares, aromas, melodías, voces queridas, horrores y entusiasmos. Peor aún, todavía ignoramos cómo hace para generar nuevas ideas, de qué manera recuerda estos datos, olvida aquellos otros, cómo pone en juego metáforas y metonimias hasta que de pronto genera el embrión de una hipótesis, una sinfonía, escultura, personaje literario, y entonces sí, nuestra razón y nuestra consciencia pueden ya comenzar a trabajar con dicho material surgido de profundidades que aun estamos lejos de entender.
La versión ortodoxa es irremisiblemente creacionista. Se comprende que los padres de la ciencia de hace tres a cinco siglos hayan sido creacionistas, pues pertenecían a culturas cuyos conocimientos estaban tan alejados de cómo es y por qué existe el universo, las flores, los pájaros, el ser humano, que no podían menos que atribuirlos a la obra de un Dios, tal como lo leían en La Biblia, en la que ellos creían a pie juntillas. En cambio, seguir hoy con dicha creencia es por lo menos un despropósito, pues la versión ortodoxa desconoce que para cuando aparecieron babilonios, egipcios y griegos, estos ya venían dotados de un cerebro forjado a través de millones de años de Evolución, y que tenía entre otras las siguientes propiedades, todas ellas imprescindibles, para hacer ciencia:
1) Sabía forjar en su mente modelos dinámicos de la realidad, con los cuales hace funcionar en su propia cabeza una re p resentación de la realidad- deahí- afuera y escoge las alternativas más promisorias para actuar en el mundo.
2) Tenía una fabulosa memoria con estratos de distinto grado de accesibilidad, en la que…
3) … sólo guardaba información significativa. En lugar de extenderme en explicaciones, aconsejo la lectura del cuento “Funes el Memorioso” de Jorge Luís Borges, en la que el personaje Ireneo Funes carece de esta propiedad, no selecciona lo que habrá de recordar, sino que capta y recuerda todo, independientemente de que se trate de información valiosa o trivialidades como las volutas del agua agitada por un remo o el número y posición de las hojas de los árboles de un bosque en una tarde de hace muchos años. Le ponía un día en recordar un día. Elocuentemente, Borges no hizo de Funes una persona inteligente. Miles de años antes de que aparecieran babilonios, egipcios y griegos el cerebro del Homo sapiens ya sabía cómo evitar anegarse de intrascendencias.
4) Aquel cerebro también sabía generar un sentido temporal, con el que, además de construir modelos mentales dinámicos de la realidad presente, podía recordar e interpretar un pasado y predecir un futuro.
5) Sabía generar lenguajes.
6) Era creyente. Dado que la especie humana venía haciendo del conocer su h e rramienta para sobrevivir, otorgaba una clara ventaja incorporar no solamente lo que cada individuo iba observando y aprendiendo, sino también lo visto y aprendido por toda la sociedad, incluyendo generaciones pretéritas. Yo por ejemplo no conocí a Tutankamón, César, ni a Galileo ni estuve presente en la Revolución Francesa, pero los tengo incorporados a mi patrimonio cognitivo gracias a que me lo transmitieron la crianza y la educación. Para el caso, tampoco inventé el castellano, sino que “se lo creí” a mis padres, y pude así comunicarme con otros niños, que también se lo habían estado creyendo a sus progenitores y maestros.
Si necesitaba entender por qué me había “desviado” de médico de barrio a científico, y por qué mi patria, la Argentina, destruía sistemáticamente su aparato educativo desde el jardín de infantes a su ciencia, la “versión ortodoxa” no me servía. Comencé a forjar entonces otra para uso personal, con la entera libertad de quien sólo piensa utilizarla para sí mismo. Paso a bosquejársela.
Todo o rganismo sobrevive sí y sólo sí es capaz de interpretar eficientemente la realidad que habita. Si una babosa, tan simple que carece de cerebro, no pudiera interpretar que hacia la izquierda se han agotado los nutrientes, y que en cambio estos abundan hacia la derecha y le conviene dirigirse hacia ese lado, sería demasiado tonta como para sobrevivir como babosa. Importa relativamente poco que esta interpretación sea consciente o inconsciente. La consciencia es una recién llegada al planeta. No tiene ni 50 mil años, o sea “nada” en una vida que lleva como digo unos 3.700 millones de años de evolución. La estructura y función de la vida, su apabullante diversidad y la misma producción de la especie Homo sapiens, son productos inconscientes(2). Humphry Davy habrá pasado a la historia porque en 1808 descubrió el calcio; pero es bueno tener en cuenta que un bebé de dos años en cuyo cuerpo comience a escasear dicho elemento, detectará la carencia, recurrirá a comer revoque de las paredes -que contiene calcio- y así evitará enfermarse. La historia tiene registrado cómo hizo Davy para saber que la realidad contiene calcio, pero aún desconoce cómo hace un bebé para interpretar y resolver su necesidad de calcio.
Por supuesto, ya dotado de una conciencia, el Homo sapiens la incorpora a su instrumental para interpretar la realidad. En un comienzo habrá advertido que si bien podía tomar un guijarro, le era difícil atrapar en cambio una rana o un pájaro, porque estos tienen motu proprio y escapan; supuso que eso se debe a que estos tienen ánima y los catalogó como animales. Pero aquella taxonomía animista fue luego superada en etapas politeístas, cuando el ser humano pasó a suponer que todo lo marítimo era regido por Poseidón, el cielo por Urano, el Amor por Eros. Luego, el paso a los monoteísmos requirió una verdadera hazaña intelectual.
En un politeísmo los dioses pueden discrepar; en cambio en un monoteísmo el único dios no puede tener contradicciones. El acceso a los monoteísmos dependió entonces del inventar ni más ni menos que la coherencia de Dios, que fue más tarde un elemento fundamental en la transición hacia la manera científica de interpretar la realidad, pues la ciencia no es un amontonamiento de saberes discordantes, sino que estos se hallan sistematizados, al punto que Pascal la comparaba “… al cerebro de una sola persona que aprendiera continua e indefinidamente”.
