Mauro Zúñiga Araùz

 

El 8 de agosto de 1972 el presidente de los EEUU, Richard Nixon, fue obligado a dimitir al confirmarse que se habían grabado las conversaciones de sus adversarios políticos en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata en el Complejo Watergate de la ciudad de Washington, DC. Fue un escándalo de repercusiones mundiales que todavía resuena. Inmiscuirse en la privacidad de los ciudadanos es un grave atentado a la libertad, como lo afirmaba también el candidato a la presidencia, Barack Obama. El respeto a la privacidad fue una de las banderas en la campaña proselitista de Obama; pero ahora, como presidente, ante la abrumadora evidencia de la existencia de un sistema de espionaje a nivel planetario controlado por el gobierno norteamericano, no le quedó otra alternativa que aceptarlo. Eso era conocido y denunciado por algunos periodistas, pero como es habitual, si la noticia no estremece a los estadounidenses, el gobierno la esconde y no la hace pública por el férreo control que tiene sobre los medios de comunicación más influyentes, tanto dentro como fuera de los EEUU.

Los aparatos de seguridad norteamericanos conocen hasta la forma de masticar de los ciudadanos del mundo. Hacia esas actividades se deriva un presupuesto billonario que se mantiene en secreto. Ayer la excusa era la expansión del comunismo; hoy es el terrorismo. Pero no entiendo a qué terrorismo se refieren, porque la casa matriz del terrorismo internacional está justamente en la Casa Blanca. Los autoatentados del 11 S fueron la máxima expresión de esa actividad que le dio grandes dividendos a los grupos económicos de poder de ese país. Osama Ben Laden murió tres meses después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, por una insuficiencia renal crónica, pero lo mató un comando del SEAL estadounidense el 2 de mayo de 2011. No enseñaron su foto y lo arrojaron al mar. Recientemente un tribunal de justicia de los EEUU prohibió que se enseñen sus fotos. No se puede enseñar algo que no existe. Lo cierto es que esa muerte le dio crédito a Obama y fue uno de los factores que influyó en su reelección.

Al justificar lo que hoy es público, es decir, los espionajes que realiza la compañía Verizon y Prisma, Obama señala que “hay que hacer concesiones y esas pequeñas concepciones nos ayudan a prevenir ataques terroristas” (la cursiva es mía). Obama acaba de establecer una escala en la libertad, que podríamos bautizar como la “Escala Obama”. Te quito un poquito de libertad o te quito mucha libertad, porque te quiero proteger. ¿Qué significa eso? Que los intereses de los Amos del Mundo se imponen a expensas de la libertad de la población. Es la primera vez en la historia que el presidente de la nación más poderosa del mundo confiesa que hay algo superior al valor de los hombres y las mujeres. Los intereses de los integrantes del Club Bilderberg, de la Trilateral y del Concejo de Relaciones Exteriores de los EEUU, que forman la cúspide del poder mundial, privan sobre la humanidad. No hay acto terrorista de magnitud que no esté planificado por esa cúspide. Lo importante en las confesiones de Obama es que dejan al desnudo esa realidad, porque no es lo mismo que lo digan expertos a que lo haga el propio presidente.

La lectura que le doy a las declaraciones de Obama, que es uno de los rostros visibles o más bien uno de los instrumentos de los Amos del Mundo, no es sólo la doble moral con que se manejan, sino que la población mundial los está arrinconando y obligándolos a delatar sus nefastos planes de dominación. Lo que está ocurriendo con este espionaje contemporáneo ha dejado a Richard Nixon y su Watergate como niños de pecho y está llevando a la luz las conspiraciones que se deciden en las sombras.