Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
Ha iniciado guerras ilegales e injustas con pérdidas humanas catastróficas; ha contribuido a derrocar gobiernos elegidos democráticamente; suministra armamento y asistencia a algunas de las dictaduras más brutales de la faz de la tierra; y posee todo un historial de apoyo a organizaciones terroristas. Incluso muchos de sus ardientes defensores admiten que la élite que controla la política exterior de Estados Unidos tiene una historia bastante accidentada.
Actualmente, un gran héroe estadounidense se sienta en el banquillo, condenado por arrojar un relativamente pequeño rayo de luz que iluminó los rincones más oscuros de esta élite. Hace más de tres años, el soldado estadounidense Bradley Manning –que entonces tenía apenas 22 años- filtró 250.000 comunicaciones diplomáticas y medio millón de informes militares a Wikileaks. Nunca se había producido una fuga como ésta de material reservado en la historia de Estados Unidos.
Su castigo ya ha sido muy severo. Según el comisionado especial de la ONU sobre la tortura, Juan Méndez, Manningg ha sufrido un trato cruel, inhumano y degradante. Durante meses se le privó de cualquier contacto humano. Le despojaron de toda la ropa y se le privó de la menor intimidad, siendo obligado a dormir a plena luz. En 2011, P.J. Crowley fue obligado a dimitir como portavoz oficial del departamento de Estado tras calificar el trato a Manning de “ridículo, contraproducente, y estúpido”.
Ahora Manning va a ser juzgado por un tribunal militar acusado de delitos de la máxima gravedad, aunque la acusación ha prometido no solicitar la pena de muerte, por lo que se enfrentará a 20 años en prisión. Como afirmaron dos de los defensores de la Primera Enmienda sobre libertad de expresión, Floyd Abrams y Yochai Benkler: “Si sale adelante, el proceso establecerá un precedente escalofriante: las filtraciones relacionadas con la seguridad nacional pueden suponer para sus autores la pena capital o la prisión perpetua”. En parte, Manning está siendo juzgado en virtud de la Ley de Espionaje, un cuerpo legal que se remonta a la Primera Guerra Mundial. Se enfrenta a un total de 22 cargos, de los cuales se ha considerado culpable de 10, incluyendo la comunicación deliberada a personal no autorizado. Pero la acusación más alarmante es la de “ayudar al enemigo”; en otras palabras, que ha colaborado intencionadamente con Al-Qaeda.
No cabe duda de que en Estados Unidos hay poderosos intereses a favor de condenarle a un castigo ejemplar. Uno de los videos liberados mostraba a un helicóptero Apache durante un ataque en el que resultaron muertos civiles israelíes y un periodista de Reuters. “Para mí, el aspecto más alarmante del video era el aparente regocijo que producía el baño de sangre”, afirmó Manning, horrorizado por la falta de consideración “a la vida humana” que mostraban los pilotos cuando describían a los “hijos de puta muertos”. Ahí estaba la “realidad sobre el terreno” de las guerras en Iraq y Afganistán”, señaló.
Lo cierto es que Manning ha prestado un gran servicio tanto al pueblo estadounidense como al mundo en general. La política exterior norteamericana está basada en el secretismo, justificado no solo por el temor a los enemigos del Estado, sino también porque la realidad probablemente horrorizaría al pueblo norteamericano.
En la década de los setenta, mis padres fueron una de esas familias de South Yorkshire que acogieron a refugiados chilenos que huían de la dictadura del general Pinochet. Una era una mujer que iba con sus dos hijos; había sido violada y su marido asesinado. Acabó con su vida arrojándose desde un edificio de apartamentos de Sheffield. La sangrienta junta militar de Pinochet había tomado el poder apoyada por planes secretos de la CIA. Henry Kissinger afirmó antes de que el presidente socialista elegido democráticamente, Salvador Allende, fuera derrocado: “No veo por qué tenemos que mantenernos inactivos mientras observamos cómo un país se hace comunista por la irresponsabilidad de su gente”. Durante la administración Reagan, el terrorismo de extrema derecha patrocinado por la CIA continuó con su campaña desaforada de violencia por toda Centroamérica y una conspiración internacional mantuvo esa realidad terrorífica alejada de la conciencia del pueblo norteamericano.
Algunos dirán que esto sucedió hace mucho tiempo; después de todo, era la época de la Guerra Fría y no regían las normas habituales. Aunque eso les sirva de poco a quienes todavía están de duelo por sus desaparecidos; y aunque existan pruebas sustanciales de la participación norteamericana en el más reciente golpe de Estado contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en 2002. Pero lo cierto es existe una sorprendente continuidad en la política exterior norteamericana desde 1898, cuando la Liga Antiimperialista Norteamericana -dominada por una vieja guardia horrorizada ante un giro hacia el colonialismo al estilo europeo- se opuso a la sangrienta invasión de Filipinas.
La política exterior norteamericana se caracteriza por una cierta cualidad orwelliana : “siempre hemos estado en guerra con el fundamentalismo islámico”, por ejemplo. Y, sin embargo, en la década de los ochenta los servicios secretos pakistaníes distribuyeron armas estadounidenses a los muyahidines afganos; pero claro, ya se sabe, eran luchadores por la libertad. Así que acabamos en una guerra interminable en Afganistán, combatiendo en nombre de un gobierno corrupto y no-democrático, contra elementos fundamentalistas islámicos. A cientos de kilómetros de allí, EE.UU está apoyando ahora activamente a los yihadistas sirios, a través de su aliado fundamentalista islámico, Arabia Saudí. Cientos de luchadores islamistas fueron reclutados gracias a la calamidad de la guerra de Iraq.
No hay nada patriótico en las acciones prácticamente desconocidas de la élite que controla la política exterior estadounidense. Docenas de jóvenes son enviados a morir o son mutilados y quienes piden que vuelvan a casa son tachados de antipatriotas. Los civiles estadounidenses se colocan en riesgo de sufrir una “revancha” (blowback) , término de la CIA para designar las consecuencias no deseadas de las intervenciones en el extranjero. Que pueden incluso llegar a resultar desastrosas en sus propios términos. En la década de los cincuenta, EE.UU. ayudo a derrocar al primer ministro democráticamente electo, Mohamed Mosaddegh, creando con ello los sentimientos antiamericanos que dieron paso a la Revolución Iraní.
Por eso decimos que Manning nos ha prestado un gran servicio. Nos ha espoleado para que escudriñemos las realidades ocultas del poder norteamericano y consideremos las consecuencias directas de unas decisiones envueltas en el secretismo. Sus acciones deberían servir para fomentar la construcción de un mundo más abierto y equilibrado, en el que las grandes potencias no puedan hacer un mal uso de su fuerza. Sería una inversión a largo plazo: Estados Unidos ha iniciado su prolongada decadencia y la China autocrática podría ocupar su lugar, posiblemente utilizando más injustamente su poder. Por tanto, es preferible empezar a desafiar este orden mundial ahora mismo.
Yo creo que la creación de un mundo así no es una fantasía ingenua. Puede construirse y debe hacerse. Y, sea cual sea el resultado del juicio, Bradley Manning, serás recordado por tu especial contribución a dicha construcción.