Puestas así las cosas, la ciencia no es para mi otra cosa que una etapa –la última por ahora- de las maneras humanas de interpretar la realidad en que vivimos, y consiste en hacerlo sin re c u rrir a milagros, revelaciones, dogmas ni al Principio de Autoridad, por el cual algo es verdad o mentira dependiendo de quién lo diga: La Biblia, el papa, el rey, el padre. Fue p roducida por personas que acaso sólo apelaban a la manera científica de interpretar cuando estaban enfrascadas en sus investigaciones de la realidad que habían escogido estudiar (montañas, estrellas, plantas, enfermedades), pero que podían seguir siendo profundamente religiosas en su esfera personal.
Considero superfluo aclarar que, dado el eje temático de esta presentación, me concentraré exclusivamente en los aspectos cognitivos de las concepciones religiosas, pero no desconozco que las religiones, cuya evolución llevó a la ciencia moderna, tienen además poderosos componentes, entre los que destacan los emotivos.
La manera de interpretar la realidad a la manera científica no tiene siquiera medio milenio de existencia, es decir, es mucho más joven incluso que la palabra “ciencia”, circunstancia que hace que hoy el concepto de “ciencia moderna” esté cargado de malos entendidos. Este no es el lugar de aclararlos(3),(4), pero así y todo necesito referirme a alguno de ellos, porque me ayudarán a tratar luego el analfabetismo científico, que es el eje de esta disertación. Por ejemplo, es común que la gente tome ciencia e investigación como si se tratara de sinónimos exactos. La ciencia es como digo una manera de interpretar la realidad (sin recurrir a milagros, revelaciones, dogmas ni al Principio de Autoridad). En cambio la investigación emana del talento, habilidad y entrenamiento para tomar una porción del caos de lo desconocido, analizarlo, explicarlo e incorporarlo al patrimonio del saber científico. Idealmente, el científico y el investigador deberían ser la misma persona. Pero abundan los colegas científicos que si bien jamás invocarían milagros ni revelaciones para interpretar el metabolismo de las proteínas, terremotos, fenómenos cósmicos, carecen de un mínimo de originalidad para ganarse la vida profesionalmente y, concomitantemente, también pululan cada vez más los colegas investigadores que son un destello de creatividad y productividad, pero creen en deidades con poder suficiente para transgredir las leyes de la naturaleza y favorecer con milagros a quienes le dediquen plegarias, y otras fantasmagorías que revelan que no tienen una visión científica del mundo.
Para resumir este punto: la investigación entraña novedad, la ciencia no, o no necesariamente. Un científico que no tenga dotes de investigador puede ser así y todo un excelente docente, un editor de revistas especializadas que se erige en epistemólogo práctico, que acepta o no para su publicación un manuscrito siempre que su contenido cumpla con una serie de criterios que él conoce, encarna y defiende: novedad, solidez argumental, claridad, tratamientos estadísticos, referencia a contribuciones previas, etc. Dar por sentado que con ser investigador uno es automáticamente un científico es desacertado.
Aunque con inevitable demora, vamos entrando en tema. Así como el analfabetismo común consiste en no saber leer y escribir, “analfabetismo científico” se refiere a la incapacidad de interpretar la realidad a la manera científica. Y así como ser analfabeto casi equivale a ser pobre y aún miserable, ser analfabeto científico, sobre todo cuando es el estatuto de todo una sociedad, asegura la pobreza, la miseria, la dependencia y la humillación. Enumeraré los principales dramas que conlleva:
1) El primero, es por supuesto, c a recer de ciencia en un mundo en el que ya van quedando pocas cosas de envergadura que se puedan manejar sin ciencia y tecnología avanzada. La experiencia muestra que hoy la salud, transporte, producción industrial, comunicaciones, comercio, educación, diplomacia y todas las tareas que el Estado debe regular, se perjudican gravemente cuando esta regulación se confía a manos de analfabetas científicos.
2) La ciencia es invisible para el analfabeto científico. Contrario a otras necesidades como la de alimentos, agua, medicinas, energía, en las que el afectado es el primero en señalar la carencia con toda exactitud, cuando una sociedad no tiene ciencia, no lo puede detectar y ni siquiera entender así se le explique. Este drama se pone en evidencia cada año en el cándido discurso del presidente mejor intencionado, cuando se dirige a su comunidad de investigadores: “En este momento tenemos problemas serios y urgentes, pero prometo que ni bien los solucionemos, apoyaremos a la ciencia”, que a nosotros, los científicos, nos suena “Ahora tengo todas estas ecuaciones diferenciales que resolver. Pero prometo que ni bien lo consiga estudiaré a ver qué es eso de matemática.” Así es, mientras el Primer Mundo se apoya en la ciencia, el Tercero promete apoyar a la ciencia, momento que por supuesto jamás podría llegar. Si quienes mejor interpretan la realidad japonesa no fueran los propios japoneses, Japón sería un país subdesarrollado. Les dejo como ejercicio preguntarse si quienes mejor interpretan la realidad histórica y actual de Egipto, Grecia, Mesopotamia, son acaso egipcios, griegos e iraníes.
