Enrique Escobar Fernandoy
Egipto, tal vez la cuna de la civilización, pasa por uno de los momentos de mayor riesgo y a la vez de mayor esperanza de su compleja y ardua historia. Fue invadida desde antes de la era cristiana por las naciones más diversas: Persia, Grecia, Roma, Turquía, Mongolia, Francia durante el imperio napoleónico y por último Inglaterra, de la cual se independiza definitivamente en 1936. Después de ello, sin introducir sus tropas Estados Unidos ha ejercido sino en lo formal, en la práctica un evidente dominio. Se podría decir que sólo bajo el mando de Gamal Abdel Nasser, el líder nacionalista, bajo cuyo mando el país tuvo pleno dominio del estratégico Canal de Suez y se construyó la colosal represa deAsuan, fue realmente una nación soberana. Después de su muerte prematura en 1970 el país ha estado en el fondo dirigido por el ejército, primero por Saddat y después por Mubarak, derrocado y prisionero desde hace poco más de dos años , hoy próximo a salir en libertad.. Desde la muerte de Nasser ha sido Estados Unidos quien ha impuesto las reglas, transformando a la nación en una colaboradora de Israel.
La falta de libertades y la sobre explotación de los trabajadores fue creando las condiciones para que comenzara a gestarse un germen de rebelión en el pueblo, el cual hizo su estallido en la Primavera árabe reciente que dio por resultado el fin del régimen tiránico, con elecciones de opereta, de Mubarak. Por desgracia la dispersión de los partidos progresistas y laicos hizo posible que Mursi, el candidato de la Hermandad Musulmana fuera electo, después de haber obtenido en primera vuelta la primera mayoría con menos del 25% de los votos. El partido de los hermanos musulmanes es una entidad política no sólo de extrema derecha, sino que además confesional al grado máximo. Mursi hizo todo lo posible para disgustar a las masas, obstaculizó por todos los medios la organización y actividad sindical, reprimió a los partidos de izquierda, privatizó gran parte de las empresas del estado, reprimió a las organizaciones religiosas cristianas (cristianos coptos) congeló los sueldos de la mayoría de los trabajadores y pretendió crear un estado clerical. Para colmo desarrolló en el plano internacional una política de apoyo total a los mercenarios que han sembrado el caos y el terror en Siria. En el derrocamiento de Mursi no fue el ejército quien representó el primer papel sino la movilización popular que reunió a millones de ciudadanos protestando a lo ancho y a lo largo del territorio, por cada fanático religioso que apoyaba a Mursi había veinte que exigían su renuncia. Los partidarios de Mursi que salieron a las calles a exigir su retorno al poder no han sido precisamente civiles desarmados, fueron ellos quienes iniciaron los baleos, fueron ellos quienes han quemado decenas de iglesias cristianas. Desafortunadamente la respuesta militar puede haber sido excesiva. Habría que preguntarle al egipcio medio que opina al respecto, pero resulta sospechoso que las agencias noticiosas, en manos imperiales, presenten en las imágenes al ejército como a una institución despiadada que dispara contra su propio pueblo. Sin embargo aunque así fuera no me parece apropiado que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, aparezca según los noticieros pidiendo el retorno al poder de un fascista y musulmán retrógrado como Mohamed Mursi, sería bueno preguntarle al propio partido comunista egipcio su opinión sobre los Hermanos Musulmanes. Más prudentes parecen las declaraciones del gobierno cubano que se limita a rechazar cualquier tipo de intervención extranjera en Egipto.