Nagham Salman
Hace unos días Radio Nacional de España entrevistaba a un conocido experto en política de Oriente Próximo y del Norte de África que afirmaba que «Libia se encuentra en un proceso de transición democrática con algunos problemas», y que «lo más importante es que se ha restablecido al cien por cien el suministro de crudo».

Escuchando estas manifestaciones de un experto en la radio pública española, el español medio interpreta que la «guerra humanitaria» fue un éxito y que el pueblo libio se ha librado de su tirano y tiene el control de sus recursos naturales.

Nada más alejado de la realidad, porque Libia, que gozaba del Índice de Desarrollo Humano más alto de África y que quizá era uno de los únicos países del mundo en vías desarrollo que tenía pleno control de sus recursos naturales, en especial petróleo, gas y oro, es a día de hoy un estado fallido donde las milicias islamistas campan a sus anchas aterrorizando a la población. Mientras tanto, los pozos de petróleo y gas han sido literalmente rodeados de dos líneas de mercenarios fuertemente armados que aseguran que  las corporaciones expoliadoras trabajen a pleno rendimiento.

Pero a la muerte de Muammar, que tan cínicamente celebrada fue por Hillary Clinton fuera de cámara en una entrevista, lo peor estaba todavía por llegar.

Parte de los mercenarios yihadistas e insurrectos fueron enviados a Turquía, donde serían entrenados para unirse al ejército libre sirio, mientras que otro gran contingente de yihadistas con armamento sofisticado suministrado por la OTAN y también saqueado de los arsenales de Gaddafi, fue enviado al sur para unirse a los salafistas del AQMI (Al Qaeda en el Maghreb Islámico) y a los nacionalistas tuaregs, para instruirlos en la Guerra Santa e iniciar la desestabilización de toda la región que rodea el desierto del Sáhara, tan rica en recursos naturales.

Unas tribus tuaregs que habían sido previamente formadas militarmente por un comando estadounidense, y que de forma extraña han integrado nacionalismo y salafismo al ser comandados por yihadistas internacionales y guerrilleros del AQMI, bajo las órdenes de los cuales han arrasado el norte del país en pocos días, imponiendo la Sharia en toda las ciudades bajo su control, como ocurriera en Somalia con las milicias de Al Chabab hace unos años. 

No es más que una fase más de AFRICOM liderada por Francia y comandada y coordinada conjuntamente por los servicios de inteligencia estadounidenses, ingleses y franceses, en la que el país galo ha actuado de nuevo como pirómano-bombero, al igual que hiciera en Libia bajo el mandato del ultraderechista Sarkozy.

Esta vez, sin embargo, y paradójicamente, ha sido el ‘socialista’ François Hollande el encargado de incendiar la región y sumirla en el caos y la anarquía, sirviéndose de grupos islamistas como táctica previa a la  intervención militar occidental en pro de la posterior  intensificación del planificado saqueo de África occidental y central. Un ejemplo más de la doble moral que impera en la política internacional.

Este nuevo episodio de ‘guerra contra el terrorismo’ en pro de la Democracia y los Derechos Humanos para justificar una nueva injerencia internacional esconde de nuevo un descarado ánimo de lucro que suele ser saciado en tres fases siempre que se trata de conflictos artificialmente creados desde el exterior. Una primera vendiendo armas a ambos bandos, una segunda estableciéndose y expoliando los recursos del «país liberado», y una tercera reconstruyendo infraestructuras que muy probablemente serán de nuevo destruidas dentro de unos años.

La nueva fase de AFRICOM solo acaba de empezar, y la  estrategia se ha marcado dos grandes objetivos geoeconómicos. El primero es que la crisis financiera que asola especialmente a Europa sea pagada por los más pobres del mundo global. Y el segundo, y quizás más importante, es contrarrestar el creciente poder económico, comercial y financiero de China en el continente africano.

Y para conseguirlo, no se dudará en crear nuevos conflictos en países como Argelia, Níger, Chad, Nigeria y otros.

Mientras los islamistas salafistas son considerados terroristas y un gran peligro para la comunidad internacional en Mali, los mismos en Siria son considerados revolucionarios por la democracia.

Nagham Salman es jefa de proyectos europeos de investigación y analista política especialista en asuntos de Oriente Medio.