Gara
Según se aproxima la retirada de la OTAN y las acciones de la insurgencia afgana se multiplican, difícilmente se puede ocultar la verdadera naturaleza de la ocupación. Los clientes y colaboradores afganos ya no pueden hacer caso omiso de los crímenes de guerra contra niños y mujeres inocentes y otros no combatientes. De hecho, en una panorámica más global, Afganistán se ha convertido es un teatro de operaciones militares donde las medidas tradicionales de victoria o derrota carecen de poca o ninguna relevancia. Una guerra sin un comienzo ni un final fácilmente identificables, sin declaraciones victoriosas que tengan sentido político o militar, sin desfiles ni flores para celebrarlas, con una línea gris y borrosa para demarcar la paz y un futuro terrible de incertidumbre infinita y de conflicto prolongado que seguirán pagando con sus vidas las próximas generaciones de aquel país asiático.
A falta de una manera concreta para calcular la victoria en esa guerra de ocupación, sin ser capaz de determinar significativamente los resultados tangibles, el futuro no deparará la imagen de un enemigo que se rinde. Ni siquiera la exasperante retórica vacía podrá maquillar las expectativas estratégicas fallidas de los ocupantes, manifiestamente obsoletas e inútiles. Solo parece segura la persistencia de un sufrimiento masivo de una población que vive ya décadas de guerra.
