LibreRed
24 de marzo de 2013.-  Las milicias de la coalición insurgente Séléka han tomado la capital de República Centroafricana, Bangui, y su presidente, François Bozizé, ha huido del país cruzando el río Ubangui hacia territorio de República Democrática del Congo, han informado fuentes gubernamentales.
Por su parte, los rebeldes anunciaron la toma del Palacio Presidencial y de la sede de la radio nacional: “Tenemos el Palacio del Renacimiento y estamos asegurando la zona”, indicó por teléfono el jefe del Estado Mayor de la Séléka, Arda Hakouma.

Los combates se reiniciaron a primera hora de la mañana de este domingo en la capital centroafricana, tomada casi en su totalidad por los milicianos de la Séléka y donde durante la mañana se han escuchado tiros de forma esporádica. Asimismo, los rebeldes se han hecho con el control de la Asamblea Nacional y de la Gendarmería.

Francia, antigua potencia colonizadora, ha enviado tropas al país para tratar de sofocar la revuelta y pidió este sábado por la noche una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU ante los acontecimientos en la RC, informaron fuentes de la presidencia francesa.

El presidente François Hollande ha pedido al Ministerio de Defensa que tome todas las medidas necesarias para proteger las sedes de empresas galas en suelo centroafricano.

Bozizé llegó al poder en 2003 a través de un golpe de Estado. El país, rico en minerales pero cuya población se encuentra en la miseria, ha estado plagado de revueltas militares y otros levantamientos desde su independencia de Francia en 1960.

La escalada militar en la República Centroafricana estalló el pasado mes de diciembre cuando las fuerzas de Séléka -que en idioma sango significa “coalición”- se hicieron con las principales ciudades del sur y el este del país.

Séléka exigía la dimisión de Bozizé por considerarlo ilegítimo y por no haber respetado los acuerdos de paz firmados en 2007, que contemplaban la liberación de presos políticos.

Una historia de saqueo colonialista

La historia de la República Centroafricana discurre por la misma senda que la de la mayoría de los países del África Subsahariana desde que los primeros europeos pusieron sus pies allí. Una historia de esclavitud, de colonialismo, endeudamiento forzado, expoliación de recursos y sumisión.

A finales del siglo XIX los países europeos se repartieron los territorios del África Subsahariana en busca de materias primas para financiar el crecimiento económico que hoy permite nuestro bienestar. La República Centroafricana fue ocupada por Francia, que durante casi un siglo estuvo extrayendo caucho, marfil, diamantes y explotando enormes plantaciones de café y algodón. En todo ese periodo los pueblos centroafricanos fueron obligados a realizar trabajos forzados en las minas y en las plantaciones, mientras que cualquier intento de revuelta era aplastado con una fuerte represión que generalmente acaba en matanzas.

En 1960 el país obtuvo la independencia pero poco cambió para la población. Francia, al igual que el resto de países colonizadores se negaban a perder el control sobre los recursos naturales y comenzaron a financiar golpes de estado para llevar al poder a dictadores fieles a los intereses franceses. Cada vez que un gobernante dejaba de atender las demandas francesas para mirar más por su pueblo, automáticamente sufría un accidente o surgía un golpe de estado que lo hacía desaparecer del mapa. Todavía hoy la presencia militar francesa está patente cuando uno pasea por las calles de la capital Bangui.

Fue también la época del endeudamiento africano. En un periodo de excesiva liquidez de los bancos europeos y americanos, como consecuencia de los petrodólares que llegaban de los países árabes, estos vieron en los países recién independizados una gran oportunidad de inversión y comenzaron a conceder préstamos indiscriminadamente con la excusa de promover su desarrollo. Pero en la mayoría de los casos el dinero se prestó deliberadamente a estos dictadores, quienes lejos de promover el desarrollo de sus pueblos, lo utilizaron para comprar ejércitos y aplastar cualquier tipo de insurgencia y también para su enriquecimiento personal, siempre con el conocimiento y consentimiento de sus acreedores.

Hoy, la deuda externa africana, a pesar de ser ilegítima por no haber sido adquirida por gobiernos democráticos y no haberse utilizado en beneficio de la población, es uno de los principales mecanismos de dominación del Norte sobre África y una de las principales losas que impiden su desarrollo. Los pueblos africanos siguen pagando cada año los intereses de esta deuda con sus recursos naturales, su trabajo y sus vidas. Un servicio a la deuda que en muchos países es superior a la inversión en sanidad o educación y que es cinco veces superior a la ayuda oficial al desarrollo que reciben de la comunidad internacional.

En las últimas décadas la explotación colonial de los estados ha dado paso a la explotación comercial de las multinacionales que, bajo la bandera del libre comercio, han ido extendiendo poco a poco sus tentáculos sobre estos países, y continúan extrayendo recursos naturales y energéticos para el Norte.

Estas empresas, respaldadas por los gobiernos del Norte, no sólo se apropian de los recursos africanos, sino que explotan su mano de obra y también utilizan estos países como vertederos de los residuos industriales que se generan en el Norte, violando en muchas ocasiones los derechos humanos, laborales y ambientales de sus pueblos, y generando una deuda ecológica con los ellos mucho mayor que su propia deuda externa.

El poder de estas transnacionales es tal, que en muchos casos su capital es mayor que el de los países en los que operan, por lo que difícilmente pueden oponerse a sus intereses. Actualmente, las minas de oro, diamantes, uranio y cobalto de la República Centroafricana están controladas por empresas francesas y estadounidenses.

Un caso paradigmático es el de las minas de uranio en Bakouma. Estas minas están explotadas por la empresa sudafricana Uramin que es una filial de la empresa francesa Areva y que tiene la concesión de la explotación de las minas por medio de un acuerdo en el que, sin ningún rubor, la empresa se queda con el 90 por ciento de los beneficios de la explotación, al tiempo que provocará graves daños ambientales en la selva por tratarse de una mina a cielo abierto.