Basem Tajeldine
¿Por qué se nos ha dificultado construir un nuevo Estado revolucionario que nos permita planificar la economía socialista y acabar con los planes desestabilizadores de la canalla?
Es harto conocido que nuestra revolución no se concretó por las armas. Se alcanzó siguiendo las reglas electorales que nos impuso la “democracia” burguesa, y con sus mismas armas legales el gobierno revolucionario se propone transformar la sociedad. Esta situación, sumado al delicado contexto internacional por la inexistencia de una potencia aliada -semejante a la extinta URSS- que contenga las pretensiones intervencionistas del imperialismo, nos obliga a soportar el libertinaje de la burguesía disfrazado de “juego democrático”; el látigo de la contrarrevolución y adoptar medidas, o posturas políticas y alianzas que en muchas ocasiones no son las que parecen ser las más apropiadas.
Para nadie es un secreto que la revolución atraviesa por tempestades. El imperialismo norteamericano y el sionismo apuestan a que la Revolución Bolivariana tendrá su fin este mismo año. Como burlándose de los idiotas desprevenidos, con su revista Newsweek nos revelan la “magia negra” que augura lo acertado de sus premoniciones. Para ganar la apuesta no se cruzan de brazos esperando que las posiciones de los planetas y las estrellas del juego esotérico hagan cumplir su deseo. El imperialismo norteamericano y el sionismo internacional no leen las cartas astrales, actúan en la realidad. Para ello manipulan varios frentes en lo que han definido como “la batalla final”. Utiliza a las fuerzas más reaccionarias de Colombia para provocar una confrontación entre ambos países; de forma más directa, el imperialismo ha violando reiteradamente el espacio aéreo venezolano estudiando la capacidad de respuesta del Estado. También manipula los varios frentes internos a través de su 5ta columna que hacen vida dentro de la revolución con funcionarios saboteadores y corruptos; a través de los medios de comunicación privados y de sus laboratorios mediáticos han diseñado una fuerte campaña de desprestigio, desinformación y de terror que ha calado en buena parte de la sociedad. Los enemigos preparan el terreno para lo peor: sus fuerzas armadas distribuidas en las bases militares que controlan en Colombia, Aruba y Curazao; la 4ta Flota reactivada y los continuos entrenamientos de fuerzas paramilitares mercenarias nos demuestran que el imperialismo no juega a las cartas astrales. El premio Nobel de la guerra ha venido cumpliendo con lo que le había sido encomendado, pero no se va de bruces como su predecesor alcohólico. Va quemando etapas. Lo primero es la desestabilización interna de la revolución. Para ello se valen de nuestros errores y de sus agentes internos.
La parásita burguesía venezolana siempre ha aprovechado la devaluación de la moneda nacional frente al dólar para especular y robar al pueblo, sin dejar también de pescar provechos políticos en aguas revueltas. Hoy la canalla se revolotea como gusano en carne descompuesta, feliz, como tratando de obtener el mayor provecho de algo que pronto desaparecerá junto con el.
Algunos de los economistas que acompañan la revolución han coincidido en que las políticas económicas adoptadas por el Gobierno Bolivariano “son justas y necesarias porque le procuran al Estado rentista mayores flujos de caja que muy bien serán destinados a los proyectos sociales y productivos que vienen marchando en el país”. Además, otro aspecto positivo resaltado por ellos es que, también, “estas medidas permitirán crear mayores incentivos a los inversionistas extranjeros y a las exportaciones venezolanas”. Pero sabemos que el mayor inversionista y exportador ha sido históricamente el Estado venezolano, y hoy se reafirma como tal debido a que la crisis financiera internacional ha golpeado a las grandes transnacionales. Lo cierto es que estas medidas económicas han dado oportunidad al ladrón especulador (productor y comerciante privado) y a su canalla política para hacer lo que ha estado acostumbrado desde siempre. Valiéndose de la debilidad, o de la inexistencia del Estado en algunos casos, han engordado sus bolsillos y hecho de las suyas de manera impune.
