La decisión del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, más que expresar el reconocimiento de que la debilidad física y espiritual le hace muy difícil continuar al frente de la organización religiosa más numerosa del planeta, es la confirmación del fracaso de su ambicioso programa de reformas teológicas e institucionales que ofreció al iniciar su gobierno papal, en sustitución de su viejo aliado Juan Pablo II.

Cuando el Abril del año 2005 D.C., el Consejo Cardenalicio eligió, luego de varias sesiones de examen de las diversas candidaturas, al Secretario para la Doctrina de la Fe, el cardenal alemán Georg Ratzinger, como su nuevo Jefe del Estado Vaticano y Guia Espiritual de los más de 700 millones de católicos del planeta, todos conocían de su avanzada edad y sus claras posiciones ortodoxas en materia teológicas, que lo coinvirtieron en uno de los voceros más destacados de las reformas operadas en la Iglesia Católica a partir del Concilio Vaticano II y de la corriente latinoamericana de la Teología de la Liberación, que cuestionaba los cimientos de la vieja Iglesia preconciliar y promovía la “Opción por los Pobres, presentes en varias Encíclicas Papales de los pontificados de Juan XXII, Pablo Sexto y Juan Pablo II.

La elección del cardenal alemán Retzinger no fue la probclamación del más santo, sano y divino de cuantos integran el Consejo Caerdenalicio sino una clara decisión política dirigida a darle continuidad a las posiciones conservadoras en lo teológico y reccionarias en lo político de este ideólogo del nuevo papel de la Iglesia Católica en el escenario mundial y en materia del ecumenismo entre las tres grandes religiones monoteístas, encuentro necesario para contribuir controlar las implicaciones del fundamentalismo religioso en la política y la disolución de las viejas hegemonías jerárquicas de las instituciones religiosas, en una época en que tales expresiones de verticalismo institucional y dogmatismo se encuentran acosadas por diversos fenómenos sociales, culturales y políticos que mueven el centro neurálgico de las iglesias y las religiones hacia posición más diversas y atomizantes.

Para su desgracia, su amplio reforma contra-reformista se topó con serios problemas como las viejas y nuevas denuncias de pederastia, la observancia del Celibato Sacerdotal, la asociación mafiosa con la política, la dramática reducción de nuevos sacerdotes, la crisis financiera del Estado Vaticano y sus escándalos, las cuales afectaron la capacidad de desarrollar su propio debate interno sobre la doctrina de la fe, las relaciones entre la Fe y la Ciencia, la liturgia y el idioma, el ecumenismo y, el papel de la mujer en la iglesia del futuro, entre otros temas, por lo que en sus casi ocho año al frente de la Iglesia Católica, solo alcanzó a abrir una agenda de discusión que habrá de atender a quien el Consejo Cardenalicio anuncie, antes de Semana Santa (Si Dios Quiere!), como nuevo Jefe de la Iglesia Católica Universal.

El Papa Benedicto XVI fue un personaje cauto y algo equilibro en sus pronunciamientos relativos a situaciones políticas relevantes, en comparación con la militancia anticomunista y reaganiana de Juan Pablo II – uno de los artífices de las ofensiva imperialista contra los gobiernos de la extinta URSS y el campo socialista – pero ello no lo salvo de ser objetivo político de los círculos más reaccionarios de los sionistas y del protestantismo que vieron en su propuesta de “regeneración espiritual” de la Iglesia Católica una posibilidad de recuperar su fuerza moral y su independencia política frente a los factores mundiales de poder, que podrían verse cuestionado en su accionar para la solución definitiva del conflicto sobre Palestina y, en particular, del estatus de la Ciudad Santa de Jerusalem, sede de las tres principales religiones monoteístas -, así como contra las pueblos del mundo católico latinoamericano, del sur y centro de Europa y el norte de Africa; lo que podría afectar los planes de reconquista mundial desarrollado por el imperialismo y sus aliados del capital financiero internacional.

¨Aunque se equivoca, la Iglesia es sabia”; decía el ex obispo católico y derrocado presidente de la República del Paraguay, Fernando Lugo, por lo que solo ha de esperarse que las fuerzas del Capital, quienes gravitan alrededor y en el interior del Estado Vaticcano, no puedan imponer, ésta vez, a un personaje que pretenda como el Papa Benedicto XVI, echar para atrás la rueda de la historia sino que recomience el legado de Cristo reconstruyendo su Iglesia: la de los pastores, los apóstoles, los pobres, los desamparados, los que sí están destinados a alcanzar “El Reino de los Cielos”.

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