3) Curiosamente, a pesar de este panorama, el tercer drama del analfabeto científico consiste en creer ¡que sí! sabe muy bien qué es la ciencia, de donde deduce que no la necesita. ¿De dónde saca esta creencia? Generalmente de una divulgación científica bien intencionada pero mal concebida. Basta hojear una revista de divulgación o visitar un museo de ciencia-parajóvenes- tercermundistas, para constatar que en su comprensible esfuerz o por hacer más ameno el conocimiento científico y atraer una concurrencia, recurren a lo curioso y aún insólito: “¿Sabía usted que si una persona saltara como una pulga, podría brincar sobre un edificio de veinte pisos? ¿Sabía usted que un agujero negro sideral es capaz de comerse una galaxia entera?” Alegra ver chicuelos que se divierten en esos museos tocando la bola brillante de un acumulador y constatando que se le erizan los cabellos, o deleitándose ante el ordenamiento de limaduras de hierro sobre un papel apoyado en los cuernos de un imán. ¿Cómo evitar que luego el analfabeto científico dé por sentado que los científicos somos una caterva de vagos que p retendemos que se nos pague para entretener nuestros ocios buscando curiosidades y esperpentos? ¿Cómo hacer para que ese mismo analfabeto entienda que los científicos “odiamos” por así decir lo estrafalario, y que por el contrario buscamos las regularidades de la realidad, para tratar de destilar de ellas las leyes que explican qué es y cómo funciona? Luego, no resulta insólito que un gobierno tercermundista, sepultado en el más triste analfabetismo científico declare con sincera buena voluntad “En lugar de que nuestros científicos malgasten nuestro magro presupuesto en estudiar agujeros negros que se comen una galaxia… yo preferiría utilizarlo para que los niños de mi patria coman alguna proteína”.
4) Y sin embargo el analfabeto científico nos hunde todavía en un cuarto drama. Para la ciencia la realidad está plagada de variables; para el analfabeto científico en cambio la realidad es muy sencilla, pues tiene una única variable: el dinero. Un recalcitrante pensamiento economicista ha emponzoñado la mente de nuestra sociedad, y la ha convencido que todo problema es de índole económica, y que todo se arreglaría con dinero. “Política científica” se reduce a erogar un presupuesto. El analfabeto científico da por sentado que las cosas mejorarían poniendo algún burócrata al frente de sus instituciones del saber para que las administre, situación que asemeja a que nuestros hospitales estén liderados por personajes cuya concepción de la salud, no vaya más allá que las concepciones de Paracelso y la doctrina de los humores. Como lamentaba un colega “¡Si por lo menos cuando una urgencia médica los lleva a un hospital, no los operara un cirujano, sino un administrador…!”
5) La felicidad de un pueblo tercermundista no radica en que invente un teléfono mejor de los que ya existen, un medicamento más eficaz de los que ya hay en el mercado, una computadora que haga más proezas de las que realizan las que ya tiene el Primer Mundo. Y esta circunstancia, tan simple, precipita al analfabeto científico en una trampa mortal. Para comprender por qué debo llamar la atención hacia el hecho de que esa realidad en la que todos estamos inmersos, no es natural, sino que está en buena medida producida por la ciencia que el Primer Mundo tiene, pero el Tercero no. Para que no se nos escape este punto, y afiancemos de paso el concepto que introduje hace unas páginas de que todo organismo depende de interpretar la realidad en que necesita sobrevivir, en lugar de referirme al ser humano me referiré al drama de una polilla que sea analfabeta científica, es decir, que esté obligada a vivir en una realidad que le produce la ciencia:
Las polillas gitanas desbastan los sembrados. En un momento dado se las combatió con DDT, que es tóxico para ellas y para los consumidores. Pero la Selección Natural hizo que murieran las polillas más sensibles al DDT y que las generaciones siguientes tuvieran una mayor proporción de polillas resistentes a esta substancia. Se fumigó entonces con una mayor cantidad de DDT, pero las poblaciones de polillas volvieron a adaptarse a través de la selección de polillas cada vez más resistentes. Cuando la cantidad de DDT empleado llegó a contaminar los alimentos con niveles peligrosos para la salud de los seres humanos, se tuvo la certeza de que la guerra contra las polillas gitanas se había perdido. Pero aquí viene la sutileza científica. Para que las polillas puedan re p roducirse los machos deben encontrar hembras con las cuales procrear. Esto depende de las feromonas que exhalan las hembras. Los machos son tan increíblemente sensibles a estas sustancias, que pueden detectar una hembra a kilómetros de distancia. Entonces la ciencia averiguó la fórmula química de las feromonas, las sintetizó en el laboratorio, y fumigó los campos con ellas. Los machos de la polilla gitana no pudieron discernir cuáles de las señales provenían de hembras de verdad, y cuáles otras eran lanzadas desde una avioneta; ahora los llamados del sexo les llegaban de todos lados. Es como si todos los habitantes de la ciudad llamáramos a los bomberos simultáneamente: al pobre diablo que en serio se le está quemando la casa estará perdido. Lo llamaron “castración informativa”. Los machos no pudieron interpretar una realidad producida artificialmente por la ciencia. Regresemos ahora a los analfabetos científicos humanos.
Por miles y miles de años el ser humano producía con recetas (saber cómo, know how) transmitidas de boca a boca a través de generaciones, aún en el caso de que no se conociera el mecanismo: quesos, vinos, tejidos, tinturas de telas, medicinas, procedimientos agrarios, curtido de cuero, producción de aleaciones. Se transmitía el como, aunque se desconociera el por qué. Este por qué debió esperar milenios, pues para entender por qué una tela o el vidrio de un vitraux son rojos o azules, se necesitó saber de espectros y vibraciones atómicas que sólo estuvieron disponibles en el siglo XX. Para saber el por qué de quesos y vinos hubo que esperar hasta que la ciencia entendiera de catalizadores y enzimas. Pero en cuanto la ciencia lo supo, cayó en la cuenta de que “entonces… se puede desarrollar una técnica mejor para hacerlo” y el “saber cómo” empezó a cambiar la realidad cotidiana, por otra producida por la ciencia la tecnología derivada de ella. Un obrero típico no puede entender por qué funciona una cámara de fotos de diez megapixeles con recetas que le pasó la abuela, ni puede competir con recetas para hacer pinturas que secan en el acto, son hidrofóbicas y tienen mil propiedades más, incluido el costo de producción, con los viejos cómos que le transmitió la tradición de su terruño. Ningún país terc e rmundista puede p roducir aviones, teléfonos, citostáticos, satélites de comunicación con fórmulas ancestrales. Tampoco puede ya desarrollar la industria minera, ni agrícola, ni sanitaria que use cómos científicos, porque carece de ciencia. De pronto el ser humano vive hundido en una realidad que no entiende porque ya no es natural, esta vez se la fabrican la ciencia moderna y las tecnologías avanzadas.