Venezuela es un país sui géneris. Venezuela, al igual que todos los países condenados desde la colonia a la monoproducción, lleva en sus hombros un gran peso que arrastra como una cruz. Su burguesía parásita y rentista es la heredera de la colonia; su maldición. El Estado burgués, que aún sobrevive a 10 años de la Revolución Bolivariana, fue montado por esa misma burguesía para los fines de desviar las riquezas del país a sus arcas privadas, y mas tarde desmontado por ella misma (burguesía degenerada en parásita) para eludir su aspectos regulatorios que limitaban el robo descarado y la entrega del país a los capitales foráneos.
«Venezuela es el país de las maravillas para los comerciantes» escuchamos decir a los comerciantes de todas las nacionalidades. «Aquí llegamos pobres y al cabo de unos años salimos ricos (…) lo que sucede aquí es que al venezolano no le gusta trabajar (…)”. La mayoría de los extranjeros –no todos- han venido al país con el único propósito de hacerse de riquezas y regresar a sus respectivas patrias. En Venezuela, “en el país de las maravillas”, ellos encuentran lo que en sus respectivos países se les dificulta: “robar con libertad y sin límites”. El Estado italiano, por ejemplo, es estricto y fuerte cuando se trata de regular y pechar con fuertes impuestos a los productores y comerciantes. De por sí, el sistema capitalista disfraza el robo del capitalista al trabajador, cuyo único recurso es vender su fuerza de trabajo (física e intelectual) al mejor postor, bajo la falsa de un acuerdo. La plusvalía es la usurpación del producto de la fuerza del trabajo por el burgués capitalista (productor o comerciante) al obrero trabajador y a toda la sociedad. La ley del valor, o ley del mercado, es la que determina en una sociedad capitalista los precios de los productos vendidos al pueblo. Por lo tanto, los precios de los productos expuestos en las vitrinas de los comercios no se ajustan a valores reales sino especulativos, transado por el mercado. De las entrañas de ese perverso sistema surge la tenebrosa “mano invisible del mercado”, la misma que según los economistas del sistema “tiende a equilibrar los precios en el mercado» desarrollando “la justa competencia y generando la riqueza de la sociedad” que auguraba Adam Smith. Los pueblos del mundo y los venezolanos en particular conocemos muy bien la trampa que escondían Smith, Ricardo y los neoliberales de hoy enrolados con Milton Friedman, Karl Popper, Ludwig von Misses, Walter Lippman, Polanyi, etc., sus secuaces contemporáneos. La infame fraseología “libre mercado es la ley de la selva” que advertía un desconocido y tergiversado premio Nobel llamado John Nash, es la libertad para robar y oprimir aun más a los pueblos.
El Estado que heredó la Revolución Bolivariana es de característica neoliberal porque le fueron suprimidas sus facultades regulatorias y de control por la vieja clase política (adeco-copeyana) y sus reciclados que hoy intentan desesperadamente conquistar el poder perdido.
La mayoría de los estados europeos y el norteamericano castigan fuertemente al ladrón especulador que no paga sus impuestos y, además, roba al pueblo. Los precios de los productos en la mayoría de los países del mal llamado “primer mundo” son regulados y convenidos por el Estado. Obviamente, nos referimos a Estados capitalistas que aplican medidas de seguridad y resguardo social tomadas, o aprendidas en muchas ocasiones, de las experiencias propiamente socialistas.
Decía Carlos Marx que “socialismo es transición”. El Estado socialista se caracteriza por la fortaleza de su aparataje estatal utilizado, de manera apropiada, para la planificación de la economía socialista y el resguardo de la sociedad en una etapa difícil, de confrontaciones y lucha de clases; de transición hacia una sociedad más justa y sin clases sociales, donde las fuerzas reaccionarias de la sociedad caduca intentan retomar, por todos los medios, el poder perdido, que está en manos del pueblo y de su dirigencia revolucionaria.
“Si la canalla nos aplaude es porque algo hemos hecho mal”. Hoy la canalla burguesía se encuentra extasiada por el morbo que le produce las medidas económicas adoptadas por el Gobierno Revolucionario. La canalla en torno a Fedcámaras (la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción Venezolana) ha felicitado las medidas económicas anunciadas por el gobierno, pero ha expresado que “no son suficientes”. Quiere más. Su felicidad es doble porque además de los beneficios económicos que les procuran esas medidas, los efectos políticos se hacen sentir en el descontento popular producto de la especulación y la inflación irracional provocada por ellos mismos.
