
Teniendo en cuenta que cada vez son más los esfuerzos en el ámbito de la ciberdefensa y los países cada vez dedican más programas y presupuesto a la protección de infraestructuras críticas y a este tipo de armamento, la maniobra política se ve bastante clara y no dista mucho de cualquier movimiento empresarial que busca competir por un presupuesto que está en proceso de merma y ajuste.
De todas formas, dejando a un lado este caso, en los últimos dos años y medio con el caso de Stuxnet y la famosa central nuclear de Irán, las campañas de Anonymous y LulzSec o algunos casos de espionaje a empresas, hemos tomado conciencia de la importancia que tiene la red como base de muchos de los servicios que consideramos básicos y cómo un ataque bien dirigido podría llevar al traste el suministro eléctrico de una ciudad, causar estragos en la banca o parar por completo la actividad de una empresa.
Un buen número de sistemas de información están conectados a la red y, por tanto, son susceptibles de ser atacados; de hecho, aunque no se quiera confirmar oficialmente, países como Estados Unidos han integrado «acciones en la red» como parte de sus planes de batalla, combinando fuerzas convencionales con el apoyo de ataques en la red, se dice que Rusia ha efectuado ataques con la intención de presionar a países vecinos y los equipos de Huawei y ZTE han están sometidos al escrutinio de Estados Unidos porque no los consideran fiables para cursar sus comunicaciones.
En una sociedad que depende fuertemente de la tecnología para acceder a servicios básicos, el software y los sistemas en general se han convertido, a la vez, en riesgo, sistemas de defensa y arma, algo que hemos podido ver en casos como los de Stuxnet o Flame que, específicamente, fueron concebidos con estos fines.
Una inquietante suma de realidades en la que se está invirtiendo mucho dinero y que, como no, también se ha convertido en una oportunidad de negocio para las empresas vinculadas al ámbito de la defensa.