Entonces aquello que asevera el analfabeto científico: “No necesitamos ciencia, porque la felicidad de nuestro país no depende de que inventemos un teléfono, una medicina, un antibiótico mejor que los que ya existen, sino de que tengamos dinero para comprarlos” se convierte en una trampa fatal, porque nadie puede subsistir produciendo teléfonos, medicinas y vehículos como los que había hace diez o cincuenta años. Adviértase que sería desplazado de los mercados, y tampoco tendría el dinero que él pensaba usar para comprar los productos ya disponibles de la ciencia.
6) Aprovechemos entonces para referirnos al siguiente drama del analfabeto científico: el producto de la ciencia. Nuestros funcionarios y administradores insisten en que los investigadores y científicos produzcamos cosas vendibles en el mercado (la última tontería a que se obliga a los científicos es a “innovar”). No discutiré aquí la barrabasada de afirmar que el conocimiento sólo tiene sentido si alguien gana dinero con él, prefiero comparar la ciencia con la gimnasia, con la que una persona “se produce a sí misma”. El producto de la ciencia es en cambio un ser humano que sabe y puede, por eso el analfabetismo científico hace que el Tercer Mundo no sepa y rara vez pueda.
7) El próximo drama es verdaderamente paradójico. Así, la polilla que no podía interpretar la realidad en la que la ciencia la obligaba a vivir, simplemente se extinguía, pero el ser humano suele reaccionar al revés: se multiplica en la adversidad, reacciona ante la falta de seguridades sociales reproduciéndose. Un anciano terc e rmundista arriesga a caer en la mendicidad y la inanición, a menos que en su juventud haya engendrado diez hijos vivos: dos policías, tres sirvientas, dos albañiles, un vendedor de billetes de lotería, dos cuidacoches. Esa superpoblación del Te rcer Mundo necesita ocupar espacios y se ve obligada a talar las escasas selvas lluviosas que quedan, desecar ríos y lagos, intubar arroyos. Sus ciudades crecen a tanta velocidad, que sobrepasan la provisión de agua, obras sanitarias, electricidad, cuidados médicos.
8) De entre los dramas del analfabetismo científico que elegí para ilustrarlo, el último es que el Te rcer Mundo no puede ser democrático. La democracia surgió en cierto modo como un recurso para compensar la caída de un régimen autoritario y estratificado en niveles jerárquicos de la Grecia antigua. Cobraron importancia las ciudades y los habitantes, llamados de ahí en más “ciudadanos” enfrentaron el grave problema de tener que gobernarse entre iguales. Generaron entonces las “reglas del tener razón”: argumentar, refutar, convencer, disuadir, demostrar que, con el tiempo, fueron sentando las bases de la democracia, la filosofía y los pródromos de la ciencia. Hoy en cambio la democracia se identifica con el voto, siendo que este señala el fracaso de la democracia. Es que los asuntos humanos son tan enormes y complejos, que no se puede seguir argumentando y debatiendo hasta que ya no quede una sola objeción. Se tiene un tiempo finito para decidir y se recurre a votar.
P e ro, a diferencia de pelos y uñas que nos surgen independientemente de nuestra educación, la democracia no es un producto natural, sino que depende de un nivel educativo (dejemos de lado la dimensión ética) que el habitante (tomado en conjunto, claro) del Tercer Mundo no tiene ni de chiste. Así sea justo lo que solicita, no es capaz de argumentar a su favor. Sólo le queda bloquear carreteras, tomar instalaciones, apedrear edificios donde se decide a sus espaldas, hacer huelgas de hambre, desnudarse y encadenarse a postes de alumbrado. A decir verdad el asunto es aun peor, pues esta incapacidad de ser democráticos va asociada a dramas agregados. El primero es que el autoritarismo es cognitivamente muy pobre, pues trabaja con un solo cerebro: el del jefe. En cambio, en un régimen democrático pueden participar en paralelo todos los cere b ros de la población. El segundo drama a g regado emana de que el desempeñarse en una realidad que no se logra interpretar, fomenta la corrupción: tanto vale un procedimiento sensato y honesto como otro fraudulento y venal. Luego solemos atribuir a la corru pción, problemas que son –al menos en su comienzo- meras burradas.
La respuesta a esta pregunta no es tan fácil como podría parecer, y comienza a señalar además la verdadera tragedia humana de nuestros días. Así como sólo los ricos pueden adquirir un automóvil último modelo y el grueso de la población se sigue valiendo de viejas catraminas, sólo unos pocos países han accedido a la manera científica de interpretar la realidad, pero el grueso de su población se sigue manejando con modelos pre-científicos, sobre cuyas desventajas ya me he explayado. Aún en los países del Primer Mundo, que tienen ciencia, ésta sólo la interpreta y domina una reducida élite, como cuando decimos que la odontología norteamericana es de muy alta calidad, no damos por sentado que allá todo el mundo es dentista. Lo que sí entenderemos es que tienen una “cultura compatible con la odontología” y, en caso de problema dental, van a recurrir a ella. Análogamente, los países del Primer Mundo tienen una cultura compatible con la ciencia y, en caso de padecer un problema sanitario, energético, de transporte, escolar, bélico confían su solución a la ciencia y la tecnología que practican, fomentan y costean en sus grandes universidades y centros del saber. En los países del Tercer Mundo impera en cambio un analfabetismo científico inmerso en una cultura incompatible con la ciencia.