Otro buen camarada, economista y comunista, molesto por el sadismo de la canalla, expresó que debieron de haberse tomados otras medidas antes de decidirse por la devaluación de nuestra moneda frente a un dólar todavía más devaluado. Nos manifestaba que el endeudamiento con garantía en nuestras inmensas reservas petroleras; un dólar petrolero (4.30 Bs.) sólo para algunos rubros o empresas importadoras privadas de artículos de lujo o no fundamentales; mayores impuestos al alcohol y el tabaco; el impuesto al lujo; aumento de los precios de la gasolina, especialmente dirigido para aquellos segmentos de la sociedad que dispongan de vehículos de lujo, etc., hubiesen podido apalancar las necesidades de flujo de caja que reclama el Estado venezolano sin necesidad de tener que recurrir a una devaluación generalizada de la moneda venezolana en un año en que se debate por un importante proceso electoral de diputados a la Asamblea Nacional. Pero como dice un dicho popular ¡Lo hecho, hecho está!
Tampoco es menos cierto lo expresado también por Manuel Valladares, militante revolucionario, cuando nos dijo, refiriéndose a la decisión presidencial: “muy pocas veces el Comandante se ha equivocado a la hora de tomar decisiones trascendentales como las nuevas medidas económicas adoptadas el viernes 8 de enero de 2010”. Según el camarada Manuel “el Comandante Chávez debió de haber evaluado muy bien todos los escenarios adversos y decidirse por lo más conveniente para el país. ¡Chávez no da puntadas sin dedal!”
¿Qué podemos hacer para enfrentar las pretensiones desestabilizadoras de la reacción?
¿Por qué en 10 años de revolución aún persiste un Estado muy débil? Repetimos, si existe algo que caracteriza al Socialismo, o un Estado socialista, además de las nuevas relaciones de propiedad, producción y distribución, es la planificación de su economía y la disposición de un fuerte aparato estatal interventor, regulador y rector de políticas económicas. Si comenzamos por reconocer nuestros errores conceptuales y prácticos, entonces, la pregunta queda respondida. El Estado socialista es por necesidad un aparato fuerte.
Sobre el camarada Ministro del P.P. para el Comercio, Eduardo Samán, ha recaído el mayor peso de la responsabilidad para enfrentar al especulador. El día 11 de enero del corriente año, Samán manifestó en una entrevista realizada por Mario Silva en “La Hojilla” que apenas el Indepabis (Instituto para la Defensa de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios), ente controlado por su ministerio, cuenta con apenas 250 funcionarios a nivel nacional para enfrentar al pillaje de los especuladores. Esta situación nos obliga a tomar medidas contundentes y drásticas. El trabajo voluntario de buena parte de esa masa trabajadora que cesa sus funciones laborales a partir de la 1:00 PM y las organizaciones populares, ambas, bajo una estructura estrictamente direccionada, podrían golpear fuertemente al especulador.
La mayor razón que motiva al comerciante a especular es su perfecto conocimiento de que las leyes venezolanas lo favorecen. En Venezuela la mayor penalidad legal a la que puede ser condenado el especulador es el cierre temporal de su negocio o una multa que puede cómodamente cancelar con las ganancias que le procura su robo. La justicia debe adecuarse para hacer que el ladrón especulador pague con pena de prisión su crimen. Urge una revolución en la justicia y las leyes. ¿Qué diferencia el delito de un especulador al delito del ladrón común? Mientras que el ladrón común roba a una persona, el especulador orquestado en la mafia de su semejante (en el comercio) roba a muchas más personas; a todo el pueblo. El daño del especulador es peor, por lo cual la pena debe ser mayor.
En el capitalismo intermediario, los distribuidores no han sido tocados; y de ellos muy poco se habla. Muchas veces el producto llega al comerciante (los abastos, supermercado, almacenes y tiendas del detal) a precios inflados que no le deja margen de ganancia razonable. Los precios de los distribuidores deben ser también investigados con lupa. Esto nos obliga también a irnos planteando, en el marco de la necesidad, abarcar estos espacios bajo nuevas formas o mecanismos de intervención. No sólo se necesita de un Estado que importe productos y bienes de capital, sino también que distribuya racionalmente y ajustándose a nuestra realidad.
Recastar el PVP (Precio de Venta al Público) sería una política acertada y necesaria porque además de controlar al especulador, facilitaría el trabajo al Estado rector.