Puesto en otros términos, la ciencia moderna ha dividido a la humanidad en un 10-15%, el Primer Mundo, que tiene ciencia, investiga, crea, inventa, produce, vende, decide y determina quién deberá ser bombardeado y torturado para que aprenda a respetar los derechos humanos, y un 85-90% restante, el Tercer Mundo, donde la gente produce, se comunica, se transporta, se divierte, se cura y se mata con aparatos, redes telefónicas y computacionales, vehículos, deportes, medicamentos y armas inventados por el Primero, y por supuesto agoniza en el desempleo, deudas internas y externas, hambre, dependencia, humillaciones y desesperanzas que se abisman día a día.
Como mero recurso didáctico, podríamos dividir el analfabetismo científico en dos. El primario, es el analfabetismo de quienes por falta de oportunidad, lentitud evolutiva, educación precaria y mil circunstancias más, no ha logrado acceder a la manera científica de Bacon ha opinado que “el conocimiento es poder”, punto de vista al que podríamos agregar “… pero es obvio que este poder es tanto mayor cuando el Otro conoce menos o ignora”. ¿Hay alguna manera de lograr que el Otro sepa menos, ignore, podamos idiotizarlo? Por supuesto. Aun milenios antes del surgimiento de modelo científico de interpretar la re a l idad, los lacedemonios de Esparta obligaban a sus esclavos ilotas a degradarse, cometer bajezas, vestirse con ropas ridículas y perder así su autoestima hasta convencerse de que eran inferiores, incapaces de recurrir al atributo humano por excelencia: la capacidad de conocer.
Los africanos inventaron –por ponerlo de ese modo- al ser humano y el lenguaje, dado que para cuando el Homo sapiens emigró del África y ocupó Eurasia y Europa ya eran así, como nosotros, pero los europeos degradaron perversamente el continente africano(5), y los sabios europeos llegaron a falsificar la historia para atribuir a egipcios, babilonios y griegos los logros intelectuales de los negros africanos(6), a quienes además le hicieron algo peor que destruirles su aparato educativo: se lo remplazaron por una educación catequística, que no se basa en el entender sino en aceptar lo que al poderoso le convenga, aunque éste lo deshonre, rebaje, domine. Durante todos los regímenes colonialistas las metrópolis se aseguraron de que a las colonias se les permitiera tener a lo sumo el conocimiento para producir y extraer materias primas. Desarrollaron a lo sumo cierta clase media local apenas capacitada para administrar lasoperaciones y atender el funcionamiento precario de la sociedad. Alcanzada la independencia política de sus excolonias, el Primer Mundo estableció entidades supranacionales, que les dictaron a las colonias cómo debían organizar su vida pública, administrar su dinero, regular su aparato educativo.
El misticismo, la fe y las religiones son fenómenos demasiado complejos como para que yo me ponga a mutilarlos aquí con definiciones pero, dado que sólo deseo referirme al aspecto cognitivo, la manera de interpretar la realidad que tiene una religión determinada y al estatuto moral en que se enmarca, hay un punto concreto y mínimo del que me siento autorizado a partir. Y sería aún más frugal, pues para esta conferencia no me interesa tanto cómo describen el judío, el católico o el calvinista su propia versión de la realidad, sino cómo describo yo esos modelos. No creo estar haciendo un planteo estrafalario: si un santón me dice que al ponerse en trance puede dar un paseo alrededor del Universo, pero yo veo que no se mueve del lugar, acepto lo que yo constato, y esto me basta para el análisis que quiero hacer en este momento: evaluar el estatuto cognitivo y moral de las concepciones religiosas que predominan en el Tercer Mundo. su concepción religiosa. Y para dar un paso más hacia la simplificación expositiva, proseguiré como si la única religión que contara en Iberoamérica fuera la católica.
a) Evaluación del estatuto cognitivo. Para esta evaluación suelo basarme en dos criterios, bastante trillados por cierto. El primero es el grado de adecuación entre lo que afirma un modelo explicativo y lo que encontramos en la realidad-de-ahí-afuera, o sea: hasta qué punto cuaja lo que dice ese modelo con lo qué veo yo. Por ejemplo, en una situación médica la ciencia explica algo basada en sus suposiciones sobre la conducta de átomos y partículas subatómicas, espectros de energía, leyes de la electrónica, procesamiento de imágenes con los chirimbolos que fabrica, y sobre estas bases la ciencia pasa a afirmar que el paciente al que se le está practicando una tomografía del cerebro tiene un oligodendroglioma en el lóbulo temporal derecho. Luego el cirujano abre el cráneo y encuentra efectivamente dicho tumor en el lugar predicho. Esto me diría que por lo menos en este caso, el modelo científico ha sido eficaz. Practiquémosle ahora una prueba semejante con algo que afirma el modelo católico: según relata el Evangelio según Mateo (26, 26-28) durante la eucaristía la hostia se convierte en sangre de Cristo. ¿Podríamos poner a prueba este modelo que hace una afirmación tan rotunda sobre la realidad? ¿Nos permitiría la Iglesia tomar una pequeña muestra del cáliz al final de la misa para secuenciar la hemoglobina de Cristo, y secuenciar de paso su genoma? Doy por sentado que no… pues se escudará en una supuesta falta de respeto (el derecho de la sociedad a evaluar la veracidad de lo que se le obliga a creer es tildado de ofensivo, aunque esta actitud emponzoñe nuestra sociedad).
Un segundo criterio para juzgar la pertinencia de un modelo explicativo, es su capacidad de predecir. En un momento dado, los científicos de la NASA predijeron que si arrojaran un chirimbolo (que llamaron sonda Cassini-Huygens) en cierta dirección y con cierta fuerza, que llevara a su bordo equipos construidos de cierta manera para captar, procesar y transmitir a la Tierra las señales pertinentes, ocho años después, en un momento asaz preciso, estaría enviando imágenes de los anillos de Saturno. Cre y e ron en sus principios y cálculos, y pudieron mostrar las maravillosas imágenes de Saturno. Las profecías narradas en los Evangelios acerca del Fin del Mundo, la resurrección, la Apocalipsis, no parecen tener una precisión comparable.
b) Evaluación del estatuto moral. Si bien, como dije, en esta conferencia sólo requiere que nos enfoquemos en lo cognitivo, hagamos una fugaz digresión hacia lo ético. Si una persona estuviera ofendida con nosotros por la razón que fuera, y nos pusiera como condición para deponer su actitud que él nos enviará a su hijo para que lo torturemos, crucifiquemos y matemos (Juan: 4:9-10), las leyes vigentes no nos permitirían pactar semejante barbaridad. Tampoco aceptaríamos que se responsabilizara a nadie por los supuestos delitos cometidos por sus antecesores de hace muchísimas generaciones. ¿Qué decir entonces de instituciones religiosas que hoy, en pleno siglo XXI, obligan a un niñito a arrodillarse, declararse culpable de un pecado que supuestamente cometieron unos personajes hipotéticos en el Jardín del Edén. Enerva que hoy, en pleno siglo XXI se siga aceptando la explicación propuesta por Agustín de Hipona: cada niño que nace es culpable por el solo hecho de haber sido procreado por sus padres a través del coito. P e ro las inmoralidades siguen. Pisoteamos la dignidad de las personas declarándola siervo «Tú, Israel, siervo mío…” (Isaías 40:3) u oveja de un rebaño (Juan, 10, 11-18), por más que esperemos que cuando llegue a adulto sea un ciudadano digno. Más aún ¿de dónde sacan esas religiones el derecho de presionar de ese modo a un niño y obligarle a ¡amar! (Deuteronomio 6, 4-9) a un personaje mítico torturador, filicida y machista? Tal como enumeré hace un momento, el analfabeto científico tiene suficientes dramas con los que le plantea su falta de ciencia, pero las religiones le agregan una serie de dramas más, pues lo sumergen en lo que se llama “disonancia cognitiva”.
Por otra parte, ese dios supremo está representado e intermediado por una institución, la Iglesia, que ha organizado cruzadas para aniquilar militarmente a seres humanos que tuvieron el “tupé” de invocar la humildad de Cristo; me refiero a valdenses, albigenses, cátaros. Luego creó algo tan espantoso como la Inquisición con la que torturó y mandó a la hoguera a quien juzgó adecuado, sobre todo a las mujeres. Y aún hoy sigue discriminando a la mujer, al ciudadano, al niño y reclamando el derecho de aprovechar su estado de creyente para meterle en la cabeza una cantidad de conceptos como los que menciono en el párrafo anterior, en un momento en que el niño incorpora información sin tamizarla primero por un filtro racional. Creo que ni siquiera vale la pena evaluar aquí el modelo de sexo que esa religión tiene satanizado en su cabeza, con el que mutila apetitos humanos, y prohíbe que sus sacerdotes se casen, a sabiendas de que de ese modo los fuerza a desfogarse abusando sexualmente a niñitos que van a las escuelas regidas por esos mismos sacerdotes. Entiendo que la Iglesia Católica está de acuerdo con esas normas y con los abominables personajes que las engendraron, en tanto los sube a sus altares y los ofrecen a nuestra sociedad como modelos a imitar.
Sinceramente, no creo que una persona en sus cabales hoy pueda argumentar a favor de estos modelos, cuya vigencia depende entonces de una moral, una inteligencia y una educación demasiado menguadas. No sorprende entonces que las religiones institucionalizadas estén poderosamente interesadas en provocar un analfabetismo científico del cual ahora dependen para seguir reclamando y detentando ese poder(7).¿Es honesto que en reuniones como estas, consagradas a analizar y mejorar la cultura iberoamericana nos encojamos de hombros ante estos “detalles” de nuestra cultura? Opino que no.
La ciencia moderna es históricamente la primera manera de interpretar la realidad que no apela a espíritus, ni personajes sobrenaturales. ¿Por qué sí necesitaron deidades los modelos explicativos anteriores, es decir, los pre-científicos? Yo creo que la necesidad de dioses deriva de tres hechos fundamentales. El primero es que, habiendo hecho del conocer su principal atributo para sobrevivir, el Homo sapiens cobra un terror natural a lo desconocido, pues toma su ignorancia como una demostración incontestable de que por lo menos en esto que necesitaría conocer en este momento es vulnerable. No me refiero a la falta de conocimiento, sino al saber que no se sabe. El segundo es que estando la facultad de conocer enhebrada por una flecha temporal que nos permite hacer modelos mentales dinámicos de la realidad (en función del tiempo), la selección natural favoreció la sobrevivencia de aquellos seres humanos que tuvieran una flecha cada vez más larga, que abarcara futuros cada vez más remotos. El tercero es que llegó un momento en que a aquellos seres con flechas temporales cada vez más largas, éstas le alcanzaron para caer en la cuenta de que hay un futuro en que habrán de morir. Puesto de otra forma: el ser humano pasó a tener la certeza de que habría de morir, y que le esperaba un futuro del que no conocía absolutamente nada. Se trataba de la ignorancia más absoluta, y por lo tanto se sumió en la angustia más atroz. Surgieron entonces los modelos explicativos místicos, con que la tradición y los sacerdotes le aseguran que, si cumple religiosamente (valga la redundancia) ciertos ritos y ciertas conductas, si murió defendiendo la patria, o en un parto, los dioses cuidarán de él y logran mitigar así el terror a la muerte. No hay civilización sin religión y en toda religión la “explicación” del destino pos-mortem ocupa un lugar central. Atando cabos, sospechamos entonces que tenemos modelos interpretativos religiosos gracias a la muert e. La ciencia hoy llega a calmar muchísimos de los dolores y causas de muerte, y ha multiplicado por cuatro (hasta ahora) la duración de la vida humana, pero no por eso ha hecho desaparecer la angustia ante la perspectiva de morir. De hecho, esta perspectiva y sobre todo el riesgo de morir son las circunstancias que habitualmente hacen recaer al ser humano en el uso de concepciones religiosas. “There are no atheists in the foxholes” (No hay ateos en las trincheras) opinó el clérigo William Thomas Cummings.
Surgen entonces tres nuevos problemas: el primero, señalado por el biólogo australiano Frank Macfarlane Burnet (1898-1985), es que la ciencia está destruyendo vert i g inosamente todo fundamento racional a los modelos religiosos a los que el ser humano sigue recurriendo sin embargo para calmar sus angustias. El segundo es que esa ciencia moderna sólo se ocupa de lo que sabe y puede inquirir, y por ahora ni siquiera iguala la capacidad de las religiones en calmar las angustias ancestrales; o sea, las religiones siguen teniendo vigencia para una enorme mayoría humana que todavía cree en ellas. Pero el tercer problema es que las religiones han dado origen a instituciones religiosas imbricadas con el poder, sobre todo en el Tercer Mundo, que ante el avance de la ciencia no trepidan en aferrarse a ese poder -poder a secas-, así tengan que promover la ignorancia y embotar al feligrés en la aberración moral.
De manera que la ciencia debería ocuparse más tenazmente de las religiones y ayudar a sanearlas, es decir, digerir las partes que perjudican sin dar ventajas. ¿De qué manera podría ayudar al creyente? Me respondo: usando su conocimiento para iluminar la historia de las religiones, analizar la historicidad de los personajes claves, y limpiar sus instituciones, ritos y creencias. Ver cuándo y por qué se introdujo un precepto dado que hoy provoca aberraciones.
Una cosa es que los introdujeran y creyeran en ellos los seres humanos de la Edad de Bronce Tardía de hace tres miles de años, porque fueron los máximos logros intelectuales de que fueron capaces, pero otra muy distintas es que los mantengan vigentes instituciones que los eternizan y explotan hoy. En una palabra, esta ciencia que depuró las grandes patologías del cuerpo y acabó brindándonos una medicina moderna, debería ahora poner bajo su lupa el fenómeno religioso terc e rmundista en una suerte de protestantismo tardío. En cuanto a los beneficios que cabe esperar de este tipo de depuración, baste recordar que aquel protestantismo del norte europeo de hace cinco o seis siglos limpió las lacras más dañinas, y abonó el terreno hasta hacerlo compatible con el desarrollo de la futura ciencia moderna.
El Homo sapiens se ha transformado en la especie ciencia-dependiente. Requerimientos termodinámicos inherentes a las cadenas alimenticias, limitaban la densidad poblacional humana durante la Edad de Piedra a una persona por kilómetro cuadrado. Hoy en cambio la megápolis de New York contiene más habitantes de los que existieron en aquella Edad de Piedra en todo el planeta. La vida de cada uno de aquellos habitantes de la Edad de Piedra duraba unos 20-25 años. Hoy gran parte de la población es mayor que esa edad, gracias a vacunas, antibióticos, cirugía abdominal, cardíaca, anteojos, marcapasos, antihipertensivos, anticoagulantes, drogas que suprimen ataques epilépticos y previenen comas diabéticos, calefacción, ascensores, transporte de alimentos en camiones refrigerados, agua y fuerza eléctrica traídas desde centenares y miles de kilómetros. Si el mago aludido en páginas anteriores tocara con su varita nuestro planeta e hiciera desaparecer ahora todo lo surgido gracias a la ciencia y tecnología, moriría en menos de una semana más del 80% de la humanidad y buena parte de nuestros ganados y plantaciones que dependen de su atención.
La estrategia -formulada explícitamente o tácita- del Primer Mundo de reservarse el conocimiento y uso del modelo científico para sí, y mantener al 85-90% de la población mundial atada moral y cognitivamente a modelos místicos perimidos, ha llevado a que el Tercer Mundo se convierta en una bomba poblacional. Para escapar de sus infiernos los tercermundistas intentan internarse de a millones en el Primer Mundo, al que llegan flotando en balsas, atravesando vallas electrizadas, sofocándose en contenedores… y esos son los afortunados que llegan a cumplir su objetivo, porque muchos sucumben de a millares en el fondo del mar, pereciendo de sed y hambre en abrasadores desiertos, sufriendo dentelladas de perros bravos.
Muchas ciudades del Primer Mundo hoy tienen mayorías asiáticas y africanas que votan, a pesar de no estar lideradas por educadores, sino por sacerdotes que se manejan con los modelos y la moral que hemos detallado en párrafos anteriores.
Me he referido a la ciencia como la manera más eficaz de interpretar la realidad que la humanidad ha desarrollado hasta ahora. Como se recordará, al aludir al Primer Mundo no me basé únicamente en su ciencia, sino también en su cultura compatible con la ciencia.
¿Por qué no tenemos en el Tercer Mundo una cultura análoga? Hay muchas razones –al aludir al papel de los defensores de los modelos religiosos ya me extendí sobre las instituciones re l igiosas:
no quieren abdicar del poder que tienen, y los países, aun aquellos que se creen laicos, se los permite. Ahora el tiempo apenas me permite bosquejar otras cinco:
1) Debemos transformar de cuajo nuestra divulgación para que no siga presentando la ciencia como un museo de cera y a los científicos como buscadores de esperpentos que se solazan con cursilerías. Debe incorporar por ejemplo los temas de esta disertación: la estructura de la ciencia y de la investigación, las religiones vistas por la ciencia, la pauperización que acarrea el aferrarse a los modelos basados en lo sobrenatural, los erro res de quien cree que Suiza hace ciencia porque es rica, porque no les alcanza su capacidad mental para percatarse de que es al revés: es rica porque hace ciencia, etc. 2) Salvo honrosísimas excepciones, nuestros líderes intelectuales son pro fundamente analfabetos científicos. Baste ir a una librería y comprobar que sus mesas centrales están atestadas de profundos ensayos en los que, por ejemplo para referirse al Siglo XX, no olvidan presidente, huelga, golpe de estado, devaluación de la moneda, crisis económica, reyerta entre la ciudad y el campo, el clero y el estado, gremialismos, cuartelazos y matasietes de toda laya. Pero en un Siglo XX que ha visto desintegrar el átomo y secuenciar el genoma humano, desarrollar la cirugía abdominal, la cardíaca y la del sistema nervioso central, la aviación, la telefonía satelital, la televisión, la computación, esos sabios no a dvierten que su sociedad no fomentaba la ciencia y seguía aferrándose a modelos interpretativos perimidos a los que los obligaban las religiones. Como recalqué, la ciencia es invisible para el analfabeto científico.
3) Seguimos permitiendo que se mutilen el cere b ro y pisoteen los derechos de nuestras mujeres y niños, y sobre todo lo hagan través de la destrucción del aparato educativo y de la manipulación de la legislación. Es que la justicia alcanza –a veces- para llevar a juicio al policía y al militar que empuñaron un fusil y una picana eléctrica, pero habitualmente no alcanza para cuestionar también a los mentores intelectuales de tales crímenes: los sacerdotes, los capellanes castrenses. Prefiero no ser difuso en este punto: la obediencia debida. Así se llaman las leyes con que el asesino se disculpa bajo el pretexto de que cumplía órdenes. Esto engendra una transferencia ascendente de la responsabilidad, hasta dar en el tope de la jerarquía con un “agujero negro” que aniquile atrocidades: un jefe militar ya anciano que accede a rebajarse y fingir locura, o un coronel particularmente sanguinario al que sus camaradas señalan como verdadero culpable porque en el interin ha muerto y se cierra el caso. En la versión fundamentalista, el agujero negro supremo que todo lo atrapa y aniquila resulta formidable: Dios. El mandato divino es habitualmente invocado como excusa(8),(9),(10),(11). Para dar un ejemplo concreto: el obispo Victorio Bonamín ha declarado: “Cuando hay derramamiento de sangre hay redención, pues es Dios quien está redimiendo a la Nación mediante el Ejército Argentino”.(12),(13) 4) Debemos idear la manera de transformar la masa en ciudadanía democrática. 5) Si hoy un ministro de salud enloqueciera y aconsejara vacunar a nuestros niños con un clavo oxidado, esperaríamos que nuestros médicos pongan en juego su civismo aclarando que eso mataría a nuestros niños de tétanos.
Pero, valga la analogía, no podemos contar en cambio con que nuestros filósofos le aclaren a nuestros funcionarios que no hay dos epistemologías, una para entender y otra para aplicar, que algo se conoce o no se conoce, en cuyo caso es imprescindible desarrollar una ciencia, de la única, para que no sigan propalando sandeces sobre “ciencia básica” y “ciencia aplicada”;
sea necesariamente producir mercancías, sino forjar un ser humano que sepa y pueda. Nuestros sociólogos y economistas deben encontrar la manera de hacer entender a esos mismos funcionarios que no deben colocarle a la ciencia de su país un arnés administrativo que la trabe.
En resumen: debemos aprovechar encuentros como el que hoy convoca esta sociedad de cooperación iberoamericana, para planear y lanzarnos a una campaña urgente de alfabetización científica. Tenemos con qué, y acaso aún estemos a tiempo(14).
Muchas gracias.
(1) Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1990.
(2) Cereijido, M. “La Ciencia Como Calamidad”. Gedisa, Buenos Aires, 2009. En ese libro elaboro algunos de los puntos tocados en esta disertación, y aconsejo bibliografía pertinente.
(3) Cereijido, M. “Ciencia Sin Seso Locura Doble”. Siglo XXI, México, 1994.
(4) Cereijido, M. “Por Qué No Tenemos Ciencia”. Siglo XXI, México, 1997.
(5) Rodney, W. “How Europe Underdeveloped Africa”, Howard University Press, Washington, 1982.
(6) Bernal, M. “Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization”. Free Association Books, London, 1983.
(7) Cereijido, M. “La Ignorancia Debida”. Ediciones del Zorzal, Buenos Aires, 2003.
(8) Blanck – Cereijido, F y Yankelevich, P. El Otro, el Extranjero. Ediciones del Zorzal, Buenos Aire s , 2003.
(9) Herrmann, H. Doscientos años de tortura en nombre de Dios (título original Passion der Grausamkeit). Flor del Viento, Barcelona, 1996.
(10) Beck, A. El fin de los templarios. Un exterminio en nombre de la legalidad. Península, Barcelona, 1996.
(11) Bartov, O. and Mack, P. (editores) In God’s name. Berghahn Books, New York, 2001.
(12) Osiel, M.J. Obeying Orders: Atrocity, Military Discipline and the Law of Wa r. Transactions Pub, New Brunswick, 1999.
(13) Rodriguez-Molas, R. Historia de la tortura y del orden represivo en la Argentina. EUDEBA, Buenos Aires, 1985.
(14) Cereijido, M. “La Ciencia Como Calamidad”. Gedisa, Buenos Aires, 2009. En ese libro elaboro algunos de los puntos tocados en esta disertación, y aconsejo bibliografía pertinente.